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INGREDIENTES (4 personas)
8 filetes de pollo
2-3 cucharadas de Salsa de soja
2 huevos
2 cucharadas de Maizena
1 cucharada de Levadura Royal
Para la salsa
300 grs de caldo de Pollo
80 grs de azúcar
1 cda de Maizena
Zumo de 1 limón
4 rodajas de limón
Duración: 30 minutos (+ 1 hora de maceración)
Uno siempre tiene la curiosidad y la osadía por ver si es capaz que sus platos logren asemejarse a sabores ya conocidos. El pollo al limón clásico de los locales chinos ha sido siempre de mis favoritos y era cuestión de tiempo intentar plagiarlo. Miré recetas, vídeos, me faltó asaltar una cocina oriental y amenazar al chef de turno para que escupiese el secreto. Al final hice una mezcla de trucos y consejos y sorprendentemente di con una fórmula bastante parecida. Se acabaron las llamadas infinitas al tele-chino. Llegó la hora de hacerles la competencia. He aquí el proceso...
Lo primero es ir marinando el pollo. Metemos los filetes en un bol y añadimos las cucharadas de soja. Revolvemos bien para que se impregne todo, tapamos con papel film y dejamos en la nevera 1 hora (si no hay tiempo por lo menos media hora)
Ahora toca ir preparando el rebozado. En un plato incorporamos dos huevos y los batimos bien. Añadimos 2 cdas de Maizena y la levadura. Mezclamos. En una sartén echamos un buen chorro de aceite de girasol y lo vamos calentando. Pasamos los filetes de pollo por el huevo y a freír. Sacamos a un plato con papel absorvente.
Turno de la salsa. En un cazo grande (lo bastante como para luego incorporar los filetes) echamos el caldo de pollo, el azúcar, otro poco de Maizena, el zumo de un limón y las rodajas. Dejamos que vaya calentándose a fuego medio. Poco a poco irá cobrando una textura gelatinosa (si queda demasiado espesa se puede añadir algo de agua, lo suyo es ir mirando la textura hasta que demos con la que nos haga salivar). Una vez que la salsa haya cogido el aspecto físico deseado, es el momento de añadir los filetes rebozados y los dejamos unos minutos para que se impregnen bien de la salsa.
A emplatar. Sacamos los filetes y los disponemos en una fuente. Rociamos bien con la salsa y colocamos las rodajas de limón coronando la cima. Como acompañamiento un arroz o unos tallarines le van niquelados. Yo opté por una suerte de arroz tres delicias con guisantes, zanahoria rallada y maíz. Palillos en mano y al abordaje. ¡Que aproveche!
Película ideal para degustar este plato
"55 DAYS AT PEKING" ("55 días en Pekín"de Nicholas Ray - 1963)
La grandilocuencia que ha envuelto el proceso de este plato tenía que tener, por narices, una repercusión cinematográfica de la misma escala. Ciertamente, la empresa en la que me metí tenía los visos de superproducción puesto que había muchas etapas que cubrir: macerado, rebozado, preparación de salsa y el arroz... De ahí que no sea raro (del todo) que el espejo cinéfilo tuviese el aspecto de una de esas mega-cruzadas del productor Samuel Bronston (grandes decorados, innumerables extras, cartón-piedra a mansalva...) Súmale un argumento oriental y nos topamos de bruces con "55 días en Pekín". Esta épica historia de presupuesto estratosférico tiene la firma de Nicholas Ray (maestro hacedor de diamantes como "Johnny Guitar", "Llamad a cualquier puerta" o "Rebelde sin causa") y en sus manos la aventura, la megalomanía y la destreza narrativa se unen con fuerza. La historia gira alrededor de una embajada anclada en la China de 1900, que sufre y resiste los embistes de los "boxers": revolucionarios nacionalistas que arrasan con todo rasgo cristiano que se cruce ante sus rasgados ojos. El edificio se convierte en una suerte de "el Álamo" que trata de aguantar el asedio con la inteligencia británica (en forma de David Niven), el rudo activismo americano (en forma de Charlton Heston) y la inmortal belleza femenina (en curvas de Ava Gardner; le habría faltado algo de vino a la receta para ejemplificar el duro momento alcohólico que pasaba "el animal más bello del mundo"). Nuestro plato, o la disposición del mismo, se nos antoja como un bloque (embajada) cubierto de esos elementos. La sutileza de la salsa, el rudo rebozado, el brillante esplendor del limón... pueden ser comparados con el tridente interpretativo y sus variadas (y perfectamente conjugadas) personalidades. Si encima ya nos ponemos rocambolescos, intuimos a esos violentos "boxers" (o el arroz) rodeando la fortaleza de pollo. Y como no podía ser de otra forma, el clímax visual se alcanza en cuanto rompen las murallas y la batalla cuerpo a cuerpo sirve para que los sabores se mezclen y explote todo el espíritu chino en nuestros paladares...