Es primera hora de la mañana en las cocinas del restaurante, el personal, café en mano, repasa las reservas y menús que van a despacharse en ese día. Entre los más de 100 comensales del servicio de mediodía, ya saben de antemano que tienen varios celíacos, intolerantes a la lactosa, alérgicos al marisco, la fructosa, la cebolla, el pescado y un largo etcétra, sin contar los clientes que, curiosamente, "se les olvida" ser alérgicos a la hora de reservar o sentarse a la mesa, y milagrosamente se acuerdan cuando ya han consumido aquello que tan mal les hace.
Sin perder tiempo, el equipo de cocina corre a preparar los menús ya reservados, y adaptarlos a las necesidades de cada uno, una dura labor que poco se aprecia después.
Probablemente, uno o dos cocineros hayan dedicado toda la mañana en asegurarse de que todas las alternativas sean completamente seguras para aquél cliente que dice ser celíaco, pero que al postre, cargado de glúten, no le hace ascos. Esos dos cocineros se habrán roto la cabeza pensando en cómo hacer el plato libre de ajo y cebolla para ese comensal que es alérgico a ellos, pero sólo si se ven. Al parecer, si la cebolla va bien picadita, camuflada y su sabor es imperceptible, el alérgeno desaparece.
Hemos pasado del "No me gustan las nueces" al ser alérgico a los frutos secos, del "creo que me sienta mal la leche" a afirmar que se es intolerante a la lactosa. Si un postre demasiado dulce estropea sus comidas, automáticamente cree fervientemente que es diabético, y si se siente pesado después de comer un plato de una salsa que ha sido ligada con harina, es celíaco, no porque la haya untado con ansia en pan.
Fuera de las clarísimamente falsas alérgias, ya que al cocinero no se le puede engañar, pues tiene que conocer todas para evitar males mayores, también nos podemos encontrar con los vegetarianos que, después de haberles cocinado un menú completamente diferente al que el resto de su mesa tenía, el camarero le pilla probando un poco de la carrillera ibérica que su compañero de mesa tiene en el plato, aquellos falsos "vegetarianos" que en realidad no les gusta el menú de boda, piden expresamente los platos que desean degustar, pero con el jamón de bellota hacen excepciones.
Las falsas alérgias, lejos de ser una estrategia para evitar comer lo que a uno no le gusta, solo generan desconfianza en el cocinero, que se mostrará receloso a la hora del servicio. Y demuestran sin lugar a dudas que nos hemos convertido en una sociedad que no sólo no sabe comer, si no que no disfruta de ello haciendo evidencia de una mala educación gastronómica.