Albóndigas de carne en salsa de almendras




No te quieres enterar “ye-ye”, que te quiero de verdad “ye-ye-ye-ye”no te quieres enterar.Búscate una chica, una chica “ye-ye”, que tenga mucho ritmo y que cante en inglés. Con el pelo alborotado y las medias de color: una chica “ye-ye”, una chicha “ye-ye”.



Carranque es un pequeño barrio alejado del centro de la capital malagueña y mucho más aún de la barriada marenga en la que viví mis primeros años de vida, El Palo.

En aquellas calles con nombres de vírgenes, santos y piadosos de aquella época, aún sin asfaltar, rodeados de campos, llanuras y olivares nos fuimos a vivir a principio de los años 60; eran casas matas y edificios de pisos con altura máxima de tres plantas, calles perfectamente alineadas, llenas de naranjos, alrededor de una preciosa iglesia que daba a una plaza ajardinada.



Allí terminaba Málaga, al final de la Avda.Obispo Angel Herrera Oria estaba la que sería nuestra casa durante diez años. Desde mi ventana casi podía tocar los cables de la luz y una de las grandes torres que los sujetaban.



Y aunque en ésos años Málaga crecía en aluvión, se desparramaba apareciendo la arquitectura vertical, el ladrillo sin ton ni son surgiendo nuevos barrios sin servicios básicos, ni equipamientos, Carranque era casi perfecta: su mercado, su polideportivo hasta con piscina olímpica, el hospital Carlos de Haya, sus cines inclusive de verano, su mercado, su Iglesia.

Y como no los colegios, de niños y de niñascomo en el estudié hasta los nueve años (año 1965) que aprobando preparatorio ya tenía que pasar al instituto femenino ubicado en el centro de Málaga.

El colegio se llamó Carmen Polo de Franco, (recibió este nombre por la entonces esposa del jefe de Estado. Era un centro solo de niñas, uniformadas con faldas de tablas por debajo de las rodillas y blusa estilo marinero, debíamos llevar encima un babero celeste de rayas con un gran lazo azul marengo, nos llamaban ”Las muñequillas de azulejo”.



A él acudía con mis amigas y vecinas cada día; por el camino se nos unían los niños. Mi mejor amiga era Carmelilla que junto a su hermana Toñi, Maria Luisa, Antoñito y los mellizos Amable y Juanmi formábamos una pequeña pandilla de juegos y aventuras, que no de travesuras.

Los veranos eran el territorio de nuestra infancia, jugábamos en las calles, terrizas, que olían a tierra mojada a la caída de la tarde regadas por las vecinas, aquellas mujeres que se sentaban al frescor de la caída de la tarde al lado de su portal o permanecían acodadas en las ventanas, siempre abiertas por “la calor” controlando desde lejos, sin entrometerse, los juegos de los niños que animaban la tarde llenando de risas y voces las interminables horas estivales.

Los pequeños y pocos utilitarios quedaban aparcados encima de la acera y sin miedo, sin tráfico, con el chirriar de los cables eléctricos yo prestaba mi bicicleta a cada uno de mis amigos quienes esperaban pacientemente en fila para dar una vuelta.o jugábamos con la pelota “al mate”, o sin ella a “la palmetá”, o con los patines de cuatro ruedas amarrados al pie con correas.o a saltar a la comba.

A veces hacíamos excursiones a la montaña más cercana “el monte la tortuga” o a los olivares donde aún florecían margaritas, amapolas y revoloteaban las mariposas e incluso al pequeño riachuelo a coger renacuajos.

Pero aquel verano se imponía a las voces infantiles, el sonido de las radios y nos llegaban las canciones que sonaba también en algún que otro televisor en blanco y negro; era aquella vieja y pegadiza canción que hizo famosa Concha Velasco, “la chica yeyé”, así que nos dio por hacer concursos de canciones.

