Que esta separación sea como tu cintura: esbelta.
que sea como las flores de primavera: efímeras;
No como la rosa de tu mejilla: perenne.
Mi paciencia dura como aquellas,
Tu ausencia como ésta.
¡Qué feliz me hiciste, aún sin cumplir
la promesa de amor!
Almutamid
En nuestra taberna, ayer, hacíamos referencia a esta leyenda que, por casualidad, leímos en París. Sí, verdaderamente extraño que la figura del rey poeta y su hija se me manifestaran tan lejos de aquí.
Es una leyenda bastante desconocida y que no figura en los libros locales.
Zaida fue hija de Almutamid, casada muy joven con al-Ma´mún, rey de la taifa de Córdoba.
Sucedió entonces lo de la invasión almorávide, tomando esos salvajes Málaga y Granada con asombrosa rapidez.
Curiosamente el enemigo venía del sur y no del norte, dada la extraordinaria amistad que mantenían Almutamid y Alfonso VI.
Los almorávides avanzaron hasta tomar Córdoba, un 26 de marzo de 1091, la lucha fue encarnizada en la que al Ma´mún cayó defendiendo la plaza y en la que los almorávides le cortaron la cabeza; se cuentan que entraron en Córdoba con la cabeza por bandera.
Zaida se refugió en el castillo de Almodóvar del Río.
Almutamid, el último rey Omeya, sabía que sin ayuda no podía defender Sevilla, por lo que mandó pedir socorro al rey Alfonso VI. Este mandó un ejército, al mando de Álvar Falez, hacia Almodóvar del Río, con la intención de cortar el paso hacia Sevilla a los almorávides.
Tras una feroz batalla consiguieron sacar a Zaida y trasladarla a Toledo.
Derrotado Almutamid, Zaida intentó salvar y trasladar a Toledo lo más selecto de los conocimientos y las artes que por entonces se daban en Sevilla, por lo que la corte castellana se llenó de poetas y músicos, cuestión que levantó recelo entre los nobles castellanos.
Enamorado hasta los huesos, el Rey la tomo por consorte, iniciándose una hermosa historia de amor.
Era bajita, de gran temperamento y dada a las artes, elegante como nada más puede ser la hija de un rey Omeya. Hermosa como las flores y de ojos verdes; eso nos cuenta la tradición.
El Rey había estado casado al menos tres veces, pero ninguna de sus esposas le había dado varón.
Zaida concibió a Sancho, lo que hizo tirarse de los pelos a la nobleza castellana.
Entonces Zaida, por amor, se hizo bautizar en Burgos tomando el nombre de Isabel.
Mientras estuvo en el trono, el reino prosperó, hasta que, con catorce años y ocho meses, su hijo Sancho fue traicionado, por los suyos, en la batalla de Uclés.
Sancho era el heredero y estaba destinado a gobernar León, Castilla, Galicia y Portugal.
Sí Sancho hubiese llegado al poder era obvio que su sangre omeya se hubiese mezclado con la castellana y; ¡Dios nos pille confesados!
Dicha situación levantaba un polvorín entre una nobleza que jamás consentirían dicho desatino, razón por lo que planearon el asesinato de Sancho en plena batalla.
Mientras, y sin que jamás llegase a enterarse del asesinato de su hijo, fallecía la princesa Zaida debido al parto de una niña.
La leyenda nos dice que tenía treinta y cuatro años de edad.
Al quedar el rey Alfonso VI sin su hijo; la herencia del reino pasó su hija, Urraca I de León.
Las posteriores desavenencias matrimoniales de Urraca con su marido, el rey de Aragón Alfonso I el Batallador, originaron luchas internas que retrasaron la reconquista y dio pie al nacimiento de Portugal, al pretender Teresa convertir en reino el condado que heredó de su padre.
Hoy, los restos de Zaida se encuentran en el monasterio de Benedictinas de Sahagún en León, junto con los de Alfonso VI.