Meterse en la cocina, experimentar con recetas, improvisar puede resultar una práctica profundamente terapéutica.
Es la excusa perfecta para compartir con la familia y los amigos, para relacionarse con los hijos.
Es una forma sana de relajarse y de cultivar el placer. Es una forma de expresión, donde los sentimientos se mezclan con el perfume, los aromas y los sabores.