Es una bella planta cuyos tubérculos blancos subterráneos despiden ese peculiar y pujante aroma tan apreciado en cocina. La especia propiamente se obtiene de los camotes denominados manos. Es el jengibre la especia más importante que se obtiene de esta parte de las plantas.
Su nombre genérico, Zingiber, es derivado del Sánscrito, Singabera (forma de cuerno), posiblemente por la semejanza de la mano con los cuernos de algunos venados.
Los grandes cultivos de jengibre de los antiguos chinos son mencionados por Confucio en sus Analectas, lo que nos confirma la apreciación de que ha gozado en el paladar del hombre desde tiempos tan remotos. Fue, así mismo, una de las primeras especias orientales conocidas y valoradas por los griegos y romanos, cuando los árabes la introdujeron a Europa.
Esta popularidad del jengibre en el gusto inglés no decayó con el tiempo. Enrique VIII la sugería como remedio contra la plaga. Años más tarde, la reina Isabel I y su corte, fueron los más grandes aficionados al pan de jengibre, el “Gingerbread” cuya receta, aún hoy en día, sigue reproduciendo fielmente en los hogares ingleses.
Shakespeare le hace homenaje en el diálogo de Costard y Moth; cuando este último declara “Si un solo penique fuera lo único que en el mundo poseyera, lo destinaría a comprar un pan de jengibre”
“Si un solo penique fuera lo único que en el mundo poseyera, lo destinaría a comprar un pan de jengibre”
-William Shakespeare Esa costumbre que aún se conserva en algunas tabernas inglesas de espolvorear polvo de jengibre sobre la cerveza y el ale, se originó en el siglo XIX. El ritual consiste en introducir al tarro un hierro ardiente para mezclar y quemar el jengibre. El aroma que despide impregna el recinto de forma muy peculiar.
____
Por Armand Dubois
Publicado originalmente en Maria Orsini, el arte del buen comer, No. 12, 1988.
The post appeared first on Revista Maria Orsini.