Camino de Santiago día 1: en tierras leonesas descubrimos el Gomasio

Gomasio


Desde hoy y durante algunas semanas voy a publicar unas entradas poco habituales en este blog. En todo el tiempo que lleva de vida me he centrado en compartir recetas y temas cien por cien gastronómicos, pero estas vacaciones he vuelto del Camino de Santiago y me apetece mucho escribir cómo lo he vivido.

Para mi es un viaje muy especial. Con los ojos de un turista los paisajes son preciosos y pasas por muchos sitios interesantes que tratas de inmortalizar, cámara en mano, para mostrar a la vuelta las fotos de las vacaciones a los amigos y familiares.

Con la mirada de un peregrino puedes llegar a ver tu propia alma y la de los demás. Esto no hay ninguna cámara que pueda captarlo. Digo esto para “excusarme” por adelantado porque no vais a ver en estas entradas muchas fotos. Llevamos una cámara compacta bastante limitada en cuanto a prestaciones, pero ligera, y apenas la sacamos durante todos estos días. Pero, como decía, en las fotos no cabe la esencia de lo que se vive en el Camino. Las fotos no serían un recuerdo fiel del viaje.

Dicen que si alguna vez caminas como peregrino solamente 50 metros del Camino de Santiago, seguramente en ese momento no te estás dando cuenta pero ya estás enganchado, y cuando lo termines (llegues o no a Santiago) y estés de vuelta a casa, ya estarás planeando volver.

He hablado con muchas personas que lo han hecho y la mayoría repiten. Yo soy una de ellos. Mi primer Camino fue en el 2006, en bicicleta, y desde entonces he soñado con volver incontables veces.

Finalmente, 8 años más tarde empezamos a entrenar para las largas caminatas, para soportar el peso en la espalda, para las duras subidas y bajadas, para aguantar el sol de las tierras leonesas en verano y las lluvias de Galicia… y compramos dos billetes de tren a León, solamente de ida. La vuelta, si todo iba bien, sería desde Santiago aproximadamente 2 semanas más tarde.

Esa primera noche dormimos en un albergue de León y empezamos a caminar al día siguiente cuando todavía no había amanecido. La misma ciudad que la tarde antes estaba a rebosar de gente en las terrazas y en los bares se me volvió infinitamente más bella con las calles solitarias iluminadas débilmente por farolas de luz anaranjada. El casco antiguo tiene un aire medieval excepcional antes de que salga el sol y todo sigue en silencio.

El primer día del Camino la pregunta en la puerta del albergue suele ser “¿y ahora hacia dónde voy?”. Como Dorothy en El Mago de Oz: “sigue el camino de baldosas flechitas amarillas” ;)

Todo el Camino está lleno de flechas amarillas que indican la dirección a Santiago. En las ciudades, además, suelen tener marcados los adoquines. En León tienen unas preciosas vieiras doradas en el suelo. Sólo son señales pero aprendes a quererlas porque te acompañan todo el camino y te recuerdan que no te has perdido y que cada vez te faltan unos pasitos menos para llegar a Santiago.

Vieira Leon


Avanzamos de madrugada por las calles de León, siguiendo la dirección de nuestras amigas flechas y vieiras, y en seguida empezamos a reconocer otras figuras con mochila en la espalda y bordón en la mano… y nos recorre una sensación extraña al darnos cuenta de que todos vamos al mismo sitio, juntos y solos a la vez. En seguida les cogemos cariño: a la chica rubia que pregunta a alguien de allí por la catedral a pesar de ser todavía de noche y toma la dirección contraria al resto, a la japonesa que lleva una mochila más grande que ella misma y que la cubre con una capa verde (¡qué energía tiene la japonesa a pesar de ir tan cargada!), a la pareja que apenas hemos visto de espaldas y que en seguida perdemos de vista.

Empieza a amanecer mientras salimos de León y ahora viene el que, dicen, es uno de los tramos “más poco agradecidos”. Es normal. León es una ciudad bastante grande y por lo tanto está rodeada de polígonos industriales que hay que atravesar. La verdad es que yo no lo veo tan feo. Será por la densa niebla que lo envuelve ahora todo y que nos permite ver apenas a 10 metros.

Saliendo de La Virgen del Camino ya tenemos que tomar la primera decisión: ¿seguimos por el camino que va paralelo a la Nacional o tomamos la variante por Villar de Mazarife? No nos apetece caminar al lado de los coches, así que tomamos la variante y ahora la niebla se vuelve tan densa que no permite ver casi nada. La sensación de ir caminando campo a través sin ver nada alrededor y sin oír nada más que las propias pisadas en la arena es inquietante.

Algunos peregrinos nos van adelantando… a nosotros ya nos van pesando las mochilas… y de repente adelantamos a una señora que caminaba cojeando apoyándose en su bastón. Nos mira y nos dice “¡buen Camino!” con una gran sonrisa. Me alegro porque parece que no le duele su cojera, o al menos no lo suficiente como para borrarle la sonrisa. Y así se pasa la mañana entre peregrinos que adelantan y otros que adelantamos nosotros. Lo que más me sorprende es que veo más contentos a los que van más lentos. Algunos incluso andan como si cojearan, pero sonríen, con esa sonrisa serena de las personas que valoran lo que realmente es importante. Y lo que no, pues no tiene por qué ocupar un espacio en su mente.

