INGREDIENTES (2 personas)
(@TheHitchcook)
500 grs de carne picada
160 grs de tallarines
Salsa de tomate casera (gracias Pedro García Ríos "Piti")
2 yemas de huevo
Orégano
Perejil fresco
Harina
3-4 cucharadas de pan rallado
Tomatitos cherry
Sal y pimienta
AOVE
Duración: 40 minutos
Existen infinidad de formas de consumir la pasta, y cuando tenemos carne picada solemos irnos a clásica y siempre efectiva salsa boloñesa. No esta vez. Saqué il capo di tutti capi que llevo dentro, y me lancé a un básico de la cocina italo-americana. Una receta tremendamente cinematográfica (desde la mafia hasta la cena romántica entre dos perros de distinto status social) que nos evoca a un tiempo pasado donde la familia se reunía a comer mientras debatían sobre asesinatos y si al plato le faltaba sal. Sacad el mandil que esto empieza.
Lo primero es empezar con las grandes protagonistas del plato: las albóndigas. En un bol amplio echamos la carne picada (mitad cerdo y ternera, o todo ternera, incluso todo buey... ahí ya al gusto culinario del cocinero). Incorporamos sal y pimienta. Removemos con las manos bien limpias o con la ayuda de un tenedor. Añadimos el resto de ingredientes: orégano, perejil picado, las yemas de huevo (las claras no se tiran, servirán para una tortilla ligera o para un arroz tres delicias) y el pan rallado. Removemos todo bien para que se mezclen todos los componentes y reservamos.
Por otro lado podemos ir preparando la salsa de tomate. Por suerte mi gran amigo Pedro García Ríos me surtió de una salsa espectacular, casera, cuya materia prima estaba recién extraída de la huerta: tomates, cebolla, pimientos ... Todo cocinado a fuego suave y envasado al vacío, sólo le añadí unos tomatitos cherry y ajo laminado para darle un toque más visual y crujiente.
Hora de meternos en harina. Vamos cogiendo pequeñas porciones de la carne (el tamaño lo marca el artesano) y hacemos pelotitas. Yo suelo humedecerme las manos con aceite para que me sea más fácil el moldeado. Pasamos las albóndigas por harina y las freímos en abundante aceite caliente. Vamos sacando a un plato con papel absorbente. Así hasta terminar con toda la pandilla...
Mientras vamos cociendo los tallarines (o espaguetis, o macarrones, o tagliateles... en agua hirviendo con una pizca de sal y nada de aceite, que luego los italianos nos acusan de herejes) ponemos a calentar en una sartén la salsa de tomate con las albóndigas para que el conjunto coja calor y sabor. Escurrimos bien la pasta y salamos ligeramente.
Ya sólo queda montar este festín italo-americano. En un plato hondo servimos la pasta y rociamos con la salsa de tomate y las albóndigas. Coronamos con unos tomatitos cherry y listo. Lo suyo sería decorar con unas hojitas de albahaca fresca, pero andaba escaso de efectivos. ¡Que aproveche!
Película ideal para degustar este plato
THE GODFATHER
("El padrino" de Francis Ford Coppola - 1972)
Inevitable. Uno piensa en pasta, en italo-americanos sentados alrededor de una mesa, en manteles de cuadros rojos y blancos, en aromas sicilianos, en servilletas colgadas de las solapas de la camisa y ese espíritu lo lleva de una forma u otra, a casa de los Corleone. La contundencia del plato, el reparto coral de la receta y la sanguinolienta salsa de tomate nos evocan a una de las obras cumbre del séptimo arte, ya no sólo en el plano cinematográfico, sino también en el cultural y el histórico. Este festín de emociones y sensaciones sólo podía ser comparado con "El Padrino". Este monumento del celuloide corre a cargo de Francis Ford Coppola. Que a su vez ejerció de padrino, haciendo de líder moral y brazo ejecutor de la nueva y rompedora corriente de directores de los 70. Coppola cogió el brutal libro de Mario Puzo y tejía un retrato socio-cultural del Nueva York de las oportunidades basándose en una familia de raíces sicilianas y su evolución en una época donde mandaba el gatillo. El patriarca (un Marlon Brando, aterrador en su afabilidad, y glorioso en su interpretación) vela por el futuro y bienestar de sus hijos: el violento Sonny (James Caan), la ingenua Connie (Thalia Shire) y el débil Fredo (John Cazale). A su cuarto vástago, Michael (un magistral Pacino), le reserva una vida lejos de los asuntos de familia, pero el devenir de los acontecimientos, plagado de intentos de asesinato y negocios turbios, le obliga a asumir la condición de Capo. La película es un maravilloso ejemplo de relaciones personales, de dobles intenciones, de lealtad, de emociones extremas, y somos testigos de cómo se ensucia de sangre un alma inocente. Nuestra receta aúna un poco de todos los elementos que conjugan esta delicia visual y narrativa. Sobre todo en las dos historias principales: la del don y el futuro padrino. La pureza del blanco de la pasta nos lleva a Michael y a su esposa (Diane Keaton), una pareja que se haya por debajo de todo, ajena a la maldad y que intenta mantener sus manos limpias de la reputación familiar. Poco a poco la salsa de tomate, o la sangre derramada, va cayendo sobre él hasta impregnarle del todo. Arriba, en la cima del poder, se alza orgullosa la figura paterna - la albóndiga -, un ser todopoderoso, que gobierna todas las escalas del clan y cuya presencia supone majestuosidad, realismo, respeto, temor... Un hombre que se creo en la más pura crudeza (véase el otro monumento: "El Padrino II") y que fue forjando una coraza - o rebozado - a partir de las dificultades y enemigos que le iban surgiendo en su ascenso.Este plato respira Italia, respira América, y no existe - para mal o para bien - ningún otro referente cinematográfico mejor que la joya que perpetró Coppola, que sentó cátedra, que arrasó en taquilla (superando el récord de "Lo que el viento se llevó") y que arrimó como nadie nuestra butaca de espectador al comedor del hampa. Y que nos hizo saborear el banquete de bodas de inicio, comer en casa de los Corleone, temblar en el restaurante de la primera ejecución de Michael... "El padrino" respira cocina, "El padrino" respira cine. Nuestra receta respira "El padrino"...