«No podía ser, él no puede estar aquí...» pensó. Y llegó otro mensaje con una fotografía de aquel viaje que hicieron juntos:
Y llegó otro: «y veo que bien acompañada»
Su cuerpo empezó a temblar. En ese momento pensó que era una suerte que Eric estuviera allí, con ella, eso la alivió un poco.
Quizás no estaba allí, quizás era su miedo el que lo pensaba. Miró en el café y no lo vio, luego el exterior por el gran ventanal y allí estaba, sí, allí estaba él.
Sus miradas se cruzaron. Eran tan distintas, una llena de alegría y felicidad por el reencuentro mientras que la otra reflejaba miedo y terror.
La puerta del café se abrió y entró él, con esa decisión y confianza que nunca le abandonaba, se paró ante su mesa.
— ¡Hola, qué guapa estás! — Y se acercó a darle un beso.
Ella no pudo evitarlo, se levantó esquivando su beso y le preguntó.
— ¿Qué haces aquí?
— Te he visto y he entrado a saludarte. — Miró a Eric y le saludó. — Hola, soy Tomás.
— Eric — y le dio la mano.
— ¿Me puedo sentar?
Se sentó y llamó al camarero sin esperar ninguna respuesta ni de ella ni de su acompañante. Ella no sabía si sentarse o quedarse de pie, estaba muerta de miedo, pero no quería que él lo notara y acabó sentándose.
— Eh bien, je dois vraiment y aller maintenant. Me voy — Las palabras de Eric sonaron lentas y pesadas, casi inaudibles para ella.
— ¿Cómo? ¿Ya? — Pero lo que ella quería decir era «No me dejes sola, por favor, ahora no, no te vayas».
Eric se despidió de ambos. La mirada de ella le acompañó hasta que lo vio desaparecer tras cerrarse la puerta del café.
« ¿Y ahora qué?», pensó.