Los ves ahí, tan bonitos, tan inofensivos y para nada piensas que haya tremenda tragedia detrás de ellos.
Pues os aseguro que la hay.
Hace bastante tiempo os contaba cuando publiqué estos muffins de fresa y plátano que me costaba mucho tener plátanos maduros para mis recetas porque plátano que pisaba mi casa plátano que caía antes de estar siquiera medio amarillo.
Mi marido es un devorador de los plátanos verdes. No sé cómo no se pone enfermo, la verdad, yo sería incapaz de comérmelo así y no acabar malísima.
Y tiene un gran defecto con esta fruta que consiste en que cuando están medio amarillos, o tienen alguna pinta negra en la piel ya no los quiere. Asegura que están pasados y que así no le gustan.
A Elena sin embargo para que el puré de fruta le gustase (hace ya mucho que la fruta se la come a trozos) necesitaba que estuvieran muy maduros o no la quería. Así que plátano que no era para el padre era para la hija.
Era un arreglo perfecto. O casi. Porque hubo momentos en los que se maduraron rápidamente muchos plátanos que nadie quería.
Yo con estas cosas el único problema que tengo hoy por hoy es la falta de tiempo, que no siempre puedo sacar un hueco para convertir esos plátanos negros en bizcocho o muffins.
Así que cuando veo que la cosa se está pasando más de la cuenta opto por pelar los plátanos, meterlos en una bolsita y congelarlos.
El único pero a esta solución siempre tengo el congelador petado, pero se parchea la situación.
La cuestión es que el pasado verano había en el frutero tres plátanos que habría tenido que congelar hacía al menos diez días.
Los pobres estaban negros por fuera.
No con manchas.
No, eso hubiera sido pasable.
Estaban negros negros, como si las niñas hubieran cogido un plastidecor y los hubieran pintado con todas sus ganas.
Así que una mañana que el alma no me daba más para verlos y el congelador seguía hasta los topes los pelé y para mi sorpresa por dentro estaban maduros pero ni siquiera oscuros o blandos en exceso como su aspecto exterior hacía presagiar.
Ya no había marcha atrás y pensé convertirlos en muffins. Sí o sí había que hacer algo con ellos.
Y ahí entra en escena mi señor esposo que no hacía más que ir y venir a la cocina repitiendo que los plátanos estaban podridos y que cómo se me ocurría hacer nada con ellos que nos íbamos a poner malos.
La primera vez que dijo que los plátanos estaban podridos se los enseñé bien de cerca y le dije que maduros sí, pero podridos no, que ni siquiera estaban negros.
Pero ahí seguía él con su cantinela.
Y como yo pasaba de decirle nada más insistía él en el mal estado de los plátanos y que nos íbamos a poner malos.
Mi enfado iba en aumento.
Sentía alguna vena en el cuello y en la frente tensarse y llegar al límite del colapso.
Mis peores instintos querían ponerle en la cabeza el bol donde estaba preparando la masa.
Mi mente, mucho más práctica, aseguraba que era desperdiciar a lo loco una masa buenísima.
Al final ganó el lado racional y cuando hube metido los muffins en el horno y escuché por millonésima vez que estaba haciendo muffins con plátanos podridos le dije con toda la tranquilidad del mundo que no se preocupara, que dado que consideraba que comer aquellos muffins era un riesgo que me los iba a comer yo todos para preservar su salud.
¿Pero estamos tontos o qué? ¿Voy a hacer nada con un alimento que no esté bueno? Una cosa es aprovechar los alimentos y otra jugar con nuestra salud, muchísimo menos en verano que las intoxicaciones alimenticias están a la orden del día.
Para desesperación de mi marido y satisfacción mía el horno, además de un calor infernal en pleno agosto comenzó a desprender un olorcito de lo más embriagador a plátano, a chocolate, a dulce...
Y aquí ambos callábamos. Él porque sabía que la espada de Damocles prendía sobre su cabeza dijera lo que dijera.
Yo porque esperaba que él tomara la iniciativa.
Pues huelen muy bien.
Se atrevió a decir cuando los saqué del horno y los dejé sobre una rejilla para que se enfriaran.
Para estar hechos con fruta podrida sí.
Fue mi única respuesta.
Y calló.
Casi para siempre.
Cuando se enfriaron hice las fotos y después fueron a un táper y al frigorífico.
Las niñas se merendaron dos una tarde. No sé si la de aquel día (lo más probable) o la siguiente.
Los demás me los iba comiendo yo por las mañanas para desayunar.
Y una mañana, cuando quedaban solamente dos y estaba cogiendo el penúltimo suelta " y serás capaz de comértelos tú todos y no dejar que pruebe siquiera uno"
Por supuesto, no ves que los hice con plátanos podridos.
