Hoy toca un remake en toda regla al gran chef Gonzalo DAmbrosio. Con motivo del concurso "Fácil y resultón" de Canal Cocina, me he lanzado a la odisea de homenajear uno de sus platos que captó mi atención desde el primer momento. Se trata de un "falso steak tartar" que sustituye la carne por tomate. La idea, ya de por sí, me pareció estimulante. Y el resultado aún más.
Un trampantojo de lo más original y sano para sorprender a todo tipo de paladares. Yo le he incluido algunos "personajes secundarios" como las alcaparras o el crujiente de Parmesano - que nos servirá además a modo de tosta - para darle ese toque personal. Pero lo que resulta indudable es que la obra original es una delicia y que sin duda repetiré en más de una ocasión. Y ya que se trata de un "remake" le he pedido a Brian de Palma que me preste su maravillosa y poderosa obra "El precio del poder" para la comparación cine-culinaria. Todo un festival de emociones se aglutinan en este plato. Así que ya sabéis... ¡Mandiles arriba!
Ingredientes (4 personas)
8 tomates maduros
1 cebolla morada
1 puñado de alcaparras
20 pepinillos pequeños
4 yemas de huevo (codorniz o gallina)
1 cda de Salsa Inglesa (Salsa Perrins)
1 cda de Mostaza de Dijon
1 cda de Salsa de Soja (baja en sal)
1 limón
1 golpe de Tabasco
Sal en escamas y pimienta negra molida
Canónigos o Rúcula
Queso Parmesano para el crujiente
Tiempo
15 minutos
Película comparada (Tras receta)
"El precio del poder" (Brian de Palma, 1983)
Rallamos los tomates de forma gruesa (tiene que notar su textura, no quedar demasiado una masa demasiado pastosa). Colocamos un colador sobre un bol y procedemos, de esa manera conseguiremos ir eliminando la mayor cantidad de líquido posible. Aplastadlo con cuidado para que "sude".
En un bol amplio vertemos el tomate y añadimos la cebolla morada muy picadita, los pepinillos también picados y las alcaparras.
Momento de "aliñar". Incorporamos la mostaza de Dijon, la salsa de soja, la salsa Perrins, la pimienta negra molida, el golpe de tabasco - opcional, pero le sienta de lujo - y el zumo del limón. Mezclamos todo bien para integrar sabores y aromas. Probamos y rectificamos si hiciera falta.
Dejamos reposar mientras preparamos el crujiente de Parmesano. Aquí podemos usar varias técnicas: en el horno, en la sartén o en el microondas. Ésta última es la que utilicé, ya que es más rápida y sobre todo, me permite controlar los tiempos para que no se queme.
En un plato extendemos un poco de papel de horno y rallamos sobre él queso Parmesano. Lo introducimos en el microondas a máxima potencia (800 w en mi caso) y lo cocinamos 30-40 segundos. Si vemos que necesita más, darle unos segundos adicionales. Dejamos enfriar y que se endurezca a temperatura ambiente.
Emplatado
Disponemos un molde redondo en un plato hondo y vertemos el "tartar" para que coja la forma. Hacemos una leve hendidura en la cima y colocamos la yema de huevo. Añadimos sal en escamas y decoramos con el crujiente de Parmesano y unas hojas de canónigo.
Todo un trampantojo sano y delicioso para sorprender a tus comensales de la mano del chef Gonzalo DAmbrosio. ¡Que aproveche, hitchcookian@s!
Película ideal para degustar este plato
SCARFACE
("El precio del poder" de Brian de Palma, 1983)
El género de los "remakes" se ha ido extendiendo de manera preocupante en los últimos tiempos del celuloide. Hoy en día podemos presenciar la falta de imaginación en algunos sellos, que, lejos de crear nuevos contenidos, se dedican a fusilar antiguos éxitos dotándoles de supuesta modernidad y efectismo.
Es duro ver cómo se desvanece el viejo espíritu y nos apabullan con tecnicismos, menospreciando de esa forma la belleza artesana de antaño. Pero hubo un tiempo en el que los "remakes" se tomaban en serio. Cogían la obra original y la adaptaban a un nuevo entorno manteniendo viva la historia y la personalidad que una vez tuvieron. Es el caso de "El precio del poder", una revisión descomunal, violenta y atroz del clásico de Howard Hawks "Scarface" (aquí cine-receta). Todo funciona en esta película y, lo mejor de todo, late en todo momento el reflejo del pasado.
