ENTREVISTAS IMAGINARIAS: Tercer Entrevista


por Norma Alasia

–  ¿Dormiste bien?, preguntó Cynthia a Z desde la cocina mientras preparaba el café. Los chicos volvieron tarde, ¿los escuchaste?
– Imposible no escucharlos. Sí, gracias, dormí bien. ¿Te sirvo jugo de naranja?
– Síp. Hoy viene un escritor que acaba de publicar su primer libro con ilustraciones propias, Marco Safiro.
– Tiene muchos premios en su haber, parece interesante. No por los premios, por lo que hace, comentó Z.
– Me gustan sus dibujos en blanco y negro; ¿viste los retratos que hizo? Me dejaron sin palabras.
– ¿Le encargamos que haga un dibujo del estudio que montamos en esta casa con todos nosotros trabajando?, preguntó Z.
– Lo decís en broma, respondió Cynthia.
– A decir verdad , no. ¿Desayuno de trabajo?
– Desayuno de trabajo.

3ra. Entrevista

– Melvin era sensacional. Entiendo que podía parecer frío a quienes no lo conocían pero nosotros, sus amigos, jamás lo olvidaremos. Él siempre hacía referencia a los almuerzos informales que compartíamos en la playa o a los “afternoon tea” que nos preparaban su madre y su abuela, dos mujeres sensacionales con manos de seda que parecían volar cuando caminaban a orillas del mar con sus largos vestidos y sus amplias capelinas. Ellas se deslizaban por la vida; las dos enviudaron siendo muy jóvenes y supieron alejar de sus vidas cada obstáculo que se les presentó.
La gente mal intensionada procuró dibujar una imagen errónea de Melvin; hubo, incluso, quienes insinuaron que era gay. Nada más absurdo y ridículo. Él tuvo un gran amor, una joven encantadora, con un gran carisma y muy culta; basta leer con atención sus cuentos para darse cuenta de ello pero, demás está decir que quienes inician este tipo de rumores malintencionados no tienen tiempo para leer, para disfrutar de un buen libro y de una reconfortante taza de té porque si así fuera serían otras las palabras que saldrían de sus bocas. El amor era una constante en su vida, puedo asegurarlo.
Disculpe que use su programa para hacer mención a esto pero me veo en la obligación de decirlo porque las mentiras bajas deben quedar al descubierto.
Y ahora sí, hablemos un poco de mí.
–  Éste no es mi programa, es de los invitados; yo simplemente soy el nexo entre Ustedes y la gente que lee sus obras y los admira. Cada persona que se sienta en ese sillón puede expresarse como Usted lo hizo, con altura y con respeto.
– Cuando su productora me llamó para invitarme a venir habló con sinceridad cuando me dijo que mis cuentos le conmovían pero que no le sucedía lo mismo con mis novelas; sin embargo, y esta apreciación también la hizo ella, son mis novelas quienes me van a dejar mejor ubicado en el mundo de las letras, al menos para quienes siguen las estadísticas. Y es cierto. Gané una considerable cantidad de premios y puedo decir que debo mi fortuna a ellas, pero me siento realizado gracias a mis relatos y mis cuentos. No me avergüenzo, es la verdad.
Mi último libro, que saldrá a la venta en unos días, es un libro de cuentos, en su mayoría cortos. Lo empecé a escribir una tarde de invierno sin darme cuenta; estaba convaleciente, había tenido una gripe interminable y aún el médico no me había dado el alta pero yo necesitaba escribir. Entonces lo hice sin salir de mi habitación; no sé si Usted sabe que yo sólo puedo trabajar en mi estudio pero cuando una persona se encuentra débil, sin fuerzas para caminar y quiere trabajar debe hacerlo en las circunstancias que se le presentan y adaptarse a ellas. Yo lo hice desde mi cama; mi confortable cama que sirve muy bien para el propósito para el que fue construida y que no es, precisamente, escribir.
– Me sentí conmovido por algunas de las ilustraciones que nos regala en su último trabajo. ¿Cómo nació la idea de acompañar el texto con ilustraciones realizadas con diversas técnicas?
– Es Usted muy buen observador, lo felicito; a más de un colega suyo le hubiera podido mostrar un grabado o un dibujo hecho en lápiz y ni siquiera lo hubiera notado. Y ahora, respondiendo a su pregunta, le cuento que las bellas artes siempre fueron un hobby importante para mí; comencé ilustrando los libros que escribía mi hermana cuando era muy chico.
– ¿Tiene una hermana escritora? Disculpe la interrupción pero me sorprendió con este dato.
– Lo entiendo, tanto Usted como sus colaboradores investigaron a conciencia sobre mi vida, lo percibí desde que entré a este estudio, e ignoraban este particular. Sí, tengo una hermana diez años mayor que yo; ella es maestra pero nunca ejerció y como mi padre no le permitió trabajar fuera de casa, lo hizo desde su habitación. Tenía un escritorio estilo victoriano, herencia de una de nuestras abuelas, y trabajaba incansablemente con la esperanza de que algún día sus libros ayudaran en la tarea de alfabetización en nuestro país y yo, con gusto y mucho amor, realizaba todos los dibujos que ella me iba pidiendo. Pero un día, en un baile al que asistió contra su voluntad, conoció a su futuro marido. Un buen hombre, con una excelente posición, y me animo a decir que son felices; tuvieron cuatro hijos adorables y su carrera como escritora quedó en el olvido, aunque no pienso que el nacimiento de mis sobrinos haya influenciado en eso. Creo fervientemente que cada uno de nosotros es responsable por las decisiones que toma en su vida y ella decidió dejar las letras, pero tiene un hermoso jardín. Mi espíritu se llena de gozo cada vez que los visito, la vista que tienen desde la sala parece de otro mundo, es un placer tomar el té ahí.

– ¿Podemos decir que tuvimos un día agotador?, preguntó Cynthia mirando a Z de reojo.
– Sí, decilo en voz alta y sin temor.
– ¿Y qué fue lo que más te cansó?
– Me inquietaba que Safiro tuviera un discurso hecho para cada tema que le proponía, ninguna respuesta me parecía lo suficientemente espontánea. Apenas pasa los cuarenta y habla como si fuera un octogenario, dijo Z enfatizando cada sílaba con una pizca de enojo.
– Cuando habló de su hermana y de su cuñado y de que cada uno es responsable por las decisiones que toma, no sé qué habrá querido decir.
– Quizás el cuñado y él pertenezcan a bandos opuestos, dijo Z con una sonrisa.
– ¿Nos concentramos en nuestra cena, señor periodista?
– De acuerdo, respondió Z dirigiéndose hacia la heladera con su celular en mano mientras decía: pegué ahí un adhesivo con el teléfono de un restaurante chino que hace entregas a domicilio.

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