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INGREDIENTES (2 personas)
6 carrilleras de cerdo ibérico (yo sólo tenía 5 pero cumplieron)
500-550 ml de vino tinto de calidad
1 cebolla grande
1 zanahoria
1 puerro
1 cucharada de harina
Tomillo y romero fresco
Sal, pimienta y aceite de oliva
Duración: 2 horas
El 2013 pega sus últimos coletazos. Ha sido el año de The Hitchcook, sin duda alguna. Nació allá por enero y su andadura sólo ha tenido buenos y sabrosos momentos. Ha sido todo un placer perderme en la cocina, inspeccionar mis dotes y ver que los resultados de este auto-aprendizaje gustaban más allá de mis fogones. El balance es espectacular: más de 28.000 visitas, otras miles por la Red de Cocina Facilísimo, menciones en blogs, reseñas en revistas, grandes amigos y amigas que han corrido la voz como nadie, y un puñado de almas desconocidas que se han sumado a esta locura cine-culinaria en Facebook, Twitter... El año que viene habrá más y mejor, porque ahora he comprendido que cocinar cine no es sólo un arte... es mi arte. A todos/as los que habéis hecho posible que este chiflado sueño cobrase forma, ¡gracias, gracias y gracias! ¡Nada de esto tendría sentido sin los hitchcookianos!
Ahora sí que sí. Un último empujón. Carrilleras espectaculares. Un plato de los de siempre, cocinado a fuego lento, aromatizando la casa, un éxito garantizado. ¡Nos ponemos!
Lo primero de todo es dejar preparados todos los ingredientes para liarnos menos y, sobre todo, mantener la cocina lo menos caótica posible. Para ello picamos la cebolla, la zanahoria y el apio y los reservamos. Abrimos nuestro vino tinto y limpiamos bien la carne de posibles telillas y nervios. La salpimentamos por ambas caras.
Hecho esto ya sólo nos queda coger una buena cacerola y olvidarnos de lo demás. Echamos un buen chorro de aceite de oliva y doramos las carrilleras. Se pueden pasar primero por harina, pero en este caso yo he optado por añadir la harina a las verduras. Las freímos por una cara (sin tocarlas, las dejamos ahí un par de minutos para que cojan un gran color dorado) y luego damos la vuelta. Sacamos y reservamos en un plato.
En la misma cacerola, aprovechamos el aceite y los jugos de la carne para ir haciendo las verduras. Vamos sofriendo la cebolla, la zanahoria y el puerro a fuego medio (echamos una pizca de sal para que suden y se hagan antes). Una vez que estén hechas añadimos la cucharada de harina y removemos con fuerza hasta que se diluya.
Reincorporamos a escena nuestras carrilleras (echando, por su puesto, el jugo que hayan soltado en el plato; aquí no se tira nada) y añadimos el vino tinto hasta que las cubra. Echamos una ramita de tomillo y otra de romero y dejamos que hierva a fuego fuerte para que se evapore el alcohol.
Pasados dos minutos tapamos la cacerola o la olla, bajamos el fuego y dejamos por lo menos 1 hora y 30 minutos. Dejad que la cocina se impregne del aroma clásico que sale. Pasado el tiempo habrá que pinchar las carrilleras con un cuchillo o puntilla y ver si están hechos (basta con pincharlas, levantarlas y si caen con facilidad es que están en su punto justo)
Una vez que las tenemos bien blanditas, las pasamos a un plato y batimos la salsa. La podemos luego colar con un chino, aunque en mi caso no hizo falta. Eso ya al gusto del paladar de cada uno. Volvemos a poner la salsa batida en la cacerola y reincorporamos las carrilleras para darles un último hervor antes de servir.
Ya sólo nos queda presentar este manjar. Colocamos nuestras carrilleras en un plato y bañamos con la salsa de vino tino por encima. Decoramos con unas ramitas de romero y tomillo. Un plato maravilloso, lleno de aromas y que se deshace en la boca. ¡Feliz año Hitchcook!
Película ideal para degustar este plato
NOTORIOUS
("Encadenados" de Alfred Hitchcock, 1946)
No podía ser de otra forma. La receta que cierra el año debía estar aderezada con Hitchcock, el referente, el maestro, el inspirador de todo... Y claro, ya metidos en su universo, era imposible que no posara mi mirada en su mejor obra (para mí, por supuesto, y creo recordar que para Truffaut). Un film majestuoso, lleno de romanticismo, de pasión, de espionaje, de amores sufridos y de suspense. Ése suspense tan bien cocinado que nos clava al sillón y nos hace salivar. Estaba claro, la última comparación de este agonizante 2013 debía ir para Encadenados.
Esta joya maestra se ubica en la primera década americana de Hitchcock (los fructíferos años 40) y pertenece a esa corriente hitchcockiana de los "films de espionaje" (donde también encontramos obras como "Enviado especial", "Cortina rasgada", "39 escalones" o "Topaz") El Sumo Hacedor nos cuenta una historia en la que la hija de un espía nazi condenado (Ingrid Bergman, tan bella, tan alta, tan besable...) es captada por un agente americano (Cary Grant, tan bello, tan elegante, tan besable...) para infiltrarse y enamorar a un importante cerebro nazi (Claude Rains, tan bajito, tan buen actor, tan achuchable...). Su reticencia inicial cae a plomo cuando se enamora del agente y debe entregarse a los brazos de otro hombre por un interés internacional. Ahí emerge el verdadero gran conflicto de esta deliciosa obra: el sacrificio absoluto del amor por un bien mayor. Casi nada...
Pues bien, nuestro plato se basa (como la película) en un triángulo amoroso. Las carrilleras o carrilladas se nos presentan inicialmente como personajes duros, inquebrantables, firmes en sus convicciones... Cuando los freímos se crean una coraza emocional y física, y entonces debemos cocinarlos a lo largo de un milimétrico proceso para que vaya reblandeciéndose y sacando a la luz sus verdaderas pasiones o jugos (el enamoramiento, la sumisión del villano con su posesiva madre, las ansias de venganza por el matrimonio fraudulento...) Miramos el plato y vemos tres elementos que ya se han curtido durante las filigranas del guión (o el lento estofado). Sus barreras se desploman y se deshacen en nuestra boca.
Tres seres que no son tan distintos como parecen. Dos de nuestras carrilleras viven enamoradas de la tercera, por lo que no es raro verlas tan iguales en el plato. Pese a que sus intenciones y motivaciones son diferentes, les une un sentimiento común: el doloroso deseo de amar y ser amado.
Y tampoco podemos omitir que nuestra salsa nos evoca a ese macguffin (detalle narrativo marca Hitchcock) que sobresale en Encadenados: la botella de vino llena de uranio. Un elemento que baña la trama. El protagonismo del vino tinto en nuestra receta es un claro homenaje a la película que llena de suspense y aroma el plato.
Disfrutad de esta gran receta, saboread su historia, dirigirla con calma, aspirad la fragancia que va dejando por cada rincón de la casa, guardad con celo "la llave" de su secreto y, ante todo, recordad que cuando uno (como Hitchcock) cocina a cine lento... todo tiene un sabor especial.