Es ahora, y a partir de un estudio llevado a cabo con animales en la Universidad de Nueva Gales de Sur (Australia), cuando sabemos que esa inflamación es capaz de alcanzar el hipocampo cerebral, afectando nuestra capacidad de memoria y formación de recuerdos.
El hallazgo sorprende más por la velocidad de actuación que por la actividad inflamatoria en sí. En tan sólo una semana, e incluso antes de notarse un aumento de peso, los animales alimentados con comida basura ya sufrían una pérdida de capacidad cognitiva, irreversible además al retomar hábitos de alimentación saludable.
Un apunte más en definitiva contra una auténtica bomba alimentaria: la comida “chatarra”, capaz en última instancia de aumentar la resistencia a la hormona leptina (hormona del hambre), responsable de regular la sensación de apetito y saciedad.
La leptina es un mensajero químico que se sintetiza en las células grasas y viaja a través del torrente sanguíneo hasta el cerebro para transmitir la sensación de plenitud que determina el final de la comida. La resistencia a esta hormona se entiende no como una deficiencia de la misma, sino como una disfuncionalidad asociada entre otras causas a la ingesta en una única comida de la cantidad total de grasas y calorías diarias recomendadas.
Una disminución de los niveles de leptina o una disfuncionalidad de la misma puede traducirse en sensación de hambre y copiosas ingestas derivadas de una interpretación defectuosa de saciedad.
Entre los alimentos que contribuyen a aumentar los niveles de leptina funcional en sangre, y por lo tanto a controlar la sensación de apetito, se encuentra el chocolate negro.
Comer en exceso, y especialmente comida rápida, puede dañar los canales de transmisión al hipotálamo de las señales reguladoras de la sensación de hambre, de forma que una dieta rica en grasas saturadas y carbohidratos puede traducirse en una disfunción metabólica de las hormonas implicadas: la leptina y la grelina, esta última responsable de aumentar el apetito.