(¿Te perdiste el día anterior? Aquí está: Día 1: En tierras leonesas descubrimos el Gomasio (de León a Hospital de Órbigo))
Despertamos en el Albergue Verde de Hospital de Órbigo antes incluso que el gallo. Aún es de noche y en el albergue el resto de peregrinos siguen durmiendo, se ve que la noche anterior estuvieron hasta un poco tarde cantando y tocando la guitarra. Nos han dejado las mesas del comedor preparadas con el desayuno, tomamos unas galletas y nos vamos, no sin antes echar un último vistazo a este albergue peculiar. Hay fotos de su hospitalero con algún maestro budista, guitarras colgando de las paredes, libros de todo tipo, postales de antiguos peregrinos llegadas de todas partes… es, sin duda, un sitio muy entrañable.
Anoche nos explicaron cómo teníamos que hacerlo para ir a tomar el camino dirección a Astorga sin tener que ir por el lado de la carretera, pero no se si es que estaba muerta de sueño o qué pero no entendí nada. Salimos del albergue y empezamos a seguir las indicaciones que vamos viendo, pero después de caminar unos 10 minutos nos damos cuenta de que nos hemos equivocado, que hemos tomado el camino que va por el lado de la carretera. Da miedo, la verdad, porque los coches y los camiones te van pasando por el lado a una velocidad horrible y, a pesar de que llevamos reflectores y luces frontales, no puedo evitar agobiarme al pensar en los 15 kms. que faltan hasta Astorga rodeada de coches y camiones mientras caminamos por el arcén. Media vuelta y tratamos de encontrar el otro camino, y cuando estamos llegando de nuevo a Hospital de Órbigo nos encontramos con una chica alemana que estaba en el mismo albergue. Ella ha decidido ir por el lado de la nacional.
En el camino alternativo hay mucha más vidilla, vamos acompañados de un montón de peregrinos… mira!! esa es la japonesa con el mochilote que vimos ayer al salir de León! :)
Llegamos a un pueblo que se llama Villares de Órbigo. Me acuerdo de él, de cuando estuve en 2006, porque me hizo gracia que celebraban “la fiesta del ajo y la cebolla” y, en una papelera, habían escrito “en Villares le dijo la cebolla al ajo: acompáñame siempre, majo”. Además de que llegamos un domingo por la mañana y en el bar del pueblo aún estaban recogiendo los restos de la fiestón de la noche anterior. ¡Poca broma con las fiestas de pueblo! Esta vez está todo mucho más tranquilo y recogido.
A partir de allí y casi hasta Astorga el Camino se convierte en algo tedioso caminando por sobre de piedras y apartando moscas que intentan meterse en los ojos… y hasta alguna lo consigue, ponen a prueba nuestra paciencia. En medio de este trozo fatigoso, como un oasis, aparece La Casa de los Dioses. Es un espacio en el que David ofrece a los peregrinos bebidas, comida y hasta “Pa amb tomàquet” a cambio de la voluntad. Pan con tomate que nos sabe a ambrosía. Me quedo con esta frase de David de la entrevista que he enlazado:
Considero que cuando hacemos las cosas con el corazón beneficiamos a todo el mundo
Un poco más adelante, al llegar al Crucero de Santo Toribio, ya vemos abajo la ciudad de Astorga.
Casi al llegar a Astorga nos encontramos a otro peregrino con el que coincidimos ayer en el albergue, un chico catalán que está haciendo sólo su octavo Camino. Ha salido más tarde y ha llegado antes que nosotros, será que empezamos a caminar lentitos.
Llegamos a una Astorga abarrotada de gente porque hay mercado y, después de pasar tantas horas de tranquilidad, la multitud nos hace sentir un poco descolocados. Hacemos una parada un poco inusual: en una oficina de Correos porque hemos decidido que los 9 kgs. de mi mochila y los 12 kgs. de la de mi marido son demasiados, hay que soltar lastre, y allí estamos en Correos haciendo una “cajita” de casi 5 kgs. para enviar a casa, a ver si así recuperamos un poco nuestras espaldas ya dañadas y eso que sólo es el segundo día.
Nos vamos de allí sin pararnos más que a mirar algunos escaparates donde tienen Hojaldres de Astorga, que están deliciosos
La salida nos recuerda un poco a la de León, pero a partir de aquí empezaremos una subida muy suave hasta el punto más alto del Camino, en los montes de León. Recuerdo que me encantó esa zona. Los pueblos se ven muy de Castilla y la tranquilidad que se respira es impagable.
Antes de llegar al primero de ellos nos encontramos de nuevo con la peregrina alemana del albergue de anoche. Camina muy lenta y cojea bastante a pesar de ir apoyada en su bordón. Caminamos un rato los tres juntos y nos cuenta que empezó en Saint Jean Pied de Port con una mochila de 14 kgs. Parece mentira la cantidad de cosas que creemos que nos serán imprescindibles, y cómo tenemos que aprender a deshacernos de esta carga para poder continuar bien. Contra más tardes en darte cuenta de que el peso en los hombros te hace caminar peor, mayor es el daño y más lenta la recuperación. Buena metáfora. Seguimos a nuestro ritmo y nos despide con una sonrisa.
