ENTREVISTAS IMAGINARIAS: UN ATARDECER DESPUÉS DEL TRABAJO

por Norma Alasia

A Z le gusta bailar. Es un dato que muy pocas personas conocen, entre los que se encuentran  sus colaboradores, pero tarde o temprano las cosas se saben. Y cuanto más escondido se quiere tener algo, más rápido sale a la luz. Resumiendo: en breve Cynthia, Simon, Stephen y Álvaro se van a enterar.

El joven periodista por fin se acostumbró a salir solo más allá de sus narices y un atardecer, mientras los demás discutían acerca de los detalles técnicos del programa, Z comenzó a caminar y terminó en un pub. Pero no en uno cualquiera, en uno que estaba de moda; él no seguía las modas y ésta se convertiría en una nueva y divertida aventura.

Todos frecuentaban el bar de Rick; era popular desde los años ’70 cuando Richard S. decidió llevar el bar de “Casablanca” a la vida real. A decir verdad hay quienes ponen en duda que Rick se llame como dice llamarse teniendo en cuenta que su apellido continúa siendo un misterio para todos pero, en el fondo, a quién le importa mientras que continúe atendiendo y manteniendo su pub como lo hace. A diferencia de aquel del film, el lugar es cálido, construido en madera y predominan los colores verde oscuro y bordó; se pueden encontrar diferentes tipos de cervezas y sus picadas son excepcionales. En cuanto a la orquesta está ubicada del mismo modo que en Casablanca y una vez por semana suenan la Marsellesa.

Aquí terminó Z. Aquí decidió beber una cerveza y después otra; en cuanto sintió el primer mareo comenzó a comer tímidamente hasta que una voz femenina y sensual le preguntó, señalando la silla que tenía a su lado:

– ¿Está ocupado?
– No…, no, absolutamente no.
– Soy Marie, mucho gusto; dijo la joven pelirroja.
– Soy Z, respondió nuestro amigo mirándola tímidamente.

Así fue como cada uno siguió comiendo y bebiendo sin decir palabra hasta que el joven sacó su celular del bolsillo de su campera y comenzó a escribir.

– Es un lindo atardecer, fresco y cálido a la vez; ¿te detuviste a observar el horizonte?, comentó la chica.
– Disculpá, pero estaba respondiendo un mensaje. ¿Decías?
– Divagaba sobre el atardecer.
– Sí, es un momento del día que se presta para divagar.
– ¿Dijiste que te llamás Z?
– Exacto.
– ¿Z es un nombre?, preguntó intrigada la joven.
– Lo es para mí.
– ¿Puede ser que nos hayamos visto antes?
– No te recuerdo; pero todo es posible.
– Quizás te haya visto en la televisión. Sí, vos hacés entrevistas.
– Debo suponer que te gusta leer, dijo el periodista.
– Prefiero el cine a los libros pero cuando alguna película me gusta mucho, entonces leo el libro que le dio vida.
– Si es que fue inspirada en algún libro, agregó Z.
– Por supuesto, creí que se daba por entendido. ¿Y qué hace alguien como vos perdido en este lugar?, preguntó Marie.
– Se da el caso que soy un ser humano y, en consecuencia, bebo, camino y entro a lugares como éste que, dicho sea de paso, no está nada mal.
– Es uno de nuestros orgullos, dijo inmediatamente la joven.
– ¿Y cuáles son los otros “orgullos”? Si no te molesta mi pregunta.
– Absolutamente no, pero a veces me desconcierta el aire antipático que tenés; creo que un poco más de cordialidad no te vendría mal.
– Voy a tenerlo en cuenta, respondió Z sorprendido por la observación que le acababan de hacer.
– ¿Te molestó lo que te dije?, preguntó Marie.
– Me sorprendió, eso es todo. Ahora debo irme, el trabajo me espera, dijo Z mientras llamaba al mozo levantando su mano derecha.
– Estás apurado e incómodo; el mío fue un comentario desubicado. En la televisión se te ve bien. ¿Aceptás una última cerveza a modo de disculpa? Prometo estar callada y, si es necesario, hasta puedo irme.
– Acepto un jugo de naranjas, no estoy acostumbrado a beber alcohol.
– ¡Qué así sea!, respondió entusiasta Marie. ¡Rick, por favor, traéle un jugo de naranjas a mi amigo y una cerveza para mí! ¿Y qué estás haciendo acá?, preguntó la pelirroja.
– Intentaba despejar mi mente, dijo Z.
– ¿Te molesta si te pregunto por qué intentabas despejar tu mente?
– Superaste el límite. No me molestás, simplemente acepto mi destino.
– ¿Me estás llamando “destino”?
– ¿Y de qué otra manera podría llamar a esta conversación?
– No suelo ponerle nombre a las conversaciones que mantengo con extraños, tampoco a las que tengo con amigos, es una conversación y basta. Ahora, continuando con “tu destino”, dijo la joven con sarcasmo, ¿puedo saber por qué querés despejar tu mente?
– Primero, porque acostumbro a hacerlo, aunque suelo ir a lugares donde no haya nadie.
– Te referís a un lugar donde no te molesten.
– Ésa es la idea; pero no me molestás. Quizás necesite hablar con desconocidos de vez en cuando, dijo Z sin prever las consecuencias.
– Te escucho, respondió Marie con interés por saber todo lo que su interlocutor tenía para decir. ¿Querés hablar de algo en particular?, dijo la joven.
– No, en realidad; no se me ocurre nada que decir; ¿vos querés contarme algo?
– Te cuento que tengo veintisiete años; que soy sociable, como podrás apreciar y que mi color de cabello es natural, igual que mis rulos.
– Interesante. Mi color de cabello también es natural, dijo Z sonriendo, nuevamente. Vos sabés que soy periodista pero yo no sé a qué te dedicás.
– Administro aquel campo, respondió Marie con sencillez.
– Entonces sos administradora.
– Sí, desde que mi padre falleció hace cuatro años. Pero no estoy sola en esto, tengo buenos colaboradores y amigos. Nunca sentí que trabajar en el campo fuera lo mío pero estudié administración de empresas porque sabía que algún día iba a recibir mi herencia. No tengo hermanos y comencé a trabajar en administración cuando me faltaban dos años para recibirme. Ése fue mi destino.
– Por un lado, no está mal; por el otro, siento lo de tu padre, dijo Z.
– Sí, fue repentino y triste para mí, respondió la joven.
– Pero lo importante es que no estás sola, comentó el periodista sin saber qué decir.
– No hablemos de mí, por ahora, agregó Marie con aire divertido. ¿Ves esa máquina? De ahí puede salir muy buena música; ¿qué te gustaría escuchar?. Te advierto que no tenemos a Beethoven ni a Mozart.
– ¿Chopin?, preguntó Z con picardía.
– Tendría que ver, respondió Marie riéndose. Ya vengo.

