No creo que haya un dulce más típico, o al menos en mi casa, que las rosquillas de anís. Son tradicionales de Carnaval o Semana Santa pero en mi familia tienen tanto éxito que mi madre las prepara todo el año, en una tarde lluviosa, rosquillas; que no hay nada dulce para desayunar un domingo, rosquillas; y así en infinidad de situaciones. La verdad es que nunca nos cansamos de ellas y para mí siempre serán un dulce que huele y sabe a familia y a casa.
¿Qué necesito?
550 gr de harina
1/2 vaso de anís (100 gr)
3 huevos
3 cucharadas de aceite de oliva suave
2 cucharaditas de levadura tipo Royal
1 pizca de sal
250 gr de azúcar
Más azúcar para espolvorear
Aceite de oliva suave o de girasol para freír.
¿Cómo lo hago?
En un bol ponemos los huevos junto con el azúcar y la sal y batimos hasta tener una masa espumosa.
Añadimos el aceite y el anís y batimos hasta incorporar estos ingredientes y, por último, vamos añadiendo la harina tamizada mezclada con la levadura hasta obtener una masa consistente que no se nos pegue a los dedos y que se pueda trabajar fácilmente con las manos.
Dejamos reposar esta masa durante un cuarto de hora.
Para formar las rosquillas, vamos cogiendo pequeñas porciones de masa y formando bolitas (más pequeñas que una pelota de ping pong). Las aplastamos con las manos y les hacemos un agujero en el medio con los dedos o con la ayuda de un tapón.
Ponemos una sartén al fuego con abundante aceite y, cuando esté caliente echamos las rosquillas dejando que se doren (tampoco muchísimo) por ambos lados.
En cuanto las saquemos de la sartén las pasamos a un plato con papel de cocina (para absorber el exceso de aceite) y espolvoreamos azúcar por encima (mientras aún estén bien calientes para que se quede pegado).
Dejamos que se enfríen y ¡al ataque!
¿Qué más necesito saber?
Aunque este dulce aguanta bastantes días, la mejor forma de conservarlas es meterlas en un táper. Se aguantarán blanditas más tiempo.