Cada vez son más consumidores los que piensan que para ir la compra es casi necesario hacer un master previamente. Y es que los supermercados se llenan de nuevos productos enriquecidos con omegas, fitoesteroles, isoflavonas o L Casei, o en la publicidad aparecen alimentos sin grasas hidrogenadas o con carnitina. Son muchos los que se preguntan qué significa todo este maremágnum de neologismos; para ellos, así como para los que tienen ideas vagas o confundidas, hemos recopilado un decálogo de conceptos básicos que nos ayuda a entender la alimentación de hoy.
Y es que los productos funcionales son claves para la cesta de la compra actual. Nos referimos a todos esos alimentos enriquecidos con elementos nutritivos que, naturalmente no contienen, pero que se añaden artificialmente para cubrir carencias nutricionales y que, a la larga, pueden beneficiar a la salud del consumidor. Aunque el desconocimiento es general, el público sí es capaz de percibir, subjetivamente, que son saludables, por eso estos productos ya representan un 26% del mercado.
Además, a partir del 1 de julio de 2007 entró en vigor la nueva reglamentación europea sobre alimentos funcionales, que eliminó ciertos vacíos legales y que ofreció mayor seguridad al consumidor. Según la norma, las propiedades saludables del producto tienen que estar fundamentadas en estudios científicos comprobables. A pesar de tan buena noticia, nadie debe olvidar que estos alimentos no son medicinas y que no curan, pero sí que pueden ofrecer un complemento adicional a través de la nutrición para mantener o mejorar el estado de salud.
1. Ácido fólico
Presente en grandes cantidades en las verduras de hoja verde (espinacas, acelgas, brócoli...), hígado, legumbres, lácteos y huevo, la también llamada vitamina B9 se ha hecho muy popular, sobre todo entre las embarazadas, ya que previene las malformaciones del feto entre otros males congénitos. Además, el ácido fólico tiene otras muchas funciones en el organismo relacionadas con la reproducción celular, formación de glóbulos rojos y síntesis de proteínas. Se recomienda la ingesta de 400 microgramos de folatos en un adulto y 600 en embarazadas para obtener el ácido fólico que necesita el organismo. En alimentos funcionales, solemos encontrarlo en leches enriquecidas, especialmente dirigidas a embarazadas.
2. Bífidus. Un clásico de la alimentación funcional son estas bacterias acidolácticas que habitualmente podemos encontrar en los yogures. Las bifidobacterias, en realidad, forman parte de un modo natural de la flora intestinal del colon, y son mayoría en el caso de los lactantes, pero en los adultos se van perdiendo a lo largo de la vida. Aunque así se suelen vender, como un remedio natural contra el estreñimiento, sus funciones parecen ir más allá de regular el tránsito intestinal, entre ellas, producción de vitaminas, actividad antibacteriana y prevención del cáncer de colon. Sin embargo, aún queda mucho por investigar en el campo de la flora bacteriana.
3. Carnitina. La preocupación por los kilos de más ha convertido a la carnitina en un elemento codiciado tanto por los que están a dieta como por la industria alimentaria. En realidad, no sería exacto considerarlo un quemagrasas. Este compuesto nitrogenado interviene en el transporte de ácidos grasos al interior de las células para su utilización como fuente de energía. Su consumo es habitual en deportistas que requieren un alto rendimiento físico. Se puede obtener de la síntesis de ciertos aminoácidos y de la vitamina C, así como de la ingesta de productos de origen animal. Ahora también lo podemos ver incluido en productos lácteos.
4. DHA y EPA. Acrónimos que designan el ácido docosahexaenoico y el eicosapentaenóico. Se trata de ácidos grasos esenciales (que sólo podemos obtener de la dieta porque nuestro organismo no los genera) que encontramos en el pescado, especialmente el azul, aunque hoy se incluyen también en muchos productos, especialmente en las leches enriquecidas. Sus beneficios están relacionados con la salud cardiovascular y la reducción del colesterol en sangre.