En 1983, Brian de Palma - que ya había consagrado su estilo en la prolífica década de los 70 con obras como "El fantasma del paraíso", "Fascinación" o "Carrie" - se alió con un emergente guionista llamado Oliver Stone - quién ya había firmado los guiones de "El expreso de medianoche" o "Conan, el bárbaro" - para revisitar el clásico de Hawks los años 30 y trasladarlo al Miami de los años 80. No se trataba de copiar, se trataba de moldear los tintes clásicos a un entorno moderno, colorido, vistoso, y recorrer "el sueño americano" a través de los ojos cansados de un Al Pacino todopoderoso en la piel de Tony Montana.
La historia de "El precio del poder" - que transita por los mismos puntos clave a la hora de la narración y los conflictos que la clásica - se enclava en la llegada de un emigrante cubano a tierras americanas. Sus ansias por convertirse en un importante gángster y por dominar el mundo desde su trono, le harán inmiscuirse en un universo plagado de violencia, crímenes, droga, narcotráfico, sexo y crueldad en su máximo y desmedido esplendor.
Pacino - que desarrolla así una de sus más demoledoras interpretaciones de toda su irregular carrera - dota a su Tony Montana de una expresividad y, al mismo tiempo, de una frialdad pocas veces vista en pantalla. Somos testigos y cómplices de su alzamiento, de su caminar hacia la cima, de su ristra de muertes, de su implacable violencia y de su final. Un epílogo grandilocuente, donde el antihéroe, atiborrado de cocaína hasta las cejas, se bate en duelo contra un ejército en las entrañas de su fastuosa mansión - símbolo de la riqueza obtenida - y es devorado preso de una lluvia de balas. Un monstruo derrotado. Un animal imperfecto que acabó siendo humano...
Nuestra receta comienza su comparación siendo un remake culinario. En este caso cogemos el original rodado por el chef Gonzalo DAmbrosio y lo adaptamos a nuestro estilo. Seguimos los pasos narrativos y mantenemos a (casi) todos los protagonistas. Llamadlo homenaje, llamadlo reconstrucción, llamado nueva versión, nosotros haremos como De Palma y Stone con la obra de Hawks y Hetch: poner nuestra pincelada a una pieza maestra.
El entorno en el que se ubica la historia de Montana (el gran protagonista) es el Miami de los 80. Es decir, un paraje de excesos, de colores vivos, de playas bañadas por el océano, de personajes pintorescos, de vestimentas imposibles. Nuestro "falso tartar" despliega su abanico de colores en clara conexión con la película: el rojo del tomate, el naranja de la yema, el verde canónigo, el amarillo tostado del queso, el morado de la cebolla... El ropaje de Montana, los horteras interiores o los chirriantes decorados son elementos que se reflejan en la paleta cromática del plato.
Ahora bien, no debemos omitir uno de los emblemas clave de la película: la violencia. Se dice que Stone pasó meses inmiscuido en una organización de narcotráfico de Sudamérica para dotar de absoluta verosimilitud a su historia "prestada". Y no sería de extrañar, puesto que la virulencia y la absoluta crudeza humana que respira cada fotograma nos deja el estómago del revés. En nuestra receta lo vemos plasmado con el rojo sanguinolento del tomate dominando todo el plato blanco (que bien podría asemejarse a una montaña de cocaína) Montana es la historia del "rise and fall" (ascenso y caída) y del trayecto alocado. Hay asesinatos a sangre fría, hay traiciones, hay torturas, hay duelos, hay hasta una guerra abierta, que demuestran el espíritu altamente sanguinario de la película. Y luego la yema de huevo termina por ser la metáfora de Montana, en la cima del mundo, a sus pies un legado de muerte y destrucción. Pero es tan frágil al final, tan humano, que acabará por resquebrajarse y fundirse entre el pepinillo, las alcaparras, la cebolla, la mostaza...
"El precio el poder" es una de las más grandes piezas de gángsters - al menos - y todo un puñetazo al espectador, que es vapuleado sin cuartel durante la andadura criminal de un Pacino en estado de gracia. Nuestra receta ha tratado de asemejarse al alma de la película, con sus coloridos latinos, su potencia en cuestión de sabores, su voracidad en el tomate, su amalgama de personajes arremolinados en un molde redondo y compartiendo sueños y pesadillas.
Esto es un señor remake, tal vez el más contundente de todos. Los demás sí que son un trampantojo cinematográfico: no son lo que parecen. Hora de volvernos Tony Montana y acribillar a todo aquel que cuestione nuestro plato.
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