¿Recordáis el centro de la mesa de otoño que preparé hace poco para el
Club de las mesas bonitas?
Comimos muchas de las frutas con los quesos y como postre pero el membrillo,
la granada, castañas, nueces y gran parte de las uvas sobraron.
Las castañas las preparé asadas al horno otro día pues a Javier le encantan así.
Las nueces las suelo tomar en pequeñas cantidades todos los días.
La granada acabó en una ensalada de quinoa que otro día compartiré aquí.
Pero el membrillo no se puede tomar crudo. Mi madre prepara una rica
compota y sé que resulta laboriosa, por eso sólo compré un membrillo
que necesitaba para dar un toque de color al centro-frutero.
Y como no me gusta tirar nada y menos aún comida, decidí preparar un
hojaldre con el membrillo y algunas de las uvas.
Tras pelar y cortar el membrillo, retirando la parte blanca y dura que contiene
las semillas, lo cocí con poca agua, un chorrito de limón y algo de azúcar hasta
que estuvo tierno.
Corté igualmente las uvas y le di un hervor en el mismo agua para darle
sabor y que soltara algo de la pectina que contienen.
Dejé reducir el agua de cocción hasta conseguir una especie de mermelada
sin fruta.
Extendí la masa de hojaldre y la pinché por el centro para evitar que el
interior del pastel de hojaldre se inflase.
Eché la salsa-mermelada sobre el hojaldre, dispuse encima el membrillo y
las uvas, doblé hacia el interior los extremos de la masa a modo de crostata y
con un pincel de cocina pinté por todo por encima con un poco de la salsa que
había reservado al efecto.
Después horneé a 200º a una altura media durante 20 minutos.
El resultado es un pastel de hojaldre riquísimo, sin demasiadas calorías
al no llevar excesiva azúcar.
Una manera de aprovechar esa fruta que no vamos a comer o que está
a punto de pasarse.
Una dulce manera de comenzar la semana, ¿no os parece?