Tímida, recatada y viviendo con sus padres con cuarenta años, no ayudaba demasiado
Su vida era estar pendiente de sus padres que, aunque no eran muy mayores, le exigían atención continua
Su trabajo en una mercería, entre hilos, cintas y botones, no era el lugar perfecto para conocer a gente de su edad ni posibles pretendientes
El domingo por la tarde al cine, el miércoles a tomarse un chocolate y unos melindroso en una pastelería cercana, los paseos por el barrio con su madre del brazo, el mercado del sábado por la mañana y las escapadas a la biblioteca para proveerse de libros
En los libros dedicaba horas de ensoñación y encontraba aventuras que vivir a través de otros
El miércoles, mientras degustaba su taza de chocolate caliente con unas pastitas, devoraba el libro escogido esa semana. Era uno de los pocos momentos de tranquilidad y de soledad escogida
Aquel miércoles apuraba el último sorbo de chocolate ya tibio, cuando terminó la última frase del libro que la había tenido absorta demasiado tiempo
Cerrando los ojos para retener aquel final tan romántico, cerró también el libro
Al volver a abrir los ojos se encontró con un hombre que intentaba decirle algo
Se le sonrojaron las mejillas como las tejas de su casa
No entendía lo que le decía. Algo de una chaqueta en el suelo, de un bolso...
Hasta tres veces tuvo que repetirle aquel hombre que su chaqueta y su bolso estaban en el suelo, pero no podía apartar su mirada de aquellos ojos azules como un fiel
En aquel pueblo se conocían todos. Debía ser un forastero de paso
Recogió sus cosas, le dio las gracias y se marchó apresuradamente
Al doblar la esquina pensó que no había pagado, dio media vuelta y volvió a entrar, tal vez pensando en volver a encontrarse con aquel hombre
El extraño ya no estaba y su sorpresa fue que su consumición ya estaba pagada
Aquella noche se le disparó la imaginación
Había intentado no ser muy soñadora. Nunca se había hecho ilusiones de compartir su vida con alguien que no fuera sus padres. Pero aquella noche, en sus pensamientos, se dio una oportunidad. Y así se durmió
El sábado, en el mercado, se lo encontró. Andaba despacio, paseando entre los puestos de fruta, cuando lo vio venir hacia ella
Una enorme sonrisa, empezar a caminar codo con codo, él llevando el capazo de las verduras, un alto en el camino para un café, él contándole que hacía en aquel pueblo. Que si una herencia, que si tenía que hacerse cargo de la casa de sus tíos hasta que la vendiera, que si le estaba gustando aquel pueblo y su tranquilidad, que hacía tiempo que no se sentía tan relajado, que si que vida tan plácida...
Y ella perdida en aquellos ojos azules
Y aquel hombre tan guapo no le podía dar más que problemas
Pero por una vez se dejó llevar y siguió mirándolo, por si un día desaparecía, no olvidarse nunca de él
PD Cuento inspirado por Laura Pérez La cueva
INGREDIENTES
175 g de azúcar
125 g de mantequilla
3 huevos
La ralladura de 1 mandarina
El zumo de 1 mandarina
175 g de harina
1 cucharadita de levadura
1 pizca de sal
Para el glaseado de mandarina
2 cucharadas de zumo de mandarina
6 cucharadas de azúcar glas
Ralladura de mandarina para adornar
ELABORACIÓN
Rallar la mandarina
Exprimir la mandarina
Derretir la mantequilla
En un bol mezclar el azúcar con la mantequilla derretida
Añadir la ralladura y el zumo de la mandarina
Mezclar
Añadir los huevos de uno en uno. Mezclar
Añadir la harina, la levadura y la pizca de sal
Mezclar
Verter la masa en la cubeta con papel horno
Yo he utilizado un molde de aluminio y dentro de este molde de aluminio un molde de papel grande tipo magdalena
Menú Horno 20
Dejar templar encima de una rejilla
Hacer el glaseado mezclando el zumo de mandarina con el azúcar glas
Verter el glaseado por encima del bizcocho
Decorar con ralladura de mandarina por encima
Receta adaptada de Delikatissen
Consejos de La Farsa
*Si durante la cocción sale E3, cancelar menú durante 2-3 minutos y volver a programar