Uno de los alimentos que más se consume a diario en todo el mundo, como complemento de todo tipo de comidas, es el pan. Considerado aún un producto que tiene mucho de artesano, ya en la Prehistoria se descubrió, probablemente de forma casual, que, mezclando agua y cereales triturados y dejándolos secar, se obtenía una masa compacta que constituía un producto alimentario que aportaba energía y podía ingerirse en múltiples ocasiones.
El principal proceso en la fabricación del pan, la fermentación, fue descubierto por los egipcios, hace más de seis milenios. Además, construyeron los primeros hornos para la cocción de la masa. La elaboración se convirtió en todo un arte en la época de esplendor de la Grecia Clásica.
Se extendió a Roma donde era sólo apto para las clases más altas de la sociedad. El Imperio Romano fue un vehículo de expansión muy importante para este producto a lo largo y ancho de todas las ciudades que se iban conquistando. En la Península Ibérica, sin embargo, había sido previamente introducido por los celtíberos.
Durante la Edad Media, desciende de forma notable el cultivo de cereales, lo cual provoca el hambre en las ciudades. Pasa a ser elaborado únicamente en los monasterios. Con la aparición de los primeros gremios de artesanos, el oficio del pan se normaliza. Los productos de panadería son fundamentales en la alimentación básica de todos los escalones de la población.
Una masa muy nutritiva
El pan está compuesto en más de un 50% por hidratos de carbono, que aportan energía a nuestro organismo, y, aunque en mucha menor medida, un 7%, también aporta proteínas, necesarias para la renovación de los tejidos. Entre ellas se encuentra el gluten, excepto en las masas elaboradas con harina de maíz. Asimismo contiene vitaminas del grupo B y minerales como el sodio, con una importante función en la transmisión de los impulsos nerviosos, y el potasio, necesario para el buen funcionamiento celular.
Aunque la tendencia a la hora de hacer dieta es eliminar el pan, este hábito no es del todo acertado, ya que la cantidad diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud es de 250 gramos. Pese a que está lejos de lo consumido en España, 157 gramos por persona al día, la proporción es muy inferior a la que era habitual en la alimentación hace tan solo un par de décadas. Cada 100 gr. de pan aportan entre 200 y 250 Kcal, excepto los biscotes cuyo aporte asciende al doble.
Los problemas de salud no suelen ser un impedimento para el consumo de pan. Los diabéticos pueden tomarlo, aunque controlando las cantidades que ingieren; los hipertensos puede adquirir pan sin sal y los celíacos disponen de pan elaborado con harina de maíz, que no contiene gluten.
La fermentación, lo más característico
El pan está compuesto fundamentalmente por harina, que puede proceder de diversos cereales, como el trigo, centeno o incluso de la soja; agua, que aporta consistencia al ingrediente anterior; levadura, que es la protagonista del proceso de fermentación; y, en ocasiones, se puede añadir leche.
Aunque éstos son los ingredientes básicos, la levadura se elimina en el pan ácimo y se pueden añadir otros ingredientes como cebolla, olivas, higos o nueces, para dar un toque original y un sabor diferente a la masa de toda la vida.
El primer paso que se da en el proceso de fabricación del pan es lograr una mezcla homogénea de los ingredientes. A continuación las levaduras harán que se produzca la primera fermentación. Después se procede a dividir la masa en porciones que, una vez dadas forma, constituirán las piezas finales. Es el momento de la segunda fermentación, después de la cual se introducirán las unidades en el horno. En él, la masa aumenta de tamaño por efecto de la levadura y se endurece, formando la corteza.
Los cereales y la elaboración marcan la variedad
Según los ingredientes empleados en la fabricación, se encuentran los diversos tipos de pan. El más consumido habitualmente es el pan blanco, que, considerado hace siglos exclusivo de las clases pudientes, ahora está al alcance de todos. Esta variedad se compone de un 90% de trigo y un 10% de salvado de los cereales empleados. Cuando la proporción de salvado es mayor, se forma el pan integral, que contiene un mayor porcentaje de vitaminas y minerales que el blanco.
El pan ácimo, introducido por los hebreos como elemento religioso, tiene la peculiaridad de no estar fermentado. Una variedad de este producto utilizada muy a menudo para preparar sándwiches o tostadas, es el pan de molde o lactal, que lo podemos adquirir tanto en la variante blanca como integral. Aunque es una forma cómoda de consumirlo, dado que se compra en rebanadas y tiene una duración mayor que el pan tradicional, lo cierto es que no se debe abusar de él, ya que normalmente contiene grasas añadidas. En las cocinas es fundamental cuando está rallado, para empanar (carnes, pescados, croquetas...) o espesar salsas.
Dentro de esta división básica, encontramos en todo el mundo cientos de variedades. En España la más consumida es la barra o pistola, aunque también gozan de gran aceptación la baguette, procedente de Francia, y la chapata. El pan tostado o los colines son también habituales en el menú diario. Con el creciente interés por conocer alimentos de otros países, cada vez encontramos más a menudo el pan de pita, procedente de Turquía, o, de Italia, el pan denominado 'focaccia', relleno de queso y vegetales.
Aunque en determinadas zonas como Asia y parte de África es sustituido por el arroz, el pan es un elemento indispensable en la dieta habitual, desde el desayuno hasta la cena, pasando por, cómo no, la merienda.
Cómo hacer pan casero
Aunque lo más habitual es adquirir el pan ya cocido en la panadería, lo cierto es que podemos disfrutarlo de forma totalmente artesanal si lo hacemos en nuestra casa. Para preparar un sabroso pan blanco necesitamos medio kilo de harina, 25 gr. de levadura de panadería, dos cucharaditas de sal y tres decilitros de agua tibia. El primer lugar, haremos un volcán con la harina y la sal. La levadura se disuelve en la mitad del agua que hemos preparado y se vierte al lado de la harina, con la cual se mezcla, formando una masa, que debe cubrir y dejar reposar durante unos 20 minutos.
A continuación se vierte el resto del agua y se amasa la mezcla durante un tiempo entre 5 y 8 minutos. La masa, en un bol enharinado, debe crecer hasta alcanzar el doble de su tamaño y después ya podemos darle forma. El último paso es mojarlo con un poco de aceite y hornearlo durante 35 ó 40 minutos. Pasado este tiempo, tendremos preparado este alimento diario, que nos gustará tanto como el adquirido en el comercio.