Le podían las ganas. Es muy goloso.
En general es muy celoso con toda la comida y no soporta que alguien coma algo que él no coma o no pruebe.
Yo esa ansiedad por la comida no la concibo.
Pero me sentó tan mal aquel runrún con el estado de los plátanos que me parecía justo castigo que no probase los muffins que presupuso en mal estado desde antes de que estuvieran horneados.
Y aquí acaba la historia de estos muffins.
Ni qué decir tiene que no ha vuelto a cuestionar el estado de ningún alimento que cocino.
Creo que las fotos hablan por sí solas. El resultado fue espectacular.
Me sigue sorprendiendo cómo de la improvisación salen a veces cosas tan ricas a la par que sencillas.
Sé que no es una receta novedosa, pero los grandes placeres de la vida son estos pequeños y sencillos caprichos.
La felicidad es un muffin esperando en la nevera para el desayuno, lo que hace más llevadero el madrugón y te invita a salir a la calle con una sonrisa en los labios (que no se ve por la mascarilla)
Por no hablar de la satisfacción de ver a las niñas devorarlos. A Lara le llamaban más la atención las pepitas de chocolate, eso era de esperar, pero al final se lo comió entero.
Elena es de buen diente. Se come prácticamente cualquier cosa que le ofrezcas.
Y a mí me emociona que me digan que algo de lo que cocino está rico. Sobre todo Lara que es tan reacia a probar nada nuevo y tiene un repertorio tan limitado de alimentos que quiere.
Como podéis ver quedan unos muffins muy esponjosos y húmedos.
Se mantienen perfectos, como recién horneados, hasta el último día.
El olorcito es espectacular. La mezcla plátano y chocolate es siempre un acierto (a ver qué no mejora con chocolate) ¿no creéis?
Y para prepararlos no se ensucia casi nada. La batidora, un bol, unas varillas y una cuchara de helados. Menos es casi imposible.
Con estas cantidades me salieron 6 muffins grandes y dos de tamaño normal.
Me encantan estas cápsulas para los muffins. El único inconveniente que tienen es que como son grandes salen menos, pero con las cantidades de la masa, si usáis cápsulas de tamaño normal os da para una docena o incluso alguna más de sobra.
Así son más pequeños y nuestros remordimientos también. Aunque ya sabéis lo que os digo siempre, que si lleva fruta, es saludable y no hay remordimiento que valga.
En fin, no me alargo más. Espero que os hayan gustado estos muffins y os hayáis divertido con su historia y sobre todo que os hayan entrado ganas de prepararlos y compartir uno conmigo mientras os cuento cómo hacerlos en casa.
Ingredientes:
* 3 plátanos maduros
* 125 gramos de panela
* 2 huevos
* 60 gramos de aceite de oliva virgen extra (AOVE)
* 15 gramos de levadura química (impulsor)
* 1 cucharadita de esencia de vainilla
* 220 gramos de harina
* 100 gramos de chips de chocolate y una cucharadita más de harina
Elaboración:
1. En un bol ponemos los plátanos, la panela, los huevos, el aceite y la vainilla y batimos con la batidora hasta obtener una mezcla cremosa y sin grumos.
2. Añadimos la levadura y la harina, mezclamos bien, tapamos y guardamos en el frigorífico un par de horas antes de hornear.
Si tienes mucha prisa también puedes hornear sin enfriar previamente la masa.
3. Ponemos en un bol las pepitas de chocolate y añadimos la cucharada de harina. Mezclamos bien y vertemos en la masa. Repartimos con ayuda de una espátula.
4. Ponemos las cápsulas que vayamos a usar en nuestra bandeja para muffins y repartimos la masa con ayuda de una cuchara para helados.
5. Introducimos en el horno precalentado a 210º C y horneamos unos 25 minutos o hasta que al pinchar con un palillo de madera en el centro este salga limpio.
6. Apagamos el horno, dejamos la puerta entreabierta unos cinco minutos y a continuación sacamos los muffins, los retiramos de la bandeja y los dejamos enfriar por completo sobre una rejilla.
Con estas cantidades salen 6 muffins grandotes y dos pequeños.
Se conservan perfectamente en un táper bien cerrados en el frigorífico.
Aunque también podéis congelarlos e irlos sacando de uno en uno para alternar con otro tipo de desayunos a lo largo de la semana.
Estoy segura de que si los hacéis no os váis a arrepentir.
Como es una receta de aprovechamiento de plátanos maduros va lógicamente al reto 1+/-100, desperdicio 0 de mi amiga Marisa.
Gracias por seguir acompañándome una semana más. Nos leemos el jueves próximo.
Manos a la masa y ¡bon appétit!