Hoy ha sido uno de eses día en los que me sentido "a gusto". Escuchando, saboreando, oliendo, cocinando.
Cocinando exactamente no, aprendiendo a cocinar.
He comprobado cómo una receta cobra vida alentada por una cuchara de madera a pesar de la oposición de un fuego sofisticado a prueba de ingenieros físico-cuánticos.
Escuchar como una receta cobra vida alentada por una cuchara de madera. Un fumé que levanta el ánimo mientras el estómago desciende casi a los tobillos preso de un ataque de hipoglucemia.
Durante unas horas, terapéutico aislamiento que no lo ha superado hasta hoy ninguna sesión de spa. Es que me gusta comer, disfruto de cada bocado, de cada aroma, me encanta descubrir un ingrediente que se cuela en un pan lleno de alvéolos.
Sésamo, pimentón, harina, galeras, almirez, agua y aceite, vino, calderos, lápiz y unos cuantos delantales.
Compañía, relax, risa, gafas empañadas y mucho verbo. Pero mucho.
Ganas de volver a intentar en casa lo aprendido, de poner en práctica y sin ayuda todos esos sabores y aromas de cocina.
La tranquilidad que produce esa emoción de haber estado en el sitio adecuado, donde cada par de ojos sobre una nariz atenta ha hecho posible esa sensación gregal y absolutamente humana de pertenencia a un grupo.
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