Estoy en plena fase de cuenta atrás. Me quedan exactamente 7 días para cumplir 40 años. Así que no tengo mucho tiempo estos días porque me paso las horas delante del espejo mirándome cada milímetro cuadrado de piel en busca de arrugas. Para mi regocijo, no hay ninguna nueva, y eso que las he buscado con el espejo de súper aumento.
Me encanta eso que dicen por ahí de que los 40 son los nuevos 20. Ja. Cualquier parecido de mi persona con la que era a los 20 está en mi más profundo interior, porque lo que es en el exterior... Os cuento algunos de los cambios fundamentales que he constatado en estos 20 años de más que tengo.
- Desaparición total de la capacidad para comer como una lima sin consecuencias. Las lágrimas se me saltan a veces cuando evoco aquellos bocadillos de media barra de pan rellenos de tortilla con pimientos o de lomo con queso, o de panceta directamente, que me podía comer a diario en la facultad. Si me condenaran a muerte y me dieran a elegir una comida especial antes de la ejecución creo que sería un bocata de tortilla.
- Imposibilidad de comer con sal (en público): no es un problema de hipertensión (me doy otros 20 años para tener ese achaque) sino porque cualquiera se atreve a menear ahora el salero con estos tríceps bailones. Si mi profe de pilates hubiera visto los brazos que yo tenía hace 20 años? No eran fuertes, pero al meno se estaban quietos cuando me aliñaba la ensalada.
- Serias limitaciones para lucir melena. Si yo ahora mismo me dejara el pelo a la altura del culo como lo llevaba con 20 años, entre las canas electrificadas, el encrespamiento y la cara de cuarentona, en vez de lucir un pelo pantene, parecería una loca vieja escapada de un festival retro-hippie que se ha fumado todas las plantas de su terraza. Y me llamarían "la hierbas". Ya no se puede llevar el pelo tan largo.
- Parálisis absoluta para realizar majaderías como ir por la calle cantando con tus amigas sin ser consciente de la vergüenza ajena que vas despertando en todos los que se cruzan en vuestro camino. Es probablemente lo único que no querría recuperar.Se me ocurren más, pero creo que también debe de haber algo bueno que esté por hacerse patente. De hecho tengo la secreta esperanza de que me despertaré dentro de 7 días y se revelarán todas las bondades de la nueva década al estilo bíblico de San Pablo. Pero por favor, nada de cegarme con un rayo de luz que me tire del caballo que la vista cansada ya empieza a notarse y la cadera hay que empezar a mimarla.
Como os decía al principio, últimamente ando justa de tiempo y estoy cocinando cosas que no resultan muy complicadas pero que no me hagan renunciar a tener algo casero para los desayunos. Así que los súper brioches con horas de levados no van a poder ser, pero los bizcochos son muy agradecidos y siempre se les puede añadir algo que les dé un toque diferente. En este caso tenía unas grosellas que me parecía que podrían combinar muy bien con naranja.
Os tengo que avisar de que las grosellas son bastante ácidas, por eso le puse al bizcocho un glaseado de azúcar. Si no os gusta el glaseado (hay quien lo encuentra pegajoso/empalagoso) podéis añadir unos 10 grs más de azúcar a la masa para contrarrestar la acidez de las frutillas.
Ingredientes
200 grs de harina de repostería o normal
1 pizca de sal
1 cucharadita de levadura química (Royal)
1 cucharadita de bicarbonato
180 grs de azúcar
Ralladura de una naranja grande
El zumo de la naranja
185 grs de buttermilk (el mío hecho casero)
80 grs de aceite de oliva virgen extra o de girasol (según gustos)
2 huevos
1/2 cucharadita de esencia de vainilla
50-60 grs de grosellas
Para el glaseado
10 grs de azúcar glas
1 cucharada sopera de zumo de naranza
ralladura de naranja
Preparación
Precalentar el horno a 180º y engrasar un molde de tipo plum-cake y recubrirlo con papel sulfurizado.
Preparar el buttermilk si lo haces casero mezclando la leche con una cucharada de vinagre o zumo de limón. Dejar reposar a temperatura ambiente unos 10 min. Tendrá aspecto de leche cortada. No pasa nada, es así. (foto2)
En un bol grande mezclar la harina, la sal, el bicarbonato y la levadura.
En uno más pequeño mezclar el azúcar y la ralladura de naranja y frotar con los dedos hasta que se mezcle bien y el azúcar tenga todo el aroma de naranja (foto1). Añadir al bol de la harina.
En otro bol mezclar el buttermilk, el aceite, los huevos, el zumo de naranja y la vainilla.
Añadir la mezcla líquida a la de la harina y mezclar poco, hasta que esté integrado, no más. Añadir entonces las grosellas y repartir bien por toda la mezcla evitando batir en exceso.
Verter la mezcla en el molde y hornear unos 60 min. Ir comprobando. Yo he llegado a necesitar hasta 75 min. Suelo ir comprobando a partir de los 30-40 min.
Si veis que no está hecho por dentro pero se está dorando demasiado, podéis cubrir con papel de aluminio. Yo lo cubrí durante los últimos 15 minutos.
Dejar enfriar un poco sobre una rejilla y cuando se pueda tocar el molde, desmoldar y dejar enfriar por completo.
Para el glaseado mezclar todos los ingredientes añadiendo el zumo de naranja muy poco a poco para ir comprobando la consistencia. Debe ser espeso pero que se pueda verter. Cubrir el bizcocho ya frío.
Bueno, os dejo, que voy a ver si me quito el efecto salero de los brazos con los Ruloboys. ¿Os puntáis?