El día antes caminamos de Hospital de Órbigo a Santa Catalina de Somoza e hicimos hojaldres
Hemos despertado a la misma hora que los otros días pero aquí, en los montes de León, la oscuridad es absoluta. Además no hay luna (pero me maravillan el montón de estrellan que vemos a simple vista) así que tenemos que salir con nuestras luces en la frente. Antes de salir han llegado un par de peregrinos brasileños a desayunar a la cafetería de nuestro albergue y yo voy haciendo mis cálculos… si son las 6.30 y ellos ya están aquí pero vienen, como muy cerca, del pueblo justo anterior que está a unos 5 kms., quiere decir que habrán salido sobre las 5.30… ¡madre mía, menudo madrugón!
Salimos del pueblo y suerte de nuestras luces frontales, porque no se ve nada de nada. Lo que no me gusta es que las polillas se sienten atraídas hacia la luz y te las ves venir de cara.
Caminamos nosotros dos solos, en plena noche y sin ningún ruido. Si no fuera porque las estrellas iluminan algo y porque alcanzamos a ver bastante lejos, ya que vamos caminando por en medio del campo, me daría algo de miedo. Pero al contrario, la sensación es de una paz difícil de explicar. El mejor momento del día, sin ninguna duda, son estas escasas horas antes de que se haga de día. No importa madrugar, caminar antes de la salida del sol y ver cómo va empezando poco a poco el día es mágico.
Hoy vamos a llegar a la Cruz de Ferro. Es el punto más alto del Camino, así que hoy toca subida pero por ahora es tan suave que casi ni la notas. Unos kilómetros antes de llegar al pueblo de Rabanal del Camino nos atrapa un chico vasco con el que coincidimos en el Albergue Verde. La fama que tienen los vascos es totalmente cierta. Casi no podemos seguirle el ritmo, a pesar de que es un chico tan positivo que se contagia y nos venimos arriba mientras vamos caminando y charlando con él, pero al llegar a la entrada del pueblo nos paramos en una parada donde hay un águila y él decide seguir. En esa parada, al intentar arrancar de nuevo, me di cuenta que mi pie izquierdo está muy dolorido. Acaba de empezar el día y ya no puedo aguantar el roce de la bota. Decido hacer como ayer por la tarde: me cambio las botas por las chanclas y sigo de esta guisa. El próximo pueblo grande donde podré comprar otro calzado es Ponferrada, y está a 35 kms. de aquí. Tendré que aguantar como pueda en chanclas.
La subida a la Cruz de Ferro se va haciendo cada vez más dura. Ya no es un caminito de arena con pendiente suave, ahora nos tenemos que ayudar con los palos para subir por las rocas. Al llegar a la Cruz la tradición dice que tienes que dejar una piedra que has traído desde el origen. La mía la cogí en la Vall d’Aran y la he llevado en todas las excursiones que hemos hecho antes de venir al Camino. Es una piedra viajera y ahora se queda aquí.
Recuerdo que el otro Camino que hice, en bicicleta, al dejar atrás la Cruz de Ferro, habían unas señales de advertencia a los ciclistas, avisando de bajadas de hasta el 17%. Esto era por la carretera, pero ahora, por el sendero de los caminantes, no veo las bajadas por ningún lado. De hecho, durante un buen rato, parece que continuamos subiendo o vamos en llano. Estamos en la cima, el viento me silva en los oídos y a veces viene una ráfaga que me desequilibra. Hace sol y calor, pero se ven nubes oscuras a lo lejos. ¿Os he contado ya que me aterran las tormentas en alta montaña?
Estoy deseando empezar la bajada, que se que será dura porque es pronunciada y con rocas sueltas… y yo voy en chanclas, pero seguimos caminando por la cima en un trayecto que se hace interminable. Tanto que, por primera vez, tenemos que parar a tomar una galleta energética para poder seguir. Es lo único que llevamos de comida y confío en que nos ayudará a aguantar los 11 kms. que quedan hasta el siguiente pueblo, a media bajada de la montaña.
Precaución: peregrinos sueltos
Cuando por fin empezamos la bajada, es mucho más dura de lo que me imaginaba. Kilómetros y kilómetros de piedras sueltas que nos hacen resbalar, una pendiente tan pronunciada que parece que bajemos escalones. Los palos nos sirven de apoyo y para no irnos montaña abajo. La bajada de las bicicletas era una gozada. En un momento llegabas a Molinaseca y sin esfuerzo. A pie, por el camino de piedras, en chanclas y agotados, se hace interminable.
Pasadas las 3 de la tarde llegamos por fin a El Acebo. Este pueblo está a media bajada, pero hoy no seguiremos hasta Molinaseca. Allí es donde iba a hacer noche nuestro amigo vasco, esperemos que haya podido llegar bien!
Nosotros buscamos un albergue y un sitio donde comer. La galleta de cereales nos ha ayudado a aguantar hasta aquí, pero realmente esta etapa es dura en las condiciones en las que la hemos hecho nosotros.
Para estos días es imprescindible haberse alimentado de una forma correcta, con alimentos que nos den aporte importante de azúcares lentos. ¿Como la galleta de cereales que nos ha salvado de morir en lo alto de los montes y terminar devorados por las aves carroñeras? Vale, me he pasado jajaja… Pues igual que la galleta, pero en versión casera. Es el momento perfecto para aprender a hacer una granola casera con manzana y canela. Esta es mi receta, pero la granola permite muchas variaciones. Si algún cereal no es exactamente el mismo, se puede adaptar sin problemas.
Granola con manzana asada con canela
1 manzana
1 cda. de canela en polvo
3 cdas. de zumo de naranja
5 tazas de copos variados: avena, trigo, cebada, centeno…
2 tazas de kamut hinchado
1 taza de avellanas tostadas y sin piel
2 cdas. de sésamo tostado
2 cdas. de pipas de girasol peladas
1 cda. de miel
1 cda. de azúcar moreno
Preparación
1. Pelamos y descorazonamos la manzana. La cortamos en láminas y la ponemos en una fuente al horno a 180ºC durante 20 minutos con el zumo de naranja y la canela espolvoreada
2. Machacamos las avellanas hasta que queden trocitos pequeños. Las mezclamos con los copos, el kamut, el sésamo y las pipas. Añadimos la miel y el azúcar y lo mezclamos todo muy bien hasta que quede una pasta grumosa.
3. Añadimos a la mezcla la manzana y el poquito jugo que haya podido quedar. Lo extendemos todo en una fuente de horno y lo horneamos a 200ºC durante 25-30 minutos, o hasta que quede tostado sin quemarse.
Esta granola se puede comer sola, con leche como si fueran cereales… pero, para mi, como está excepcionalmente buena es con yogur y unas frambuesas.
En el mesón del Acebo donde comemos nos pedimos un par de chuletones y una ensalada. Nos la sirve una camarera que, al ver nuestra cara de susto (¡de la ensalada para 2 pueden comer 6 perfectamente!) nos dice “¿qué pasa? ¿qué pasa? ¡¡que no vea yo que os dejáis algo en el plato!!” jajajaja me ha dado miedo… y de repente caigo en la cuenta de que acabamos de entrar en la comarca del Bierzo. ¡¡Adoro el Bierzo!!. También me gusta la zona de León que acabamos de dejar atrás pero es distinta. Aquí se empieza a respirar más el clima de Galicia. Es más fresco, más húmedo… es una maravilla caminar por la tarde entre sus viñedos. Cada vez estamos más cerca :)