Pese a que el bizcocho japonés tiene su origen en la península ibérica, fueron los portugueses quienes a bordo de barcos mercantes en el siglo XVI se encargaron de llevarlo hasta el puerto de Nagasaki.
Antes del conocido sakoku, traducido como cierre del país, en el año 1853, el puerto de Hirado, en la prefactura de Nagasaki, se había convertido en una concurrida zona de comercio internacional.
Los misioneros cristianos que viajaban en los barcos portugueses ofrecieron un pastel a un local a cambio de que les dejaran atracar los barcos en el puerto y difundir la palabra del Señor.
Rápidamente, el bizcocho japonés se extendió entre la corte imperial, llegando tiempo después a las capas más bajas de la sociedad. En aquel momento, Japón, estaba inmerso en una eclosión del fenómeno del té, lo que sirvió para popularizar este dulce bocado, que desde entonces ha quedado ligado a esta milenaria bebida.
Los japoneses y sus costumbres han convertido a este pastel en un atractivo turístico, sirviendo a la vez de alimento nutritivo para enfermos y como merienda para los niños.
Cómo hacer un esponjoso bizcocho japonés
Lo llamativo de este bizcocho es que carece de cualquier tipo de fermento o gasificador, lo que no le resta ni un ápice de esponjosidad.
Además, debe cocerse al baño María, algo que rompe un poco con las técnicas tradicionales de cocción de bizcochos.
A partir de la castella, surgió otra receta tanto o más interesante, que simplemente agregaba una cierta cantidad de queso cremoso, dando lugar así al bizcocho de queso japonés.
Daré pautas para que puedas reconvertir la clásica receta del bizcocho japonés, en una mullida y deliciosa tarta de queso japonesa.
Esta receta requiere de seguir el procedimiento a pies juntillas, de otro modo acabaríamos sacando del horno algo parecido a un trozo de hormigón, duro e incomible. ¡Presta mucha atención a los pasos!
Ingredientes:
Leche 100 g.
Mantequilla 55 g.
Azúcar 150 g.
Queso cremoso (si quisiéramos hacer un bizcocho de queso) 450 g.
Huevos M 6 unidades
Harina floja 60 g.
Maicena 20 g.
Ralladura de limón 1 unidad
Cremor tártaro 1/2 cucharadita
Sal
Azúcar glas (para decorar)
Elaboración:
Como comprobaréis, la lista de ingredientes es básica, y pueden encontrarse en cualquier despensa. Quizá lo más raro de la lista sea el cremor tártaro, un subproducto de la producción del vino que se usa como estabilizador de merengues. Este puede sustituirse por unas gotas de limón, aunque la eficacia puede no ser la misma. En cuanto a la leche, recomiendo que sea entera. La mantequilla mejor si es de calidad, algo que podremos saber si en el envase se especifica como poco un 80% de grasa proveniente de la leche.
En un cazo pondremos la leche, la mantequilla y el azúcar. En este justo momento, en caso de que quisiéramos preparar un bizcocho japonés de queso, añadiríamos también el queso cremoso, continuando con la receta tal cual voy a explicar para la castella. No es necesario que ajustemos los húmedos y los secos, tan solo quitaremos o añadiremos el queso en función del resultado deseado. Pondremos el cazo a calentar a fuego mínimo, y con la ayuda de una varilla, iremos integrando los ingredientes. Reservaremos.
Por otro lado, separaremos claras y yemas en boles diferentes. Estas últimas, las agregaremos a la mezcla anterior, eso sí, cuando esté templada, acompañadas además de la harina tamizada y la fécula de maíz, conocida por su nombre comercial como Maicena. También rallaremos la cáscara de un limón valiéndonos de un microplane. Personalmente he decidido aromatizar sutilmente la mezcla con limón, aunque hay quien gusta de incorporar unas gotas de esencia de vainilla, o incluso de infusionarla previamente en la leche.
Llega el esperado y temible momento para muchos; la hora de montar a punto de nieve las claras. Dado que nuestro bizcocho prescinde completamente de cualquier agente leudante, son las claras las que se van a encargar de proporcionarnos ese aire en la masa. Tan sencillo como montarlas a punto de nieve. Lo ideal sería tener al menos una batidora de varillas. A las claras le sumaremos una pizca de sal y el mencionado cremor tártaro. Batiremos enérgicamente con movimientos envolventes de abajo a arriba.
Tendríamos que ser capaces de formar el típico pico de loro. Esto consiste en coger con la punta de la varilla parte de la mezcla, y dibujar con ella un pico, que debe mantenerse estable sin derrumbarse. Con sumo cuidado, agarraremos una lengua e iremos vertiendo poco a poco las claras montadas a punto de nieve en la mezcla anterior. Las integraremos con suaves movimientos envolventes, tratando de que las burbujas de aire no escapen. Algunos optan por preparar un merengue francés, es decir, montar las claras junto azúcar.
Forraremos un molde de 20 cm. con papel sulfurizado, tanto la base como los laterales. Se prevé que el bizcocho crezca bastante, por lo que recomiendo que el papel de los laterales sobresalga al menos 8 centímetros. Volcaremos la mezcla e introduciremos el molde en una fuente de horno con bastante altura, llenándola a continuación de agua, ya que debemos cocerlo al baño María. Esta particularidad nos obliga a emplear un molde sin fugas, dado que no nos interesa que el agua entre en nuestro bizcocho.
Precalentaremos el horno a 150 °C, con calor arriba y abajo, y sin aire. Lo introduciremos sobre una rejilla en la parte inferior durante 1 hora, o hasta que puedas intuir que está listo. Procede como con cualquier otro bizcocho, introduciendo un palillo en el centro. Cuando esté completamente cocido, abriremos la puerta del horno unos 45º, y dejaremos que se enfríe por completo en su interior. Finalmente, lo sacaremos del horno, lo desmoldaremos y refrigeraremos, en caso de que hayamos añadido el queso, hasta el día siguiente.
Decoraremos con azúcar glas antes de servirlo.
¡Qué aproveche!
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