Y mientras la joven se alejaba Z decidió dejarse llevar por primera vez en su vida.

– ¿Te gusta bailar?, preguntó la chica.
– Lo que te voy a decir es un secreto: sí, me gusta mucho bailar.
– ¡Guauuuuu! Si todos tus secretos son así, la vamos a pasar bien. Concisos y breves, nada de Freud ni Jung y toda esa historia rebuscada que muchos tienen.
– Me gustaría escucharte decir que no soy una persona complicada, dijo Z, pero dudo que al final de todo esto…
– Podés decir “destino” sin problemas, entendí que para vos es sinónimo de conversación, interrupió Marie cada vez más divertida.
– ¿Y qué fue lo que te llevó a querer hablar conmigo?, preguntó Z con temor.
– No frecuentás este lugar ni vivís en los alrededores, eso me lleva a decir que sos un extraño y que los extraños me despiertan curiosidad. Pero a esto debo sumarle el hecho de que me resultabas cara conocida, lo que me despertaba aún más curiosidad.
– Y resulté ser el periodista de la televisión. Debo irme, gracias por el jugo.
– ¿Nos vamos a volver a ver?, preguntó Marie.
– Lo dudo pero nunca se sabe.
– ¿Cómo podría hacer para que aceptaras cenar conmigo?, preguntó la joven.
– Sos muy simpática pero no…
– Tengo novia en Manhattan, interrumpió Marie.
– ¡Ah!, respondió Z intentando no parecer asombrado.
– Te acabo de contar mi secreto.
– Ahora entiendo por qué de repente bajaste la voz. Cuando quieras cenamos, dijo el joven.
– A ver si entiendo, aceptaste cuando te dije que tenía novia.
– Así es y no preguntes por qué.
– No lo voy a hacer, es obvio. Estás enamorado y ella no lo sabe. Además, puede enterarse “de lo nuestro” que, en realidad, es una simple conversación llamada “destino”. ¿Hay algo más que ella no deba saber?
– Sí, que me gusta bailar, respondió Z mientras sus mejillas se teñían de rojo bermellón.
– ¡Pero podría ser divertido!, exclamó la joven. ¿Y por qué no tiene que saber que te gusta bailar?
– Porque ella me conoce en el plano laboral.
– Entiendo, pero más allá de lo laboral hay una vida, pensó en voz alta Marie. ¿Y qué te gusta bailar?
– Es complicado decirlo porque hace mucho que no bailo. Ni siquiera sé si me acuerdo de cómo se hace.
– Vení mañana a mi casa, te espero a las ocho y media, cenamos algo ligero y te refresco la memoria. ¡Ah!, con nosotros va a estar mi contadora. Acaba de llegar de Manhattan y como fue un viaje repentino se está quedando en casa; en esta época del año los hoteles suelen estar llenos.

Fuente: este post proviene de historiasalahoradelté , donde puedes consultar el contenido original.
¿Vulnera este post tus derechos? Pincha aquí.
Creado:
¿Qué te ha parecido esta idea?

Esta idea proviene de:

Y estas son sus últimas ideas publicadas:

Recomendamos