En pocos dias empezarán las fiestas navideñas, cada vez se iluminan las calles semanas antes y ya lucen desde hace muchos días en hogares y comercios la decoración con los simbolos propios de ésos días que se avecinan: árboles de navidad, estrellitas, nacimientos, etc. incluso los villancicos populares suele ser la música de fondo de muchos lugares desde principios de Diciembre.
Nos “venden” el mes de Diciembre como época de felicidad y alegría, donde el altruismo y la buena voluntad flotan en el ambiente, nos empujan a consumir, qué hay que comprar, cuando regalar, qué comer y con quién hacerlo.
Aunque he de reconocer que las fiestas navideñas son bonitas, especialmente para los niños, con el paso de los años quizás para los más mayores, se nos convierten en días tristes, un poco más amargas y sensibles, dejamos atrás ésa ilusión que tuvimos cuando fuimos niños, o cuando nuestros hijos eran pequeños, nos “obligan” a evocar a los seres queridos que ya no pueden volver a casa porque no están fisicamente entre nosotros, o a quienes no pueden volver por otros motivos (distancia, personal o económico), como nos canta el “triste” anuncio del turrón
Pienso con más ahínco en las personas que sufren, que les faltan salud, que no tienen trabajo y no llegan a final de mes, que pasan hambre, en quienes están solos y no tienen una mano amiga, en quienes necesitan consuelo y no lo encuentra, en que existe violencia en la tierra, y que no sólo hay que quererse en unos días concretos porque así está establecido por la sociedad.
Quizás por todo ello, por mi filosofía de vida, por mi forma de ser y de pensar, procuro que pasen fugazmente, huyendo sobre todo de las imposiciones sociales y del empuje al consumismo, también porque siempre quise que ésa serie de valores que se intenta potenciar durante éstas fiestas se tuvieran todo el año, día a día.
Deseo que el verdadero espíritu navideño esté por encima de los días, de los meses y del calendario, que la nobleza, los buenos deseos, los corazones dadivosos y las sonrisas estén siempre para quien las quiera y no se diferencie un Enero, de un Junio, de un Septiembre de un Diciembre.
Y aunque intento no caer en tópicos, no puedo ir contracorriente, entro en la dinámica de las costumbres populares y familiares, como en ésta ocasión que he preparado roscos de vino moscatel y de anis, tal y como los hacía mi madre.
Roscos que se preparaban en invierno y que aún no sé porqué van unidos a Navidad, aunque deberían comerse en cualquier fecha del año ¿No creen?
Así que no puedo huir de las costumbres navideñas aunque quiera, no me puedo escapar, máxime si me piden que los haga y puedan disfruarlos los seres queridos que me rodean y también motivada por la petición de la receta por personas que siguen mi blog.
La receta de los roscos, me la solicitó una fiel y condicional seguidora, una malagueña, marbellí: Maria Calvo, una de mis primeras “amigas” de los 1042 en Facebook, a quien le dedico ésta entrada en “Mi cocina”
¿Como hice los roscos de vino moscatel?
Poner en una sartén diez cucharadas soperas de aceite de oliva virgen extra (A ser posible de Periana, de Málaga.....) y cuando esté caliente freir en él la cáscara de un limón, procurando que no se queme.
Desechar la cáscar y dejar enfriar el aceite.
En un cuenco batir la clara de dos huevos y poner a punto de nieve.
Añadir las yemas sin dejar de batir, agregar diez cucharadas de leche, cinco cucharadas soperas de vino dulce (moscatel de Málaga), una cucharada sopera de canela molida, tres o cuatro cucharadas soperas de azúcar y un sobre de levadura en polvo (antiguamente se echaba una cucharada de bicarbonato). Removiendo todo el conjunto.
Una vez mezclados todos los ingredientes, agregar harina de repostería, la que admita hasta que se haga una masa manejable y no se peguen en las paredes del recipiente.
Dejar reposar unos quince minutos.
Untar las manos con aceite o bien con harina (prueben con lo que les resulte más cómodo y fácil) y hacer tiras gruesas, uniendo los extremos dando la forma de rosquillas.
Freir en abundante aceite, no muy caliente, para que no se quemen por fuera y queden crudas interiormente (si es necesario ir retirando de vez en cuando la sartén del fuego).
Escurrirlos bien y pasarlos por azúcar.