Jugábamos, cantábamos y éramos felices en aquellas calles malagueñas donde aún no había llegado la imagen implacable de enormes y altas construcciones, en aquel lugar que era nuestro “jardín” sin vallar, rodeados de campo y donde el horizonte nos regalaba las puestas de sol más hermosas que podíamos imaginar.

Era entonces cuando las madres nos llamaban para recogernos, era la hora de quitarnos de nuestra piel la tierra rojiza, limpiar las heridas de las rodillas y cenar. Asomada a la ventana, mi madre me llamaba: ¡¡¡ Venga, sube ya para arriba, ya está bien de tanta calle !!!

Málaga, con el paso de los años se hizo grande, sin que nos diéramos cuenta y llegó el asfalto, los altísimos edificios y desaparecieron los olivos y los campos llenos de trigos y las huertas y una gran Avenida asfaltada, con grandes aceras y árboles ornamentales se llenó de faroles y el tráfico se hizo dueño de aquella zona donde jugábamos de niños.

Pero la cena, sigue siendo en “Mi Cocina” la misma que preparaba mi madre. Las sigo haciendo tal y como ella me enseñó, fue una de mis primeras recetas publicadas, por lo que considero que les debo una actualización en el blog. Así, que si me lo permiten les cuento...



¿Cómo las hice?


Ingredientes para las albóndigas:


½ kg. de carne picada (mitad de ternera, mitad de cerdo), ½ cebolla pequeña, dos rebanadas de pan, un vaso de leche, dos huevos, una ramita de perejil (solo las hojas), sal, harina de trigo y aceite de oliva para freírlas.


Ingredientes para la salsa:


Dos rebanadas pequeñas de pan, tres dientes de ajo, un puñado de almendras crudas sin pelar (suelo echar unas 25 almendras aproximadamente, aunque suelo freir más para ponerlas en la mesa como aperitivo, antigua costumbre de mi madre), una cucharada pequeña de colorante alimentario, medio vaso pequeño de aceite de oliva virgen extra, un vaso de vino blanco seco, un vaso de agua, diez granos de pimienta negra, dos hojas de laurel y sal.


Los pasos a seguir:


Picar la cebolla y las hojas de perejil en trozos de forma que queden lo más pequeño posible.


En un cuenco echar la carne picada, las rebanadas de pan, la leche, los dos huevos, la cebolla y el perejil picados y salar al gusto. Remover bien de forma que queden todos los ingredientes bien integrados.





Hacer bolas de la masa resultante y pasarlas por harina.



Cuando estén todas enharinadas.


En una sartén echar aceite y cuando esté bien caliente ir friendo las albóndigas de forma que queden uniformemente doradas. Retirarlas de la sartén y dejarlas sobre papel de cocina.





Mientras, en otra sartén echar aceite de oliva y freir las almendras junto con los dientes de ajo, sin que se lleguen a quemar, que queden doraditas. Retirarlos de la sartén y en el mismo aceite freir las rebanadas de pan.





Poner las almendras, el ajo, el pan frito y el vino blanco en el vaso de la batidora, a potencia máxima pasarlo de forma que quede una salsa lo más fina posible.





Echar éste “majaillo” en una cacerola alta, agregar el agua, el colorante alimentario, la pimienta negra y la hoja de laurel y llevar a ebullición. Salar al gusto.





ejar cocer unos minutos a fuego lento, sin tapar, ya que al hervir se derramaría la salsa (suele subir con el hervor).



Añadir las albóndigas y dejar cocer unos diez minutos a fuego lento (si es necesario, porque se quede muy seca la salsa agregar un poco de agua caliente);


rectificar de sal si fuese necesario, retirar del fuego y si gustan presentarlo en la mesa pasarlo a una cacerola plana.





Sólo queda disfrutarlas bien solas, con patatas fritas o como gustan en “Mi Cocina” con arroz blanco (arroz cocido).



¡¡ buen provecho y buen fin de semana !!





Y recuerden, si pueden: siempre, siempre con Sabor a Málaga.

Fuente: este post proviene de Blog de Mi Cocina Carmen Rosa, donde puedes consultar el contenido original.
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