Por eso cuando fuimos a Lanzarote a pasar un par de días, una de las excursiones obligadas era la bodega de El Grifo.
Para los que no lo conozcáis, El Grifo se trata de uno de los vinos blancos más famosos del archipíelago canario, elaborado con uva Malvasía, con la que producen diferentes tipos de vinos blancos: seco, semi, dulce, fermentado en barrica, espumoso… Si bien este tipo de uva se cultiva en otros puntos del mundo, la de Lanzarote, denominada Malvasía volcánica, es única dadas las características de su cultivo en tierras volcanicas, como su nombre indica.
La visita a la bodega, merece la pena desde el momento en el que sales del hotel, ya que, a parte de los nervios y felicidad contenida por probar el vino, recorrer la isla más blanca del archipíelago es una auténtico deleite para la vista. Lanzarote se caracteriza por combinar el blanco de sus edificios y el picón de sus suelos y muros con cientos de metros de cultivos de vides. De vez en cuando, aparece en sus rotondas monumentos de su artista más conocido César Manrique que deja sin habla a niños y mayores, todo esto con el mar atlántico de fondo y su volcán Timanfaya coronando la isla, así que imaginaros la impresionante postal que se ve cuando te estás acercando con el coche a la bodega.
Una vez que traspasas la puerta de entrada, es como entrar en una casa de principios de siglo XX ya que sus dueños se han esforzado por reformar y mantener hasta el más mínimo detalle de la finca sin perder la esencia de los inicios de la bodega. Tanto es así que allí donde se encontraba la bodega inicialmente, han creado un museo donde te cuentan en detalle su historia.
La visita a las instalaciones se divide en tres partes, la primera en la que te llevan a las nuevas bodegas donde se producen actualmente sus diferentes tipos de vino (su catálogo es cada vez más amplio). Allí te explican todos los detalles sobre el cultivo y el proceso de producción de sus vinos. Tanto las hectáreas de vides como los tanques y maquinarias que utilizan para ellos son impresionantes y el detalle con el que la guia explica el proceso, es algo que realmente merece la pena vivir.
Estos son alguno de los barriles donde se producen los vinos blancos de la bodega.
La segunda etapa de la visita es su famoso museo, donde la más que simpática guía pone el mismo empeña que en la primera etapa, en dejarte fascinado con la historia de la bodega.
Dentro del museo mantienen la maquinaria con la que fabricaban el vino hace más de cien años.
Por último viene la cata, me encantaría decir que esta es la mejor parte pero, sinceramente, no tendría sentido sin las dos anteriores, ya que degustar una copa de vino después de haber aprendido cual es su proceso y su historia hace que el vino sepa mil veces mejor.
Una vez terminada la cata, te invitan a que des un paseo por los cultivos, nosotros sin embargo, preferimos alargar la cata y pedir una bandeja con 6 tipos de vino para degustarlos todo. En la bandeja, a parte de sus vinos, hay un platito con quesos de la región, algo que sin duda tu estomago agradecerá después de haberte bebido tu solo gran parte de la producción de la bodega.
En El grifo reina la amabilidad y desde que llegas hasta que te vas todo el equipo se esfuerza para que te sientas como en casa, por eso cuesta tanto marcharse (por eso y por las copas de vino que te has bebido).
Sin lugar a dudas, Lanzarote tienen mil rincones por descubrir pero os aseguro que este es un de los que más merece la pena. Os guste el vino o no, os invitamos a que copiéis nuestra experiencia ya que la bodega forma parte de la historia de la isla y conocer sus entresijos es fascinante.
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