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INGREDIENTES (4 personas)
8 rebanadas de pan de molde
4 filetes de contramuslo deshuesado
Jamón York
Queso en lonchas
Lechuga
Tomate madure
Bacon
Mayonesa (Aceite suave o de girasol, un huevo, sal y limón)
Mostaza de Dijon
Duración: 15 minutos
Seguimos intentando arreglar las cenas con ideas caseras, fáciles y rápidas. En esta ocasión las sobras que ocultaba la nevera me llevaron a probar el clásico y famoso "Sandwich Club". Sus variantes son muchas y cada país tiene sus pequeños toques que le hacen gozar de múltiples personalidades: con huevo frito, repollo, pavo asado, salsa César... Yo opté por una sencilla combinación de elementos. Como dijo Groucho: "Jamás pertenecería a un club que aceptase a alguien como yo de socio". Se lo habría pensado mejor si hubiese tenido entre sus manos este sandwich. Comienza la construcción...
Empezamos haciendo la mayonesa. En un vaso alto incorporamos el huevo (a temperatura ambiente), un pellizco de sal y un poco de limón o vinagre. Vamos batiendo y añadiendo el aceite poco a poco hasta que espese. Una cosa hecha.
Tostamos el pan en una sartén por ambas caras y reservamos. Freímos el bacon y el pollo, salpimentado, hasta que queden bien doraditos. Sacamos y reservamos. Lavamos bien la lechuga y el tomate y ya tenemos todos los ingredientes preparados para el montaje.
Aquí va mi forma... Primer piso: cogemos una rebanada, la untamos de mayonesa, colocamos el queso y el jamón. Untamos mayonesa en otra rebanada y tapamos. Segundo piso: mayonesa al canto, hojas de lechuga y tomate en rodajas. Más mayonesa y tapamos. Tercer piso: mayonesa, las tiras de pollo y el bacon. Una última rebanada con mayonesa y listo.
El sandwich ya está montado, sólo queda cortarlo en cuñas. Para ello le clavamos cuatro brochetas y vamos sacando los triángulos. Disponemos en un plato, acompañamos con unas patatas chips y a desencajar las mandíbulas...
Película ideal para degustar este plato
KING KONG
(Mercia C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933)
Investigando por la red sobre los orígenes de este sandwich, veo que probablemente su epicentro surge en el estado de Nueva York a finales del siglo XIX, en Saratoga Springs. La esencia de este bocado son los numerosos pisos que se elevan como si de una torre se tratase. Pues bien, con dos elementos como "Nueva York" y "edificio", es imposible que mis neuronas no se fijen en el emblema cinematográfico por excelencia: King Kong. La del 33 para ser exactos. Es decir, la buena. Es decir, la que supuso una revolución en la industria y en sus capacidades para transportar al espectador a mundos misteriosos, gobernados por la octava maravilla. La obra supuso (y creo que supone) uno de los mayores adelantos en la pantalla, donde los efectos especiales hacían cobrar vida a monstruos sólo vistos en nuestra imaginación. Se trata de una versión de la bella y la bestia a gran escala, nunca mejor dicho. Un relato que conjuga terror, suspense, aventura, erotismo y amor, y que sin duda hizo brincar de las butacas a todos los que tuviesen a bien dejarse caer por los teatros de los años treinta. Nuestra receta juega con los elementos más básicos de esta obra maestra de la ciencia ficción, no sólo por la obvia comparación de edificio-rebanada, sino también en término algo más psicoanalíticos: un monstruo (ningún sandwich hasta entonces gozó de ese tamaño) que asombra por su grandeza y que interiormente alberga todo tipo de sentimientos; desde el clásico dúo amoroso (jamón-queso), pasando por la odisea selvática (lechuga) y terminando en un duelo en la cima del Empire State entre ese coloso animal (el pollo) y los correosos aviones (o tiras de bacon) que tratan de abatirlo. Sin duda alguna, "King Kong" es una de las más grandes historias del cine. Que resuenen los tambores... o vuestras tripas.