5. Fitoesteroles.
También para combatir el colesterol, ya que se trata de ácidos grasos vegetales que ayudan a disminuir la concentración de colesterol en sangre. Los encontramos en numerosos alimentos, siempre de origen vegetal, aunque tienen fuerte presencia en aceites de semillas, cereales y frutos secos. Suelen estar -muchas veces de manera natural- en las margarinas.
6. Grasas trans o hidrogenadas. Se han convertido en el término alimenticio más denostado de los últimos tiempos, ya que se ha comprobado, no sólo que actúan en el organismo como colesterol malo, con los riesgos cardiovasculares consiguientes, sino que disminuyen el colesterol bueno y aumentan la resistencia a la insulina (lo que incrementa el riesgo de diabetes). Aunque trans e hidrogenado son adjetivos que se utilizan indistintamente, en realidad, son dos conceptos diferentes. Debido a procesos bacterianos naturales, las grasas trans se encuentran en pequeñas cantidades en carnes rojas y lácteos enteros, pero también se generan artificialmente mediante el proceso industrial de hidrogenación. Gracias a las grasas hidrogenadas, los alimentos se vuelven más apetecibles, untuosos, aromáticos y duraderos, por eso, los productos elaborados son los que más tienen: bollería y frituras industriales, palomitas de microondas, snacks y aperitivos salados, precocinados... Numerosos estudios científicos recomiendan erradicar estas grasas de la dieta, o al menos, que no representen más de un 2% de las calorías diarias.
7. Isoflavonas
Legumbres como las alubias o la soja, las semillas de lino y ciertas plantas como el trébol rojo contienen estas sustancias fitoquímicas a las que se recurre, sobre todo, para calmar las molestias de la menopausia, pero que también se han revelado como potenciales protectoras frente al cáncer y las enfermedades cardiovasculares. Sus beneficios para la mujer se encuentran en que pueden actuar en su organismo como estrógenos débiles. Tanto la soja, como los productos derivados de ella -leche, yogures-, así como otros productos como cereales de desayuno se venden enriquecidos con estas sustancias.
8. L Casei. Una conocida marca de lácteos hizo popular este fermento láctico en forma de yogur que ayuda a fortalecer el sistema inmune, además de activar la flora intestinal. Recientes informaciones difundidas en Internet, que carecen de respaldo científico, ponen en duda su efectividad. Afirman que el refuerzo externo puede empobrecer la respuesta inmunológica al dejar de consumir yogures con L Casei. En resumen: el organismo se hace vago y no produce esta bacteria. La multinacional responde que "es bulo", que "ninguna autoridad sanitaria" respalda estas afirmaciones y que "el cuerpo humano no genera ningún tipo de bacteria y, por lo tanto, es absolutamente imposible que nuestro organismo deje de generar L. Casei, cuando ni tan siquiera lo produce".
9. Omega 3 y 6 (ácidos grasos). De forma natural los encontramos en aceites vegetales: los omega 3 en oliva, soja, frutos secos, y los omega 6 en girasol y maíz. Se trata de ácidos grasos esenciales, que el cuerpo no puede sintetizar, y que debemos obtener de la alimentación. No sólo regulan el nivel de colesterol, sino que tienen otras funciones como las de generar energía, mantener la temperatura corporal, regular el agua y el sodio a nivel renal... Aparte de los aceites vegetales, podemos encontrar artificialmente los omega en lácteos.
10. Prebióticos/Probióticos. Presentes sobre todo en yogures y otros productos lácteos, el consumidor suele confundir ambos términos. Los probióticos son microorganismos que pueden afectar a la flora intestinal, eliminando algunos agentes patógenos, mejorando el tránsito intestinal y pudiendo tener efectos inmunoestimuladores. Los L Casei y los Bífidus son probióticos. Los prebióticos no son seres vivos, sino compuestos alimenticios que no se digieren y que sirven de alimento para las bacterias que conforman la flora intestinal. Algunos yogures y zumos se publicitan como prebióticos.