Los mercados: inspiración para Martha Chapa

El abasto me brindó desde la niñez una forma de visión muy especial, al propio tiempo que una bella educación para mis sentidos. Ese universo me condujo por caminos infinitos y mágicos de aromas, tonalidades y texturas. Aún más, estoy segura de que el artista cuando establece contacto con las frutas, las hortalizas, las semillas o las flores, recrea escenas deslumbrantes, que pueden alcanzar la categoría de obras de arte.

Aquí tenemos ejemplos contundentes: Diego Rivera, quien pintó vendedoras de frutas y se solazó en nuestras flores, como aquella mujer que abraza con ternura un manojo de alcatraces. También, otros pintores y con un sello tan particular como es el caso de Rufino Tamayo, tan vinculado a las sandías, o bien Olga Acosta con su “Vendedora de Frutas”, llena de luz y colorido, y así, en mi caso, las manzanas que se han convertido en lenguaje e icono de mi trabajo plástico.

Los mercados en palabras de Martha Chapa, Tintero


Si “Los mercados son museos efímeros”, como dijo André Malraux, entonces sus palabras se traducen en anhelos de proyectos gastronómicos y literarios, ya que son galerías de la vida donde podemos comprender una parte importante de nuestro mundo. Poseen mil y un colores, olores, sabores, historia, mitos, leyendas y una contundente realidad social, como si fueran milagrosas apariciones que se presentan ante nuestros ojos para luego transferirlos al lienzo.

Por igual, registro las texturas de las calabazas o las lechugas, y en los oídos, guardo los murmullos de la gente, y compruebo la redondez de un melón o una sandía, que al calarlas son actos de magia pura.
Visitar un mercado significa establecer un contacto directo con la naturaleza. Y al paladear esos miles de manjares, se confirma que de alguna manera nunca hemos salido del Paraíso.

Es fácil comprender entonces por qué cuando llegaron a México los conquistadores españoles se deslumbraron con la intensidad de nuestros centros de intercambio alimentario, los cuales reseñaron con admiración en sus crónicas, Bernal Díaz del Castillo y fray Bernardino de Sahagún. El mismo Cortés, en su segunda Carta de relación, enviada a Carlos V el 3 de octubre de 1520, testificó una emotiva descripción de los tianguis.

Visitar un mercado significa establecer un contacto directo con la naturaleza. Y al paladear esos miles de manjares, se confirma que de alguna manera nunca hemos salido del Paraíso.

En los mercados he sostenido algunas de las más interesantes conversaciones de mi vida, porque poseen una frescura y autenticidad inigualables. Cuando acudo a estos lugares a “las marchantas y los marchantes”, los siento amistosos, sabios consejeros y conocedores de las bondades de los productos que venden y, al propio tiempo, transmisores y termómetro de sucesos políticos, de rumores de toda clase, incluso de la vida privada de los políticos que están en el candelero o la desgracia, y en fin propiciadores de mitos y leyendas. Mientras abren una piña, horadan al ser humano que tienen enfrente. Bella y sabia forma de interpretar la existencia, en tanto que son grandes conocedores del alma humana.

El mercado es centro de convivencia, lugar donde se practica la verdadera democracia —“Monta tanto, tanto monta, Isabel como Fernando”—, ya que la alimentación ofrece el privilegio único para unir a todas las clases sociales: lo mismo come un monarca que un plebeyo, un presidente o un auxiliar. Para conocer un país, su grado de libertad, su cultura, economía y el sentir de la sociedad es necesario frecuentar sus plazas, ferias y mercados, amén de las fondas, taquerías y restaurantes de corte popular y por supuesto no descarto uno que otro de postín. “Dejadme primero ver el mercado que luego iré al cielo”, nos dice fray Diego Durán, porque para conocer cualquier país, y México no es la excepción, es imprescindible visitar los mercados.

Los Mercado, inspiración para Martha Chapa
Imagen © ProtoplasmaKid / Wikimedia Commons

Y qué decir de la Ciudad de México, donde existen espacios maravillosos, como la Central de Abasto, considerado el mercado más grande del mundo, además de otros muy importantes y de enorme tradición: la Merced, Jamaica, San Juan, San Ángel, Sonora, en fin, tantos que nos revelan con exactitud el mosaico cultural que conformamos.

Tarea pues obligada para nuestra generación y las futuras es impulsarlos y conservarlos, especialmente cuando los mercados han dejado de crecer en número y hasta peligra de manera contundente su existencia. (Desde la época del presidente Adolfo Ruiz Cortínez no se ha construido ninguno nuevo). Sus entenados son las tiendas de autoservicio, los supermercados de corte americano, funcionales pero fríos, o bien los mercados sobre ruedas, que ni en su conjunto alcanzan la grandeza del prehispánico Mercado de Tlatelolco.

Y admito con tristeza, que estos descendientes de los ancestrales tianguis, no conservaron la grandeza de sus abuelos como tampoco los pregones ni el trato humano y hasta el proverbial regateo.
Por eso, debemos mantener al menos en nuestra memoria colectiva, estos tiempos de la naturaleza, en homenaje del país, si no es que mantener y engrandecer los mercados populares de nuestros días.

Imagen de cabecera © Carlos Adampol Galindo vía Flickr, CC

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