Sé que si a este post le pusiese un título como "cheesecake de vainilla y limón" tendría mucho más éxito que poniéndole tarta de ricotta. Y aunque una tarta de ricotta, obviamente es un cheesecake, me niego a ponerle ese título solo por una cuestión de marketing. Los que alguna vez la hayáis probado sabéis que es una tarta que no necesita marketing para venderse; los que no, tendréis que confiar en mí, hacerla, probarla y constatar que es deliciosa. Esta receta lleva en mi familia toda la vida, y como toda receta antigua, alguna vez ha sufrido algún vano intento de ser modificada. Concretamente, hubo un tiempo en que en España nadie sabía lo que era la ricotta y por supuesto no se encontraba en los comercios ni por error. Así que tuvimos alguna que otra tentativa de substituirla por mató o por queso de Burgos? ni lo intentéis!!! La gracia de esta receta es que el relleno es muy fino y delicado, mientras que el mató lo deja rugoso y mucho más aún el queso de Burgos. Así que, no vale substituir la ricotta por otro queso? aunque no la vendan en todos los supermercados, hoy en día es mucho más fácil de encontrar que hace 20 años atrás.
Ingredientes:
Para la masa:
300 g de harina
2 cucharas pequeñas de impulsor
125 g de mantequilla
100 g de azúcar
2 cucharas grandes de leche
1 huevo
1 yema
Para el relleno:
500 g de queso ricotta
1 cuchara grande de maizena
150 g de azúcar
1 huevo
2 yemas
1 cuchara pequeña de vainilla líquida o en pasta
la piel rallada de un limón
Para decorar:
azúcar glasé
Preparación:
Comenzamos por elaborar la masa uniendo la mantequilla con el azúcar, hasta que quede integrada. Podemos hacerlo en un robot, pero si no lo tenemos, también puede hacerse a mano. Añadimos el huevo, la yema y la leche. Unimos bien y finalmente agregamos la harina tamizada y el impulsor y amasamos, pero no mucho, solo lo justo para que queden todos los ingredientes perfectamente integrados y la masa tenga un aspecto liso, ni muy blanda ni muy consistente. La dejamos descansar 30 minutos en la nevera.
Mientras tanto preparamos el relleno, para lo cual, batimos ligeramente el huevo y las yemas, batimos un poco la ricotta y simplemente unimos todos los ingredientes, hasta tener una pasta fluida y homogénea. Y pasamos a montar la tarta, para lo cual dividimos la masa en dos y estirando una de las mitades con un rodillo, cubrimos una tartera de 26 cm de diámetro. No os engañaré, esta masa no es fácil de manipular, pero vale la pena porque es muy sabrosa. Para facilitaros la faena, siempre podéis estirarla sobre un trozo de papel para hornear, o sobre una placa de silicona, que os permita luego traspasarla fácilmente a la tartera. Cubrimos la masa con el relleno y tapamos con la otra mitad de la masa estirada. Cerramos bien los bordes para que no se escape el relleno al hornear y si queremos decoramos la superficie con los restos de masa (como veis, yo le puse una hojitas cortadas con un cortapastas), aunque esto no es necesario.
Horneamos a 180º C durante unos 50 minutos, momento en el que tendrá ya la superficie perfectamente dorada. Dejamos enfriar un par de horas a temperatura ambiente y luego en la nevera un mínimo de 6 horas. Si queremos podemos desmoldarla; si la hacemos en una tartera bonita, no es necesario, pero lo que sí pide siempre esta tarta es que la espolvoreemos con un poco de azúcar glasé, y que la tomemos bien fría.