INGREDIENTES (2 personas)
400 grs de bacalao fresco
200 grs de langostinos cocidos
2 limones grandes1 lima
1 cebolla (blanca o morada)
Tomates cherry de rama
Cilantro fresco
Aceite de oliva Virgen Extra
Sal
Opcional: Pimiento rojo, ajís (chile)...
Tiempo: 10 minutos + 2 horas de macerado
Película comparada: LA RUTA HACIA EL DORADO
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Ay, el ceviche... Una de esas recetas que puedes repetir una y otra vez. Tan fácil, tan refrescante, tan agradecida... Entre sus virtudes cabe destacar que se puede realizar con cualquier pescado blanco (lubina, dorada, merluza, bacalao, rape...) y que soporta muy bien todos tus experimentos con hierbas y especias. Este plato, estandarte de la cocina peruana, sienta en estos tiempos de sofocos solares mejor que nunca. Es una forma sensacional de comer pescado y combatir el calor al mismo tiempo.
Existen bastantes variantes por lo que he ido investigando; yo he optado por una sencilla versión echando mano de lo que mi nevera me suministraba. Vosotros echadle imaginación. Probad cosas. Aliñad con lima y naranja agria, mezclad cilantro y algo de menta, haced un aceite de cilantro para regar por encima del pescado... Puf, las posibilidades son infinitas para esta maravilla de plato. Pero nosotros a lo nuestro, que es darle vida a este fantástico bacalao. Silencio... se cocina.
El plato es bien sencillo aunque hay que tener un poco de paciencia para limpiar el pescado. Si compramos unas migas de bacalao ya envasadas (y desaladas) pues tiempo que ahorramos, aunque personalmente prefiero el bacalao fresco. Para el ceviche, desde luego. Que hablamos de un plato de categoría y no está demás mimarlo un poco.
Le pedimos a nuestro pescadero que nos lo dé en lomos y si es majo (que entiendo que sí) nos quitará la piel. En caso contrario, la tarea es nuestra. Con un cuchillo bien afilado vamos separando la carne de la piel con cuidado. Y lo vamos cortando en trocitos.
IMPORTANTE: Hay que asegurarse bien de quitar todas las espinas. En este plato cada bocado es crucial y una espina no lo arruina, pero molesta.
En una bandeja colocamos los trocitos de bacalao bien repartidos. Exprimimos dos limones y una lima y rociamos con su jugo el pescado. Tiene que cubrirlo bien. Si veis que hace falta más limón, pues no lo dudéis. Pelamos los langostinos (una parte, el resto irán después), los troceamos y los añadimos a la bandeja junto al bacalao.
Espolvoreamos cilantro fresco y unas 2-3 cucharadas de aceite de oliva Virgen Extra. Tapamos con papel film y dejamos que se "cocine" el pescado en la nevera durante 2 horas.
Trozos de bacalao "cocinándose" con los limones, la lima, el cilantro y el aceite de oliva Virgen Extra
Pasado el tiempo sacamos la bandeja y quitamos el líquido, que ya habrá impregnado de sabor nuestro pescado.
Cortamos en laminas la cebolla (blanca o morada) y los tomatitos en cuartos. Disponemos en un plato nuestro bacalao y los langostinos. Colocamos encima la cebolla y los tomates. Y terminamos esta gran obra espolvoreando más cilantro picado y un chorrito de nuestro mejor aceite de oliva Virgen Extra.
Si queréis darle un toque picante añadir chile o ají picado. Yo en esta ocasión no tenía pero caerá en la próxima acometida a este delicioso plato. ¡Que aproveche, hitchcookianos!
Película ideal para degustar este plato
THE ROAD TO EL DORADO
("La ruta hacia El Dorado"
de Bibi Bergeron, Don Paul y Will Finn - 2000)
Esta receta me sirve para rendir un sentido homenaje a "la otra factoría" (la que no es Pixar) de ilusiones animadas. Me refiero a Dreamworks, la niña bonita de Spielberg. Esta empresa decidió ser la competencia de la todopoderosa Pixar en cuanto a películas de animación, y aunque arrancó más tarde (en el 98 con Antz) enseguida supo ponerse a la altura y noquearnos con piezas maestras como Shrek, Madagascar o Kung Fu Panda. Como nuestro plato despide aroma peruano (o inca) por todas partes, nada mejor que embarcarme en la cruzada de esta sorprendente y ágil peripecia llamada La ruta hacia El Dorado.
Dreamworks ya había coqueteado con la animación tradicional (el 2D) con su maravillosa y sobria El príncipe de Egipto, y le llegaba el momento de marcarse una aventura en toda regla. De esas que uno disfruta con la mirada de un niño. Sus ojos se posaron en la leyenda de El Dorado y trazaron una película llena de acción, romance, amistad, humor... elementos puros de este cine mal llamado "infantil". La técnica es impecable en cuanto a animación se refiere y supieron sacar jugo a un guión preciso, que a ratos recuerda a El hombre que pudo reinar (John Huston). Incluso son considerados como dioses... Casi nada.
Nos plantean a dos caraduras, dos pillos sin destino claro, que se lanzan en busca de un emblemático tesoro con el único fin de llenar sus bolsillos. Una vez que dan con el pueblo y entablan contacto con su gente, sus ansias económicas van desapareciendo para dar paso a grandes amistades, amores reñidos y a un profundo sentimiento de compañerismo y lealtad final. Porque de eso trata la animación: de inculcar valores a los niños y de entretener visualmente al resto de mortales. Y La ruta hacia El Dorado lo consigue.
Nuestra receta goza del espíritu y sabor inca que sirve de base para englobar la película. Hacemos las veces de esa pareja de canallas (Tulio y Miguel) que, sin querer, se embarcan en el navío de Hernán Cortés hacia el nuevo continente. Somos unos cocinillas españoles con un mapa (o receta) que nos conduce hacia la tierra prometida de El Dorado: el ceviche.
Bacalao y langostino, nuestros personajes, se sumergen (nunca mejor dicho) en una aventura que les cambiará por completo y de por vida. Su crudeza inicial irá cocinándose y ablandándose a medida que los cítricos (o pobladores) actúan sobre ellos. Esa estancia en la bandeja o en el pueblo, a priori calmada, les convierte en mejores personas: su egocentrismo acaba fulminado, y acaban formando parte de esa comunidad plagada de limón, lima, cilantro y aceite.
Una proeza visual que en nuestra receta termina culminando en la metáfora del emplatado. Si bien al principio el bacalao y los langostinos eran personajes-ingredientes ajenos al resto, finalmente se mezclan con el resto de la gente: la cebolla y el tomate. Absorben su sentido de la vida y sus matices, texturas y sabores. Acaban siendo incas culinarios, si se quiere. Y dejan que la leyenda de El Dorado siga siendo eso... una leyenda.