Un texto de libro 'VIOLETA EN EL CIELO CON DIAMANTES' (Fernando Rayuela)

Este texto esta sacado de este libro que me he leido, tiene una parte interesante sobre la cocina, algo fuera de lo normal.

- Por fin llegamos a un pueblo. No recuerdo su nombre. Un pueblo cualquiera con las calles vacías de gente y manchadas de excrementos. Ni siquiera un pueblo, sino más bien un cuatro casas colgadas de un repecho de la montaña. Mi padre detuvo el coche junto a unos haces de paja. Chispeaba aún. Unos aperos de aventar grano parecían estar allí olvidados desde el principio de los tiempos. Anduvimos en busca de alguien que pudiera indicarnos dónde comprar empanadas, pero todo parecía estar muerto. De  pronto, asomada al ajimez de un pajar, vimos la cara embrutecida de una mujer. Tenía el pelo desgreñado y unos observaba igual que si hubiéramos llegado de la luna. Mi padre se apresuró a darle los buenos días con el abanico floreado de su sonrisa. La  mujer farfulló por lo bajo palabras incomprensibles.

-Vosotros venid aquí -nos ordenó mi madre a mí y a mi hermana-, no vaya a salir un perro y os muerda.

Mi padre se acercó un poco más a ala casa e intentó entablar conversación con aquella mujer. Le explicó lo que queríamos:

-Estos montes son de liebres, deben de salirles ricas las empanadas, ¿verdad?.

La mujer gesticuló en sentido afirmativo desde el quicio de su atalaya. El sol entre las nubes le untó de refilón la cara y pudimos apreciar entonces que le lucía enorme y rosa como las de los cerdos.

-¿Llevan cuartos? -preguntó desconfiada en un español que le costaba trabajo articular.

-Los pocos que tenemos –respondió mi padre intentando congraciarse con ella.

-Vayan a donde las cuevas, por allá andará El Nublo haciéndolas.

Cruzamos las pocas casas que juntaba el pueblo y continuamos por una senda que repechaba monte arriba. Otra por allí no había. Un hombre nos salió al paso a medio camino y se quedó mirándonos con indiferencia. Vestía un pantalón de pana muy gastado y una camisa de lana gris. De la mano derecha le colgaba una liebre que acababa de sacar de un cepo. Dijo ser Mocho El Nublo cuando mi padre le preguntó. Se estrecharon la mano y el hombre sonrió cuando supo a lo que íbamos.

-Vengan, vengan a la cueva, que ahí las tengo macerando.

-Aquel individuo con contó que las empanadas las había aprendido a hacer en Teruel, cuando la guerra, con gato. Ahora los tiempos venían abundantes y saltaban bien las liebres del monte, pero de sabor, para él, iban mejor provistas las de gato.

- La gente se remilga -dijo El Nublo-, hambre debía pasar como entonces y a tomar por saco los remilgos.

- La liebre le culebreaba en la mano igual que se pretendiera evadirse a su destino de vianda, pero aquel hombre de aspecto desapacible la tenía bien sujeta y no la dejaba escapar.

-Tcha, tcha, bicho, que te voy a escaldar igual. El gato, lo malo que tiene -continuó diciendo- es que enseguida de muerto se le pone tiesa la carne y ya no se puede masticar. Lo que hay que hacer es envolverlo en trapos, mojarlos en vino y enterrarlo en un hoyo a dos  brazadas de profundo para que se reblandezcan las tripas. Al cabo de cinco días se saca, se hierve y ya está listo para empanar.
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