Este verano he pasado tanto tiempo en la playa, que ya no sabía si dar mi dirección o directamente la de la tumbona del chiringuito frente a casa. Siempre es buena idea relajarse y descansar respirando el aire marino y oyendo el susurro de las olas, bajo un sol tamizado por la sombrilla de brezo tamaño XXL, que para quemarte tienes que ingeniártelas y salir de ahí a propósito de vez en cuando porque entre eso y la protección 50 que te aconsejan todos por aquello del cáncer de piel, no hay quien se ponga morena. Aunque yo he conseguido tener un bronceado aceptable de esos que te hacen parecer de mejor familia.
Partir de la forma deseada
Salar en un colador
Disfruto de la tranquilidad como el que más, pero en verano y en Málaga es muy difícil. Las playas se llenan de propios y extraños y me he enterado este año que reservan las tumbonas para los fines de semana, con lo que el primer domingo que se me ocurrió bajar, me dijo el hamaquero que estaban todas reservadas menos las de atrás, que para eso mejor me quedo en mi terraza, bajo a bañarme directamente de casa y subo a tomar el sol cada vez. Qué agonía de personal. Yo veo más razonable que se ocupen las hamacas según vamos apareciendo, que esa es una de las manías de la gente, que mandan a uno a reservar asientos para el resto, en iglesias, recintos con sitios sin numerar y hasta taburetes en las barras de los bares. Y aunque esté todo vacío, al final resulta que está ocupado. Así de absurdo. Todo esto intenté hacérselo ver al hamaquero que al final zanjó el asunto con un "señora, que yo soy un mandao". Pues sí.
Incluso con estos ligeros inconvenientes, es relajante y divertido a la vez. Y como no sé qué pasa conmigo, que la gente me habla aunque yo no diga nada, me veo a menudo en situaciones cómicas. Como el día que estaba yo tan feliz, nadando en plan patito en un estanque y una señora me comentó lo buena que estaba el agua, que menos mal que no hacía tanto calor como el año pasado y que es mejor madrugar para hacer la comida antes de bajar a bañarse. Del tirón. Por supuesto, respondí yo mientras flotaba disfrutando del momento y la señora se alejaba meciéndose como un corcho que lleva la corriente. Al momento, un caballero que también sobrenadaba cerca, lo mismo.
Pasar por harina
- ¡Qué buena está el agua!, ¿verdad, señora?
- Sí que es verdad, hoy está divina.
- A mí, es que el agua me da la vida -siguió hablando.
- Sobre todo, con este calor y lo limpia que está.
- Yo, de joven, estuve en el Sahara durante dos años y ¿quiere usted creer que no cayó ni una gota?
- Claro hombre, por eso es un desierto, porque no suele llover. -ya estaba temiendo que me contara su vida y, teniendo en cuenta que había empezado por el Sahara, de arena y dunas no íbamos a salir en el primer capítulo. Y yo quería estar sola.
- No sabe usted lo que echaba de menos el mar.
- Ay sí, lo imagino. A los que hemos nacido en puerto de mar, se nos hace cuesta arriba no verlo.
- ¿Usted es de aquí?, -preguntó a bocajarro.
- Pues sí.
- Es que no lo parece, cualquiera diría que es usted extranjera. Lo digo por el color de sus ojos - puntualizó así, como tomando confianza.
- Eso me ha pasado desde que nací, ya estoy acostumbrada a que piensen que soy guiri.
Y en vista de que seguía allí como el dinosaurio de Monterroso, anuncié.
- Bueno, pues voy a ver si nado un ratito, encantada de hablar con usted-. Las buenas maneras, ante todo.
- Igualmente, señora.
