También los chinos se acercaron mucho a los aspectos de la diabetes al hablar de la 'orina dulce' que atraía a moscas y demás insectos. Conocían los síntomas pero no llegaron a dar con un tratamiento. Debemos remontarnos a Luxor y sus ruinas para localizar el primer referente occidental acerca de la diabetes. El arqueólogo Ebers halló en 1873 un papiro del 1553 antes de Cristo en que se relataban temas relacionados con la medicina que acontecieron en el país egipcio.
Algunas de las historias recogidas, coincidían en síntomas: adelgazamiento, hambre y sed continuos, incontinencia urinaria, todos los síntomas de la diabetes que se trataban con una dieta que incluía cerveza, sangre de hipopótamo, menta y, por supuesto, ofrendas a los dioses.
Etimológicamente, la palabra diabetes guarda relación directa con el término griego que servía para referirse al sifón. A él se refirió Arateo de Capadocia para describir la enfermedad.
Los años oscuros de la Edad Media abandonaron el conocimiento en manos de los monasterios mientras que la cultura árabe continuó investigando. El médico Avicena habla de esta dolencia en un libro que se convirtió en referencia obligada en Europa a la hora de estudiar medicina.
Paracelso y la medicina moderna
Paracelso comenzó a impartir sus clases en alemán, lo que para las mentes conservadoras de aquel entonces era una traición al latín. Utilizó las propiedades de los fármacos y de las plantas como ingredientes para nuevos fármacos, además, admitió por primera vez que en una pequeña dosis de veneno, podría encontrarse la solución a algunas lacras.
Gracias a este médico y alquimista, comenzó a analizarse la orina como muestra para diagnosticar. Las investigaciones sobre la diabetes de Parecelso se fundamentaron en un experimento que éste llevó a cabo: hirvió la orina de un paciente y ésta se tomo la consistencia de un jarabe, dejando unos posos blancos tras evaporarse el líquido. Lástima que este médico pensara que era sal.
Thomas Willis, un doctor inglés probó, literalmente, la orina de varios enfermos y estableció la existencia de dos tipos de diabetes. Una 'dulce' (mellitis) y otra insípida. Si bien se iba perfilando la tipología de los síntomas, los remedios tardaban en llegar.
La clave está en el páncreas
La historia continúa avanzando y nos encontramos en el siglo XIX sin ninguna solución para el problema de la diabetes. La experimentación con animales empieza a consolidarse con pruebas y más pruebas. En una de estas investigaciones de laboratorio, Bernard logró descubrir la glucosa pero fue el interés por un órgano del cuerpo humano lo que al final logró arrojar luz sobre la diabetes: el páncreas.
Langerhans descubre los islotes y su gran responsabilidad: la producción de insulina. Otros dos médicos, Mering y Minkowski, extirpan el páncreas a varios animales comprobando que sobreviven pero que orinan mucho y el líquido atrae a las moscas por su gran concentración de azúcares. Gracias a la labor de estos doctores, se halló una explicación firme que era que el páncreas producía una sustancia indispensable para equilibrar el azúcar. Esta sustancia es la insulina.
Una vez hallado el origen de la enfermedad, era de suponer que la solución estuviera más cerca, pero no fue del todo así. Los esfuerzos se centraron en regular la alimentación de los afectados: si comían mucho, era contraproducente, mientras que si ayunaban, se producía cierta mejora. Ya fuera de un modo u otro, todos los afectados por diabetes acababan muriendo puesto que el secreto no estaba en la dieta.
En busca de la insulina
Los esfuerzos de estudiosos por aislar la insulina y producirla al margen del páncreas fueron las líneas que marcaron el camino para hallar una solución a la mortalidad de los diabéticos.
El principal escollo a salvar partía del hecho de que, al seccionar en diferentes partes el páncreas, el jugo que colaboraba con el estómago para llevar a cabo la digestión, al fermentarse, digería la insulina.
Desde el año 1880, fue mucho el afán que se puso en la medicina para desentramar los misterios de una glándula que no llegaba a los 15 centímetros de longitud y que no pesaba más de 70 gramos. La doble función de secreción (interna y externa) del páncreas mostró a los investigadores que los procesos internos del órganos eran los verdaderos encargados de crear la tan preciada sustancia.
El páncreas fue suministrado, en diferentes preparados, a los pacientes de forma directa, lo cual llevo a escenas verdaderamente terribles puesto que, ni se sabía la concentración de líquido de la parte administrada, ni la que era recomendada para la función correcta del organismo.
Por fin, insulina en estado puro
Los tratamientos efectivos tendrían que esperar a que en 1918, el hijo de unos vecinos del médico Frederick Grant Banting, falleciera a causa de diabetes. El compromiso que adquirió Banting le llevó a contar con la ayuda del laboratorio de MacLeod y la del fisiólogo y bioquímico Herbert Best. La perseverancia de este último junto con el empeñó de Bating, terminó con el bloqueo de los conductos de segregación interna. Tras una serie de pasos lograron por fin alcanzar la insulina pura.
La primera inyección de insulina la recibió un joven de 14 años llamado Leonard Thompson el 11 de enero de 1922 en el Hospital de Toronto, inaugurándose una nueva esperanza para los afectados de diabetes, puesto que, por fin, había algo que les permitía aferrarse a la vida.