Este cráter de unos 69 metros de diámetro y 30 de profundidad está situado en pleno desierto de Karakum (Turkmenistán) y toma su nombre de la aldea más cercana al mismo. El desierto, que ocupa aproximadamente un 70% del país (350.000 kilómetros cuadrados) es muy rico en petróleo y gas natural.
Este particular fenómeno no tiene un origen natural, sino que curiosamente es obra del hombre. Allá por los años 70 un grupo de geólogos soviéticos acudieron a la zona en búsqueda de gas natural y efectuaron las correspondientes perforaciones. En una de ellas se tropezaron con una caverna subterránea que originó que todo se viniera abajo. Como en el interior de cráter existía una enorme concentración de gases tóxicos, concluyeron que bajar a recuperar su equipo era una labor de riesgos altamente elevados, y decidieron por tanto que lo mejor era prenderle fuego.
Una vez que los gases se hubieran consumido, sería el momento de bajar e intentar recuperar sus costosos equipos de excavación. Sin embargo, la idea no resultó ser la más adecuada, los soviéticos minusvaloraron la dimensión del cráter y el alto contenido en gases y hoy, cuatro décadas después, sigue ardiendo sin que haya habido interrupción alguna desde el año 1971, motivo por el cual se le ha bautizado como la "puerta del infierno".
George Kouroumis en el pozo de Darvaza
Pese a la dificultad de acceso a la región en que se encuentra y a las elevadas restricciones burocráticas para visitar la zona, muchos curiosos acuden a este desolado lugar para contemplar este conocido fenómeno. Sin embargo, las elevadas temperaturas que emanan de su interior sólo permiten acercarse a sus bordes escasos minutos ya que pronto la temperatura se vuelve insoportable. Por las noches el espectáculo de este cráter ardiente alcanza toda su magnitud, con una semejanza total a un ardiente cráter volcánico, haciendo honor a su particular denominación.
En el año 2015 el explorador canadiense George Kourounis se convirtió en la primera persona en descender al interior del pozo, ataviado con un traje térmico. Tomó varias muestras del suelo y confirmó la existencia de organismos viviendo en él a nada menos que 400º C de temperatura.