El té llega a occidente
La Vieja Europa, la cara más occidental del mundo, conoció el beneficio del té gracias a las narraciones de Gaspar a Cruz datadas en 1560. La aceptación de esta planta preparada como bebida por la mayoría tuvo que esperar hasta 1650 aproximadamente.De nuevo, fue el comercio, lo que despertó el aprecio por este bien. Así, junto a las sedas y las especias, el té fue tratado como una mercancía más pero de gran valor. Había dos centros de distribución esenciales: uno en Macao que dependía de manos lusas y otro en la isla de Java propiedad de Holanda. Este último país popularizó el consumo del té entre franceses, alemanes, italianos...
La otra bebida por excelencia era el café, de ahí que cada país optara bien por uno o bien por otro elixir. Los gigantes europeos del té acabaron siendo Inglaterra, ceremoniosos con su té de las cinco y la actual Rusia.
A la conquista de Europa
En 1618, el zar Alexis conocería el sabor del té gracias a un obsequio realizado por los chinos, sin embargo, hasta siete décadas después no se pondrían en marcha unas transacciones comerciales más o menos estables. Lo curioso del tráfico de té entre China y Rusia era que los encargados de transportarlo eran camellos con lo que la lentitud en la recepción de las hojas era una constante. La construcción del transiberiano facilitaría mucho las cosas.En cuanto a Inglaterra, la primera referencia escrita acerca del té está fechada en 1658. En un periódico londinense, Garraway anunciaba que en su establecimiento ya se podía adquirir esta maravillosa bebida. Tras el casamiento de Carlos II con Catalina de Braganza, el renombre del té se hizo aún más patente gracias a la gran afición de la reina, aunque, por aquellos entonces, se tratara de un privilegio aristocrático que tardaría en llegar al pueblo llano, tanto por su sesgo clasista como por si elevado precio.
La economía sumergida se abrió camino debido a las cortapisas estatales y a los impuestos excesivos que grababan el precio del té. El referente de este mercado negro del té era Holanda, sin embargo, era muy frecuente la adulteración del mismo debido a su escasez.
El siglo XVIII elevó el consumo del té a la categoría de costumbre, derrotando incluso a otras bebidas tradicionales que quedaron rebajadas e incluso desbancadas del ranking del consumo. Al acto de tomar té se ligaron actividades al aire libre en terrazas de la periferia londinense. Estos jardines de recreo acabaron cerrando relegando el té al propio hogar de los aficionados al mismo. Después, se pusieron de moda los salones de té, donde, además de degustarlo, se podía comer y disfrutar de espectáculos musicales.
A partir de 1900, las combinaciones de comida y té llegaron a los grandes hoteles y pronto se inauguraría la nueva costumbre de dar clases de baile a la hora del té, en concreto, tango. Las contiendas bélicas, el fase food y otras bebidas nuevas volvieron a encerrar la ceremonia del té entre cuatro paredes hasta que, en fechas cercanas al presente milenio, volvieron a la carga los salones de té.
Al otro lado del Atlántico
Los anales señalan el año1700 como fecha en la que esta tradición milenaria cruzó el Atlántico y fuera degustada por los paladares americanos gracias a los colonizadores. A EE.UU., según indican los estudiosos, debemos agradecerles la presentación del té en bolsitas.En Nueva York, las ceremonias europeas del té se hicieron pronto un hueco pero el problema de la calidad del agua impedía que el sabor de esta bebida fuera del todo agradable al paladar. Pronto, se construirían bombas de agua para favorecer el sabor del mismo.
La interpretación del té variaba de ciudad en ciudad pero siempre con la reminiscencia europea de la elegancia y la distinción. Había zonas donde el té se mezclaba con mantequilla y sal, mientras que en otras triunfaba la predilección por los tés enriquecidos con hierbas aromáticas y exóticas.
Cuando parecía que el té se iba a asentar de forma permanente y definitiva entre los americanos, un conflicto que hunde sus raíces en la ley de aranceles aprobada por el Parlamento en 1767, dio al traste con la evolución positiva del té en el Nuevo Mundo. La Guerra de la Independencia fue la consecuencia de este conflicto de intereses y el resultado, el triunfo del café y el segundo plano del té.