La primera dificultad es logística. Una no está habituada a programar, a planificar a largo plazo. Ir al supermercado cada mañana era parte de la rutina. Hacer la comida cada día, nada de dejar preparado para el día siguiente, a no ser los cuatro días que trabajaba a lo largo de la temporada turística. Ahora toca ser un poco más estricta en la planificación, lo que, para una madre de naturaleza caótica y desordenada como yo, requiere de altas dosis de paciencia con una misma.
Pero lo que más me está costando, lo puedo jurar, es la espiral de sentimientos encontrados. Por una parte, una familia que, aunque en teoría es comprensiva y está deseando ayudar a mamá, está acostumbrada a que mamá sea la que lleva el peso de las tareas y la responsabilidad y organización de la intendencia del hogar. Nadie sabe dónde está nada. Nadie recuerda bajar la basura, o pasar el aspirador, o pasar por la panadería antes de llegar a casa para comer. Por otra parte, la terrible sensación de culpa de estar desatendiendo mis responsabilidades. Y lo mucho que echo de menos a mis peques mientras no estoy en casa. Y estar constantemente supervisando en mi cabeza todas las cosas de las que alguien se habrá olvidado mientras trabajo y de las que tendré que hacerme cargo al llegar de trabajar.
La otra cara de la moneda es un trabajo soñado. Un trabajo que disfruto a cada instante, con una sonrisa de oreja a oreja. Porque soy guía de turismo por pura vocación, porque un día descubrí que las mariposas del estómago y la traductora que llevo dentro eran más felices enseñando a mis guiris los encantos de la tierra que me vio nacer. Por eso, aunque sea difícil cambiar de vida a mis casi cuatro décadas, he decidido no dejar pasar este tren (otra vez). Luchar por los sueños nunca es en vano, ¿no creéis?
Así que es posible que baje el ritmo de publicaciones en el blog, el periodo de adaptación está siendo complicado para los niños y para mí, y supongo que aún se avecina mucha marejada en esta recta final del curso escolar y comienzo de la temporada turística... Pero me vais a perdonar ¿verdad?
Para suplicar vuestra comprensión os dejo hoy unas de las mejores tortitas del mundo, las tortitas de yogur, a las que en esta ocasión le he puesto unos arándanos frescos que encontré en oferta. Deliciosas también con unas frambuesas, o simplemente con un poquito de sirope de arce o de sirope de chocolate...
Yo hace años que preparo las tortitas a la plancha, es mucho más rápido y limpio, y prácticamente no hace falta añadir nada de grasa. Una poquita mantequilla en la plancha que le da ese dorado tan característico, unos minutos... ¡y listas!
Si queréis obtener más información sobre la Plancha Simogas Rainbow Electric, una plancha eléctrica de alto rendimiento, no olvidéis pasaros por la página web de Simogas o por su tienda online, tienen un catálogo de planchas alucinante. Mientras tanto, id poniendo el café, que yo voy sacando las tortitas...
Tortitas de yogur y arándanos {a la plancha Simogas}
Ingredientes:
250 g de harina.
1/4 cucharadita de canela en polvo.
2 cucharaditas de levadura química tipo "Royal".
una pizca de sal
3 cucharadas de miel.
200 ml de leche.
250 g de yogur natural.
2 huevos.
150 g de arándanos {frescos o congelados}.
un trocito de mantequilla para la plancha.
Preparación:
1. Mezclar en un bol la harina, la canela, la levadura y la sal.
2. En otro bol mezclar la miel, la leche, el yogur y los huevos. Batir ligeramente, y añadir la mezcla poco a poco a los ingredientes secos. Mezclar hasta tener una textura homogénea.
3. Añadir los arándanos en el último momento.
4. Calentar la plancha Simogas Rainbow Electric a unos 175ºC. Cuando esté caliente, derretir un trocito de mantequilla sobre la plancha. Ir poniendo porciones de masa con ayuda de un cucharón, formando círculos no demasiado grandes. Dejar que se cocine hasta que comiencen a aparecer burbujas en la parte superior; entonces, darle la vuelta a la tortita y dejar que se cocine 1-2 minutos por el otro lado.
5. Servir con sirope de arce, mermelada, nata (crema de leche) o cualquier otro acompañamiento de nuestro gusto.