Yo he jugado bastantes años al baloncesto, desde los 7 a los 18 años y ahora voy con mucho orgullo a ver mi hijo entrenar y muchas veces me siento reflejado en él. Pues hoy, os voy a contar una bonita historia de baloncesto.
Había una vez un chico que vivía con su padre al que le encantaba el baloncesto. Desde muy pequeño le había apasionado ese deporte, y pertenecía al equipo de la escuela aunque siempre estaba en el banquillo de suplente. Aún así, su padre asistía a todos los partidos y le animaba siempre desde la grada. El muchacho creció y fue a la universidad, donde se apuntó en el equipo de baloncesto. Si le cogieron fue más por su ánimo contagioso que por su forma de jugar. Llamó a su padre cuando se lo anunciaron y se alegraron los dos.
Después de una larga temporada bastante buena en la que no salió a jugar en ningún partido, llegó la final en la que se decidiría si el equipo de su universidad ganaría o no. Ese día por la mañana, durante el entrenamiento, se le acercó el entrenador al muchacho y le dijo muy bajito:
- Verás, chico, es un poco difícil de decir, pero? tu padre ha muerto esta mañana. Acaba de llegar un telegrama.
El chico trago saliva y comenzó a temblar. El entrenador le abrazó y le dijo:
- Hijo, tómate la tarde libre y no vengas al partido de esta tarde. Lo siento mucho.
Y se fue.
Por la tarde el equipo no jugó muy bien. Durante la primera parte del partido apenas encestaron, y el otro equipo era muy bueno. Iban perdiendo por 30 puntos en el descanso, cuando de repente entró el chico en el vestuario y le dijo al entrenador que quería salir a jugar. El entrenador le dijo que no, pues no quería que su peor jugador saliese al campo.
- Por favor, entrenador, déjeme salir una vez. No le defraudaré. Necesito jugar este partido.
El entrenador al final accedió, pues el muchacho le daba pena. "Seguro que aún está afectado por la muerte de su padre", pensó.
El chico salió y comenzó a hacer unos pases increíbles y a meter canastas imposibles. Todos los espectadores estaban asombrados de ver al joven del banquillo, que jugaba como el mejor. Hasta el entrenador estaba admirado, pues no sabía de donde sacaba semejantes fuerzas y ánimo para jugar de ese modo. Faltaban dos minutos para el final del partido, y el muchacho sin ayuda de nadie había conseguido recuperar los puntos y empatar. En el último minuto, metió la canasta que les dio la victoria. El público, los jugadores y el entrenador comenzaron a aplaudir a rabiar, y al muchacho se le vio feliz.
Al finalizar el partido, se fue a una esquina del vestuario, solo. El entrenador se le acercó y le felicitó diciendo:
- Has jugado estupendamente. ¿Cómo es que hoy hiciste todas esas canastas en el campo? Nunca habías jugado así.
- Usted sabía que mi padre había muerto esta mañana, pero, ¿sabía usted que era ciego? - dijo el muchacho levantando la vista-. Cuando venía a los partidos lo hacía para alentarme, pero no me veía. Hoy era el primer día que podía verme jugar, y yo le quería demostrar que podía hacerlo.
Y ahora la receta, como las que subo últimamente baja en calorías y sabrosita!!! Por cierto al final sigo mostrando "The Lourdes Creations"
1 Conejo Troceado
1 Vaso de Coñac
Orégano
Ajo en Polvo
Sal
Aceite de Oliva Virgen Extra
1.- Colocamos el conejo una vez enjuagado y escurrido en la bandeja para horno previamente untada de aceite
2.- Agregamos orégano, ajo y sal al gusto por ambas caras.
3.- Echamos el coñac y dejamos macerando tapado unas dos horas.
4.- Calentamos el horno a 180 grados y lo introducimos cubierto un papel de aluminio durante unos 20 minutos. Con el papel logramos que no se quede muy seco.
5.- Destapamos, untamos con un pincel con aceite y lo dejamos al grill unos 5 minutos para que se dore.
6.- Servimos y listo para comer.
Y ahora os presento un jersey de punto con un toque hippie o hippy y con unos colores preciosos que a mi me gusta bastante.