Pasar por el agua, y llevar a la sartén
Freír a fuego medio-alto
El día siguiente, hacía Levante. Las playas de Málaga no son como las del Atlántico, que tienes que andar un buen trecho para que el agua te cubra. Las playas de Málaga te sorprenden. No suelen ser de arena en el rompeolas, son de piedrecitas que llamamos chinos, y nada más entrar es usual que haya uno o dos escalones en la arena de la orilla de modo que, antes de que te des cuenta, ya no haces pie. El problema es al salir cuando hace mala mar, que tienes que luchar con la resaca, aprovechar el impulso de las olas, salvar los dos escalones al tiempo que procuras no perder la estabilidad, hasta que pisas la arena enchinada y te sientes a salvo más o menos. No es nada fácil, así que ofrecemos aterrizajes-espectáculo de todo tipo: haciendo la croqueta, incrustando las rodillas en el rompeolas, a cuatro patas y, la más espectacular, salida de gimnasta olímpico con clavada de pies y brazos extendidos para mantener el equilibrio. Los hay que prefieren formar grupos de dos o tres personas apoyándose unos a otros como los náufragos que por fin llegan a la playa. Muy entretenido.
En estas consideraciones andaba, cuando oigo que me saludan. El mismo señor de ayer.
- Buenos días, señora. Hoy está el agua movida, ¿eh?
- Ah, buenos días. Eso parece, sí.
- Y ¿qué tal?
- Pues aquí, pensando en la manera de salir con tanta resaca.
- Usted no se apure, que cuando quiera salir, me avisa y yo la ayudo-. Y como lo que más me agobia es tener a alguien pendiente de mí, contesté sin pensarlo
- Muchas gracias, la verdad es que saldría ahora mismo.
Entonces ese caballero, tomó mi mano muy delicadamente con la suya y allí que nos dirigimos empujados por las olas y con toda suavidad a la orilla. Éramos como una pareja versallesca inaugurando el baile a ritmo de rigodón. Y justo cuando tocábamos tierra firme, me miró y dijo:
- Permítame que le diga que usted, de joven, ha tenido que ser una malagueña muy guapa.
- Ay, muchas gracias pero nunca lo pensé, es usted muy amable.
Dorar por todos lados
Escurrir sobre papel absorbente
O sea, que yo, que todavía me siento como si tuviera cuarenta años, me dí de bruces con la cruda realidad. Ya no soy joven. Se rompió el hechizo y en ese momento me sentí herida de verdad. En el pie. Había pisado algo que se me clavó en el talón. Me agaché y resultó ser una cuchara. Sopera. La recogí y me puse a mirarla extrañada.
- Eso es una cuchara -sentenció al más puro estilo masculino de resaltar lo obvio-, y debe ser del chiringuito, aclaró en un alarde de razonamiento hipotético-deductivo que ni el mismísimo Karl Popper se habría atrevido a poner en tela de juicio. Le dí las gracias de nuevo y me fui a mi hamaca hecha un mar de dudas: ¿La llevo al chiringuito? No, porque deben tener las suficientes como para andar recogiendo las cucharas que se les pierden. ¿Me la quedo yo? Tampoco, a saber con cuántos talones ha estado en contacto. ¿La llevo al contenedor de reciclaje? No hay para el menaje de mesa ni metales en general, que yo sepa. Al final la metí en una papelera, que no iba a dejarla tirada por ahí. Asunto resuelto.
Cubrir ligeramente con miel de caña
Esta receta es típica de verano, aunque ya podemos encontrar berenjenas casi todo el año.
Berenjenas fritas con miel de caña
Ingredientes. No doy cantidades.
Berenjenas.
Harina. Yo uso la harina para freír pescado, me gusta que sea gruesa. Pero vale cualquiera.
Agua.
Sal.
Aceite de oliva.
Elaboración.
Lavar y secar las berenjenas, las vamos a freír con piel.
Cortarlas en la forma que prefiramos: rodajas, bastones..., disponerlas en un colador, salarlas y dejar media hora mínimo. Al cabo de este tiempo, secarlas sin enjuaga.
Pasarlas por harina, mojarlas en agua fría y freírlas inmediatamente en aceite de oliva caliente.
Cuando están doradas, sacarlas y colocarlas sobre papel absorbente para que suelten la grasa sobrante.
Servir calientes.
He probado todos los trucos que me han llegado para impedir que la berenjenas salgan aceitosas: sumergirlas en leche, cerveza o gaseosa. Este de pasarlas por agua me lo enseñó una asistenta que tuve hace ya años y que era de pueblo. Es el que mejor resultado me ha dado.
También hay quien las reboza en tempura. Tengo que probarlo.