Creo que jamás habría podido pensar que fuera a disfrutar tanto limpiando y preparando la corvina que pescó Manolo hace unas semanas.
Hacía un poco de frío, había que madrugar muchísimo y tenía mil cosas que hacer esa mañana… tonta de mi. Me perdí la pesca de una majestuosa corvina de cerca de doce kilos (¡ y se dice pronto! ) No es la primera vez que lo hace pero si la primera vez que soy yo quien la recibe en casa perpleja del tamaño, la belleza del pescado y de la cara de satisfacción del pescador. Lo se, lo se, siempre lo digo, soy muy afortunada.
El día que Manolo se anime ( y saque algo de tiempo) os hablará de la pesca de la corvina, pero como yo puedo esperar más para contároslo, hoy os hablaré de mi experiencia con este brillante estreno de la temporada de pesca.
Verme con semejante bicho fue un reto que creo superamos mejor de lo esperado. Manipular un pescado tan grande sin destrozarlo es complicado. Algo de paciencia, unos cuchillos bien afilados y respeto, mucho respeto hicieron que la operación fuera más fácil y de lo que podíamos pensar. También es verdad que llevo ya algunos años limpiando piezas grandes, pero ninguna como ésta, os lo puedo asegurar.
Cuando llegué acababa de llegar a tierra. Sólo había tenido tiempo de cubrirla rápidamente para que no perdiera humedad. ¿Os digo la verdad? Parecía un muerto, ¡qué impresión!
Comenzamos a descubrirla para admirarla. Es una belleza que pocas cosas puede igualar. Muchos no seréis partidarios de la pesca, pero yo os puedo asegurar que no hay mayor respeto ante una pieza ni mayor justicia en la lucha que luego nos alimentará. Admiro mucho a Manolo, esa sabiduría cuando se adentra en la mar. Me arrepiento tanto de no haber ido esa mañana…. para una vez que me lo pierdo, menudo regalo del mar.
Si me paro a pensarlo en frío, me da cierto miedo verme en el barco con la tensión de la maniobra y esa pieza tan enorme dando los últimos coletazos a medida que va cambiando su tonalidad. Es cuestión de minutos pero el colorido, el olor a pescado fresco, a pura mar, es un privilegio del que me siento más que orgullosa de poder disfrutar.
Fuera el romanticismo y lo poético de caso, había que ponerse a limpiar. Lo primero descamarlo. Nunca vi escamas tan grandes, ni tan brillantes, ni tan bonitas como ésta.
A lo que íbamos, a quitar las escamas:
Decidimos trocearlo para sacarle los lomos limpios. Pero cortar ese hueso ( que no es espina, el hueso de la columna hay que saberlo cortar)
Tuvimos maña o suerte pero no destrozamos nada, hicimos algo de reparto y el resto para congelar.
Eso si, guardamos alguna escama de esa maravillosa corvina porque cuenta la leyenda que quien guarda una escama de corvina, no le faltará el dinero…. El dinero no se, pero el lujo de saborear esa carne blanca no nos lo quita nadie. Y os diré más, la experiencia de recibir ese pescado en casa, tratarlo con tanto respeto y admiración, devoción y por supuesto agradecimiento, esa experiencia ya es nuestra y como todo te hace pensar en el respeto que le debemos a la fuente que nos alimenta. Ya sea en el campo o en el mar.
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