Este plato es una de esas comidas que me transportan directamente a la infancia y a la casa de mi abuela, que siempre nos preparaba nuestros platos preferidos y, como no, los San Jacobos estaban entre ellos.
En mi familia nunca hemos sido mucho de precocinados ni de comida congelada. Todo casero y de calidad, como tiene que ser. Por ese motivo, hasta que llegué a la universidad y a los menús estudiantiles nunca había probado los San Jacobos comerciales...
¡Qué decepción!
Una y no más, Santo Tomás, pensé. Y hasta ahora, siempre caseros con ese quesito que se funde de maravilla.
Así que haced como yo, dejad la pereza a un lado y poneos manos a la obra porque se preparan en un pis pas y están para chuparse los dedos.
¿Qué necesito?
8 lonchas de jamón cocido no muy finas
8 lonchas de queso
2 huevos
Harina
Pan rallado
Aceite de oliva suave
¿Cómo lo hago?
Sobre una superficie, colocamos la loncha de jamón cocido. Si son muy grandes, las podemos recortar o simplemente cortar o doblar a la mitad.
Si las lonchas son muy finas, lo mejor es doblarlas o poner dos por cada lado.
Encima ponemos dos lonchas de queso y tapamos con otra loncha de jamón cocido.
Batimos los huevos porque ahora vamos a empanarlos.
Con cuidado de no desmontarlos, los pasamos por harina y después por el huevo y el pan rallado.
Los freímos en una sartén con abundante aceite de oliva.
Se pueden acompañar con unas patatas fritas (yo soy de esta opción) o un arroz en blanco (la versión preferida de mi hermano) o, ¿por qué no?, con una ensalada (esta nos gusta a los dos).
¿Qué más necesito saber?
Los San Jacobos se pueden congelar sin problema y así cuando os entre el antojo, solo tenéis que freírlos (además, como con las croquetas, no hace falta descongelarlos).