Seguimos con el viaje a México, esta vez en nuestro segundo destino San Miguel de Allende. Esta ciudad colonial se encuentra dentro del estado Guanajuato, y está a 80km de distancia de la capital que les cuento en la publicación anterior. Hicimos el recorrido en automóvil, y duramos 1:30 horas.
Como ya les contaba, en los hoteles tipo Boutique usualmente no tienen estacionamiento, pero al poner tu destino en WAZE puedes solicitar la ubicación de los estacionamientos más cercanos. Escogimos el hotel Casa Oratorio, ubicado en el corazón de la ciudad. Cada habitación tiene un carácter propio, a nosotros nos asignaron la llamada San Miguel, en la esquina del edificio, con balcones hacia ambas calles Los Insurgentes y Pepe Llanos.
Me encanta poder conocer este tipo de hoteles, que son edificios que fueron construidos en otra época y con otro fin. Las habitaciones son distintas a lo que sueles encontrar y la hospitalidad de su personal te hacen sentir más en la casa de unos amigos que en un hotel. El hotel posee una terraza en la azotea que te permite disfrutar de una copa de vino al atardecer; y a pesar de no poseer restaurante en sus instalaciones nos ofrecen un delicioso desayuno en una cafetería cercana.
Llegar a San Miguel es como sentirse dentro de una película. El automóvil se quedó en el estacionamiento y a partir de ahí solamente quisimos caminar. Todo está cerca, y nada se compara con poder recorrer a pie las calles adoquinadas llenas de edificios coloniales y vitrinas llenas de piezas artesanales.
Como si de verdad estuviéramos en una película, al llegar nos acercamos al Parque Jardín Allende, porque nos recomendaron los restaurantes en su perímetro. Reinando en el área está la Parroquia Miguel Arcángel, y al acercarnos nos encontramos una escena que nunca me hubiera imaginado: al son del mariachi y al ritomo de las “gigantas” una pareja celebraba su matrimonio. Me sentí inmensamente cautivada por la escena que no creo llegar a olvidar, porque encierra esa identidad mexicana que me encanta.
Ese día almorzamos Molcajete porque aunque le expliqué al mesero que ya lo habíamos probado en Guanajuato me explicó que ellos lo hacían distinto y mejor! Definitivamente estaba delicioso, y entre la Corona chelada y la Margarita salí del Restaurante Los Milagros sintiéndome aún más feliz y enamorada de poder estar ahí disfrutando.
Como postre optamos por los famosos churros del Café San Agustín y pasamos el resto del día caminando. Visitamos el Mercado de Artesanías, donde me volví loca y salí con cinturones, aretes, bolsos y todo lo que me encontré de por medio. El sombrero de las fotos lo compré a un artesano en la esquina del Starbucks, que por cierto es el local más hermoso que he conocido en la vida!
El clima estaba insuperable y estaba anocheciendo como a las 8:00pm, lo que nos permitió seguir caminando por todas las calles. Al caer la noche decidimos cenar en la azotea QUINCE. Al ser colonial la ciudad posee una altura promedio bastante baja, pero la sensación de estar en una terraza al aire libre, con vista nocturna de la Parroquia iluminada es extraordinario. Cenamos comida internacional, hicimos una pausa a los tacos con un risotto de hongos y un salmón a la parrilla.
Al día siguiente nos despertaron con fuegos artificiales a las 5:00am, y aún no sabemos el motivo de su existencia. Hicimos ejercicios en la sala de estar de la habitación y salimos a desayunar al Café del Teatro Santa Ana, donde en su patio interno nos sirvieron unos deliciosos chilaquiles con huevos y salsa verde.
Compramos una par de cosas que nos quedaban pendientes, como la máscara de Coyote para la colección y el imán para la refri. Usualmente no me gusta acumular adornos y recuerdos, pero desde hace un tiempo me encanta llevar un imán de cada sitio que visitamos, así tengo un recuerdo constante en la cocina de cada viaje. Me duele recordar que el imán nunca llegó a mi maleta, no sé en qué punto lo perdí, pero me queda la satisfacción de que tendré que regresar!
Espero que les gusten mis aventuras,
un abrazo,