Atravesamos el mes más cálido del año, un periodo generalmente vacacional en que son muchos los que aprovechan para reunir a la familia o los amigos al aire libre. Se multiplican cenas y comidas, ya sea en torno a la barbacoa de casa o en salidas campestres. Es entonces cuando suele hacer acto de presencia un imprevisto que compromete la velada, habitualmente en el último momento. Con 37 grados a la sombra y los comensales sentados, la frase puede sonar a sentencia de muerte: "Tenemos vino pero no está frío". La cosa puede tomar tintes dramáticos si tenemos entre las manos un vino blanco y alguien apela entonces a una máxima muy difundida: "¡Si el vino hay que tomarlo a temperatura ambiente!". En este caso podría ser cierto pero si viviéramos en Noruega y fuera de noche.
Una pareja disfruta de una copa de vino al atardecer. / AFP
Cada vino tiene una temperatura adecuada de servicio, una franja de grados en la que se muestra en plenitud y en que puede desplegar todos sus aromas. Será cada cual quien deba acercarlo a sus gustos, apurando o rompiendo incluso esas fronteras genéricas pero que es recomendable tener en cuenta. Hay quien necesita en verano que le aporte un punto refrescante y eso no siempre obliga a pasarse a los blancos, aunque sea un recurso frecuente.
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