Paramos a comer en Murias de Rechivaldo. Me hace mucha gracia este pueblo porque, no se por qué, me hace pensar en un pueblo del Far West, con su calle principal y casas bajas a lado y lado, en medio de tierras áridas.
Sólo llevamos un día y medio y a mi las botas ya me están destrozando los pies. Mientras comía me las he quitado, también tenía los pies hervidos por el calor, me han salido ampollas y luego no me las puedo volver a poner. Tendré que ir a lo guiri: en chanclas y calcetines. Además se me ha quemado todo el brazo izquierdo y no tengo crema solar (la hemos facturado a casa por error en la caja que ha salido de Astorga). Tengo que protegerme el brazo del sol, que pega una barbaridad, pero no me puedo poner el forro o voy a morir de calor. Mi aspecto al continuar la marcha es: un gorrito amarillo para protegerme la cabeza, el forro puesto pero sólo en el brazo izquierdo, camiseta de tirantes, pantalón corto, chanclas y calcetines. Las botas colgando de la mochila. Lamentable, pero oye, soy peregrina, no una modelo de la pasarela Gaudí. Sigo de esta guisa hasta donde nos alcancen hoy las piernas… y sobre todo mis pies.
Y el punto donde nuestros cuerpos nos piden descansar es en el siguiente pueblo: Santa Catalina de Somoza, que está a sólo unos 5 kms. desde donde hemos parado a comer. Ayer nos maltratamos con unos 35 kms. y hoy hemos aguantado 22 y bastante nos ha costado.
El primer albergue que encontramos al llegar a Santa Catalina de Somoza, se llama El Caminante, es donde nos paramos a descansar. Tras una ducha y lavar ropa, como no hemos llegado muy tarde, aún tenemos tiempo de ver a los gatos del albergue corretear de un lado hacia otro, tomarnos algo antes de ir a cenar… ¡y pensar en los hojaldres de Astorga!. Sí, también los venden donde vivo, lo se… ¡¡pero apetecen tanto cuando llevas unas horas caminando y los ves en los escaparates de las pastelerías!! ¡¡Son tan dulces y tan jugosos!! Os cuento un secreto: son super fáciles de hacer en casa y quedan estupendamente. A falta de la receta original de Hojaldres Alonso, me basé en la receta de Isasaweis, que también está muy rica. Si alguien tiene la original, hablemos de precios, que igual se la compro ;)
Hojaldres de Astorga caseros
1 lámina de hojaldre (casero o comprado)
250 ml. de agua
500 grs. de azúcar blanquilla
2 cucharadas de miel
Un chorrito de zumo de limón
Preparación
1. Estiramos el hojaldre hasta dejarlo de unos 2 cms. de grosor. Si ya viene estirado, lo podemos doblar hasta obtener ese grueso. Cortamos rectángulos y, con un descorazonador de manzanas, hacemos un agujero en medio de cada uno de ellos. Los horneamos a 170ºC hasta que estén dorados.
2. Preparamos el almíbar de miel. Con las cantidades que hay arriba sale mucho almíbar, que podremos conservar el que no usemos. Necesitamos preparar esa cantidad para asegurar que los hojaldres quedan bien bañados. Ponemos el agua a hervir con el azúcar, la miel y el zumo de limón. Cuando comience a hervir lo dejamos a fuego fuerte durante 5 minutos. Luego bajamos el fuego y lo ponemos al mínimo durante 1 minuto.
3. Echamos los hojaldres dentro de la cazuela con el almíbar. Los dejaremos 20 segundos y les damos la vuelta. Los dejamos 20 segundos más, los retiramos y los ponemos en un plato a enfriar.
Acabados de hacer están muy buenos, pero mi consejo es dejarlos reposar en un recipiente con un dedito de almíbar durante unas horas. Pasado este tiempo, el almíbar sobrante habrá impregnado un poquito más los dulces y quedan aún más jugosos.
Pero aquí en el albergue no hay hojaldres. Tampoco hay clases de yoga ni cena comunitaria. Sólo hace un día de la clase de yoga de Mincho y de la cena en nuestro primer albergue. Solamente 24 horas y unos poco kilómetros de distancia, pero pasan tantas cosas en un solo día del Camino que lo sentimos lejos, como si hubiera pasado un mes.
Ayer sentimos el calor de las personas que forman el Camino, de los otros peregrinos y de los hospitaleros que comparten con nosotros un tiempo de sus vidas. Hoy hemos aprendido que nuestra carga a menudo nos hace daño y nos impide continuar. Podemos, como la chica alemana, aceptarla y llevarla con una sonrisa, o tenemos que aprender a desprendernos de lo que no es imprescindible y quedarnos con lo básico. En parte echo de menos la proximidad de la cena del día anterior y en parte agradezco estos momentos de soledad y descanso. El día ha sido duro y mañana empezamos la subida a la Cruz de Ferro, que no será nada fácil. Dicen que se aprecia más lo que cuesta de ganar. ¿Será por eso, porque no es nada fácil, que la gente se engancha tanto al Camino de Santiago?
Si quieres acompañarnos un día más, el tercer día en la siguiente entrada: de Santa Catalina de Somoza a El Acebo