Se nos empieza a hacer tarde para comer pero hace rato que no pasamos por ningún pueblo, y justo en ese momento llegamos a Villavante. Cansados, hambrientos y acalorados, pero al menos tenemos un sitio donde comer antes de llegar a nuestro final de etapa. En la casa rural Molino Galochas nos recibe Mercedes con un menú de alubias pintas, ensaladilla rusa, unos filetes con pimientos del padrón y peras al vino con helado. El sitio, el trato y la comida son inmejorables. Mercedes incluso nos aconseja un buen sitio donde sacarme una foto de recuerdo: al lado del río que pasa por debajo de los ojos del molino. Un lugar precioso. Si no nos hubiéramos propuesto seguir hasta Hospital de Órbigo no me importaría nada pasar aquí mi primera noche ;)

P9080974


Pero en Hospital de Órbigo nos espera el Albergue Verde, que leí que es un sitio donde se respira un ambiente muy especial. Preparan una cena vegetariana para todos los peregrinos que quieran reunirse a cenar juntos y, si tenemos la suerte de coincidir con Mincho, igual hasta nos podremos apuntar a una de sus clases de yoga. Un lujo que no me gustaría perderme, así que seguimos unos cuantos kilómetros más bajo el sol de la tarde, prácticamente solos (porque la mayoría de peregrinos a pie dejan de caminar a mediodía) para llegar a Hospital de Órbigo.

Llegamos al pueblo a media tarde, conseguimos llegar al Albergue Verde y todavía tienen un par de camas para nosotros… ¡qué suerte! :)

Efectivamente, este lugar es especial. Allí conviven personas de diferentes procedencias que, de forma altruista, colaboran en preparar cena y desayuno para los peregrinos que llegamos cansados. Te acogen, siempre te sonríen. Casi te sientes como que te arropan como si fueras un amigo de toda la vida a quien se alegran de volver a ver tras pasar un tiempo separados.

Y seguimos de racha porque Mincho está allí y va a dar una clase de yoga a la que, por descontado, me apunto. 90 minutos de relajación y meditación en compañía de otros peregrinos… y digo bien “peregrinos” porque de unas 10 personas que estamos en la sala de yoga, sólo somos 2 peregrinas, lo cual me resulta sorprendente. No paro de aprender cosas :)

Tras la clase nos sentamos todos a cenar y empiezan a salir los platos del menú vegetariano que amablemente nos han preparado: unas ensaladas con verduras fresquísimas de su propia huerta, berenjenas salteadas, risotto de setas y un bizcocho de manzana sin huevo. Y hay algo que veo que se ponen en prácticamente todos los platos y que les pregunto qué es. Gomasio, me responden, y está riquísimo… tanto que os quiero enseñar a prepararlo y a proponer un ejemplo de dónde usarlo.

No les pedí la receta de su Gomasio, pero, casualidades de la vida, al volver a casa encontré sin buscarlo el blog Cocina en Verde (de Klara Mora) con una receta de Gomasio. Está claro que este aderezo hecho a base de sésamo tostado y salado y yo estábamos predestinados a volver a encontrarnos :)

Es un aderezo que se puede usar en un montón de platos: sopas, ensaladas, cremas, salteados… Su origen es asiático, aunque por su sabor intenso a sésamo tostado yo me imaginaba que sería árabe.

Gomasio
 
Gomasio


Pisto con gomasio

Para el gomasio

Klara nos cuenta que la proporción suele ser de 15 partes de sésamo por cada parte de sal. A partir de aquí las proporciones las podemos variar en función de si lo queremos más o menos salado, pero en mi primer intento con el gomasio, yo preferí mantener sus proporciones.

15 cdtas. de sésamo

1 cdta. de sal marina
Para el pisto

1 cebolla

1 calabacín

1/2 pimiento rojo

1 berenjena

aceite
1. Preparamos primero el Gomasio, que aunque nos saldrá bastante más cantidad de la que necesitaremos para esta receta con pisto, lo podemos guardar durante un par de semanas y volver a usarlo en otros platos. Ponemos el sésamo a tostar en una sarten, removiéndolo constantemente para que no se queme. Sabremos que ya está listo porque se vuelve más tostado y empieza a desprender un aroma muy intenso.

2. Ponemos el sésamo tostado en un mortero y añadimos la sal marina. Con la mano de mortero lo machacamos todo bien. El sésamo al estar tostado se machaca con relativa facilidad y veréis que el aroma que desprende es embriagador.

3. Para el pisto: Pelamos la cebolla, lavamos el calabacín, el pimiento y la berenjena. Lo cortamos todo a dados no muy grandes y desechamos las semillas del pimiento.

4. Ponemos todas las verduras con un par de cucharadas de aceite en una cazuela tapada a fuego medio. Cada cierto tiempo lo iremos removiendo, pero conviene que lo dejemos tapado para que suelte su propio jugo y se cueza en él, quedará más sabroso y más sano porque necesitará muy poco aceite.

5. Para finalizar simplemente servimos el pisto con una cucharadita de gomasio por encima.

Pisto con gomasio
Gomasio


En el Albergue Verde ya hace un rato que se ha hecho de noche. Mañana nos esperan otros “muchos” kilómetros y queremos madrugar, pero nos resistimos a acostarnos, queremos disfrutar un rato más de esta velada. Es maravilloso estar sentados todos juntos en la mesa y no parar de hablar. No nos conocemos de nada pero tenemos muchas cosas en común. La conversación fluye y nadie juzga a nadie. Me siento feliz de terminar así nuestro primer día, sé que lo vamos a recordar toda la vida.



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