Este mes me toca estar especialmente emocionada con este reto. Lo primero, porque este mes me tocó en sorteo elegir destino para nuestro viaje repostero y, segundo, porque escogí un país que me apasiona...
Portugal, que está tan cerca y tan lejos al mismo tiempo... La verdad es que viviendo en Vigo, a escasos cuarenta kilómetros de la frontera portuguesa, he tenido muchas ocasiones de visitar el país vecino y disfrutar de su rica gastronomía, que es apasionante, tanto para dulce como para salado.
En la cocina portuguesa se aúnan muchas influencias traídas de ultramar por sus conquistadores. La dieta mediterránea con tres ejes fundamentales: el pan, el vino y el aceite... La influencia de las antiguas colonias africanas y asiáticas, el importante comercio de las especias traídas desde India... Un viaje apasionante por todo el mundo sin salir de esta costa occidental de la Península Ibérica.
En cuanto a los dulces y a la repostería, utilizan muchísimas yemas de huevo, probablemente una reminiscencia de la repostería conventual, tan famosa en este país. Esto era debido a que en los conventos se elaboraban las obleas para las iglesias y utilizaban las claras de los huevos, con lo que quedaba un gran excedente de yemas a las que había que buscar un destino... Ovos moles de Aveiro, pastéis de Belém o de natas (procedentes del monasterio de los Jerónimos, a las afueras de Lisboa), queijadas de Sintra, pastéis de Tentúgal, bolo de mel de Madeira...
Un sinfín de delicias, super dulces, pero al mismo tiempo delicadas... La repostería portuguesa es maravillosa.
Mi primera opción era hacer unos pastéis de Belém, que me pirran, podría comer doscientos seguidos sin parar a respirar... Cosa deliciosa, que si no habéis probado, no se puede uno morir tranquilo si no se los ha comido... De lo mejor de este planeta... Pero, lo reconozco, no me apetecía encender el horno, y el tema de las yemas, y que me quedasen las claras para buscar en qué utilizarlas (no tenía pensado hacer obleas para misa)... Así que empecé a investigar y encontré esta delicia, tan fácil, con tan pocos ingredientes, y tan sencillos que están casi en cualquier casa... Eso sí, una bomba hipercalórica, a consumir con toda la moderación que vuestra gula os permita...
Doce de serradura
Ingredientes (para 4 copas medianas):
200 ml de nata (crema de leche) para montar (35% materia grasa).
200 g de leche condensada.
1 paquete de galletas María (u otras que nos gusten).
2 hojas de gelatina.
30 ml de leche caliente.
Preparación:
1. Ponemos a remojo las 2 hojas de gelatina en un bol con agua fría.
2. Trituramos las galletas. Al gusto, podemos ponerlas más o menos trituradas, si le dejamos trocitos, le añadiremos un toque crujiente.
3. Montamos la nata (crema de leche), que tiene que estar bien fría.
4. Calentamos los 30 ml de leche sin que llegue a hervir, y le añadimos las dos hojas de gelatina, bien escurridas. Removemos cuidadosamente hasta que se disuelvan y añadimos esta mezcla a los 200 g de leche condensada. Mezclamos bien hasta que tengamos una crema uniforme.
5. Vamos añadiendo esta crema a la nata (crema de leche) con mucho cuidado, cucharada a cucharada, para que no se nos baje la nata (crema de leche) que teníamos ya montada.
6. Alternamos en unos vasitos capas de galleta triturada y crema y reservamos en la nevera durante al menos 3 horas para que se la crema tome cuerpo, también podemos dejar los vasitos en la nevera de un día para otro.
Por último, si queréis continuar este viaje por la gastronomía portuguesa, no dejéis de pinchar en la imagen inferior, porque estoy segura de que no os defraudará. Aún nos queda mucho por descubrir...