Complicidad en los fogones

Mi hermano Gerardo y yo, provenimos de una familia que ama la gastronomía. Mi Tía Chanita, la hermana de mi padre que fue una Diosa de estas artes nos infundió esta pasión por nuestros sabores. Desde chiquitos, vimos cómo crecía el pan de levadura o como se preparaba el mole. De igual forma, nuestro abuelo Flaviano nos preparaba cabrito,  incluido el ritual del sacrificio para obtener la sangre para la fritada (para mi tierna edad  y hasta hoy día me es difícil verlo y tan solo recordar el episodio me causa inquietud).

[recuerdo a] mi padre cocinando los frijoles como un verdadero malabarista, pues tomaba la cazuela del mango y ya bien refritos se ponía a hacer suertes, aunque a momentos me daba temor de que quedaran incrustados en el techo…”

Cómo olvidar el arroz hecho por las manos de mi abuela Ema,  y por supuesto como lo hacía con verdadera devoción. Y nuestra bella madre, Esthela, la mejor para preparar esas jarras de aguas refrescantes frente a los calores del sol amarillo abrazador del que habla Alfonso Reyes. Y un sinfín de delicias con las que nos sorprendía para premiarnos lo aplicados que éramos en la escuela, e igual mi padre cocinando los frijoles como un verdadero malabarista, pues tomaba la cazuela del mango y ya bien refritos se ponía a hacer suertes, aunque a momentos me daba temor de que quedaran incrustados en el techo, además de que lo hacía con el buen humor que siempre le caracterizó.

Me persiguen entonces esos recuerdos de cómo nos enseñaron a descubrir los sabores de la vida, incluidos cada uno de los restaurantes tradicionales de un Monterrey que se nos fue  pero que se quedó atrapado en mi memoria gustativa y en la afectiva: El Manolin, El Al, Los tacos del Güero Livas, El Paso Autel, El Ritz, el Luisiana, La Playa, La Playita y otros tantos.

También, están presentes los sabores de otra gran tía, Graciela Benavides de Garza, conocedora y devota de la cocina de quien mucho aprendí… Desde luego, las bebidas ocuparon un lugar preferencial, junto a sopas, ensalada y postres.

Desde ese entonces, Gerardo y yo, nos pactamos alentar los sabores del  fogón, a la vez que hacer un libro, si bien tardamos unos añitos en cumplirnos el gusto de publicarlo juntos, pero no hay plazo que no se cumpla y pronto les daremos una sorpresa que degusten. Mientras tanto, les deseo un 2018 que será intenso, sorpresivo y también dichoso, espero.

Por lo tanto, los invitamos ambos a disfrutar estas delicias paradisiacas que nos obsequia nuestro prodigo país, que bien visto es la suma de sensaciones percepciones, colores,  sabores e identidad.

Entonces, en un país donde las ideas siempre caminan junto a los milagros; donde las catástrofes parecen ser más recurrente que las victorias; donde el pasado es el único futuro que los gobernantes han podido planear, y donde el caos es usual, sólo tres cosas mantienen la cohesión de una desbordante multiplicidad de rostros: la comida, la música y la bebida. Y también son éstas las únicas democracias en una sociedad que tan  desquiciada como la de hoy, se aferra a sus contrastes, tradiciones y aceptación universal.

Así que, muy pronto los invitaremos a disfrutar de un libro que deseamos que disfruten, pero aparecerá a la brevedad posible y a través de él los vamos a convocar a regocijarse con estos deliciosos y paradisiacos sabores que nos obsequia nuestro tan prodigo país, que bien visto es la suma de sensaciones percepciones, colores,  sabores e identidad.

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