Al exceso de calorías hay que unir otros problemas ligados al estilo de vida de los niños europeos. La mayoría no hacen el ejercicio físico que necesitan y son muy sedentarios. La obesidad se debe fundamentalmente a circunstancias que poco tienen que ver con condicionantes genéticos y hormonales (sólo un 30% de obesos lo son debido a estos motivos).
Aunque existen individuos con cierta tendencia a ganar kilos de más, la mayoría de los niños con problemas de sobrepeso comen mal y acusan la despreocupación de sus padres por su alimentación. También hay que tener en cuenta que, en el colegio, el control paterno desaparece, y el niño puede administrar mal el poco dinero que recibe de sus progenitores, gastándoselo en chucherías, dulces y refrescos.
Los niños que van regularmente al pediatra tienen menos riesgo de sufrir obesidad, ya que el médico es capaz de detectar desde el principio pautas de salud que pueden desembocar después en un problema de sobrepeso. Por su parte, la adolescencia se caracteriza por ser un momento crucial en el desarrollo físico: en esta etapa también se dan muchos casos de obesidad, ya que muchos jóvenes reducen la cantidad de horas que dedican al día al ejercicio físico y padecen una importante revolución hormonal.
Un poco de ayuda paterna
Si para una persona adulta es difícil adaptarse a dietas estrictas de 1.500 calorías, en las que sólo se puede comer verdura hervida, pollo a la plancha y queso fresco, la frustración en un niño es mucho mayor, sobre todo cuando todos sus amigos pueden disfrutar de los alimentos y chucherías que a él se le niegan. Los padres, en estos casos, se convierten en 'los malos de la película'.
Una opción muy saludable es acompañar al pequeño en su esfuerzo contra los kilos con una dieta similar, además de permitirle de vez en cuando algún capricho. Compartir con él una alimentación sana y equilibrada no sólo le dará confianza, sino que le servirá de ejemplo. El truco para que no se desanime está en que si, por ejemplo, un día se salta la dieta por cenar pizza con los amigos, pueda compensar el exceso de calorías al día siguiente.
Menú habitual de los niños (más de 2.100 calorías diarias):
Desayuno: leche con cacao, galletas o magdalenas. Almuerzo: zumo, refresco con gas y bollería industrial (palmera, donut, napolitana...). Comida: espaguetis con tomate, filete con patatas y postre lácteo o helado. Merienda: bocadillo de fiambre o sándwich o bollos, chucherías, bolsa de patatas fritas. Cena: tortilla de patata, fritos congelados, pizza, hamburguesa.En la alimentación más habitual entre los niños encontramos un importante exceso de grasas saturadas y comidas hipercalóricas, con un considerable abuso de la comida rápida. A los jóvenes les encanta la pasta, las pizzas, las hamburguesas... alimentos muy sabrosos, pero con demasiadas calorías. Lo primero que tenemos que hacer es eliminar estos productos de la alimentación habitual, pero no descartarlos como un premio excepcional al esfuerzo de una dieta estricta. Eso sí, siempre a mediodía y nunca como cena.
También tendremos que eliminar ciertos productos precocinados, que se caracterizan por ser hipercalóricos y poco alimenticios. Es el caso de los sándwiches envasados o los fritos congelados, como croquetas, patatas, calamares, varitas de pescado o 'nuggets', que contienen mucha grasa, carbohidratos y calorías.
Otra costumbre entre los escolares, insana para el estómago y para la salud, es salir de casa sin desayunar. Este hábito provoca que, a la hora del recreo, la mayoría opten, para matar el hambre, por repostería con exceso de grasa y azúcares y escaso valor nutritivo.
Los refrescos gaseosos de fruta o cola son otro de los compañeros habituales de los más jóvenes. En Estados Unidos, las autoridades escolares de Los Ángeles decidieron prohibir recientemente este tipo de bebidas en las dispensadoras de comida de los centros docentes como medida parcial para atajar el problema de la obesidad infantil. En otros estados americanos como Texas han eliminado directamente las máquinas con chocolatinas, aperitivos de patata y bollería.
Los refrescos carecen de valor nutritivo y tienen exceso de azúcares, por no mencionar que el gas no es el mejor aliado del estómago. El agua mineral, los zumos, la leche y batidos son la mejor opción a la hora de saciar la sed fuera de casa.
Por su parte, las galletas y el pan son excelentes fuentes de hidratos de carbono, muy necesarios para el organismo. Sin embargo, no conviene abusar de su consumo. Serán mucho más beneficiosos si le incorporamos una buena ración de fibra, así que optaremos siempre por productos integrales. En el caso de las galletas, existen variedades integrales deliciosas que no decepcionarán el paladar de los niños más golosos.
Por último, es muy importante habituar a los pequeños a comer verdura y fruta. Son, por lo general, productos hipocalóricos, ricos en vitaminas, minerales, y, en el caso de la fruta, con cantidades moderadas de carbohidratos y azúcares. Además, el sistema digestivo lo agradecerá gracias a su importante contenido en fibra, fundamental para combatir el estreñimiento.
Menú que proponemos (1.800 calorías):
Desayuno: zumo natural, leche, tostada con margarina y mermelada. Almuerzo: fruta, zumo. Comida: legumbres (lentejas, cocido) o pasta o arroz, ensalada, pechuga de pollo o filete de ternera a la plancha. Merienda: fruta, yogur o queso, montado de jamón serrano con aceite de oliva. Cena: puré o sopa, sardinas o ensalada de atún con tomate, leche.
El menú más idóneo para un niño puede ser similar al que te proponemos. Lleno de alimentos ricos en nutrientes y que no suponen un suplicio para los niños a la hora de comer, ni siquiera para aquellos que tienen más apetito. No puede faltar el calcio para unos huesos en pleno desarrollo: los productos lácteos desnatados proporcionan todos los minerales de la leche, pero carecen de grasa. El queso, aunque es graso, tiene abundantes minerales y permite saciar el hambre a media mañana o por la tarde.
El aceite de oliva en crudo es fundamental para el sistema cardiovascular y el pan, rico en carbohidratos, importante para proporcionar energía. No está de más variar las tostadas con margarina y mermelada por unas tostas con aceite de oliva para desayunar.
Por otra parte, es muy importante introducir las legumbres en la dieta infantil, aunque muchos niños suelen rechazarlas. Debemos insistir en ello puesto que son tan energéticas como la carne, pero a la vez bajas en grasas. Además, suministran cantidades elevadas de minerales imprescindibles para el desarrollo como el hierro y el calcio.
El pescado azul debe ser otro de los aliados de la dieta de los jóvenes. Las sardinas, el atún, el lenguado o los boquerones son ricos en minerales y ácidos grasos, imprescindibles en la alimentación por sus propiedades beneficiosas para el corazón y la circulación sanguínea.
La proteína puede venir de pescados, carnes o huevos. Evitaremos abusar de los empanados y fritos. La carne y el pescado se puede comer a la plancha, o aderezado con ajo y perejil; mientras que los huevos se pueden degustar cocidos en ensaladas o bocadillos y en tortilla francesa.
Para finalizar, aunque es bueno aplicar este tipo de dieta a todos los niños, es conveniente ajustarla fundamentalmente en casos de obesidad. Cada persona tiene sus propias necesidades calóricas y se dan casos de niños inquietos que no engordan nunca porque gastan todas las calorías que ingieren. En los casos de incipiente obesidad, como siempre, lo mejor es seguir el asesoramiento del médico o de un especialista en nutrición y dietética.