Algunos celebran Halloween.
Otros son más del día de Todos los Santos.
Yo vivo en tierra de nadie. Mis niñas son muy pequeñas para interesarse por la fiesta de calabazas, murciélagos y arañas. Si alguno viene buscando inspiración para llevar hoy a su mesa un postre "terrorífico" le advierto que llega una semana tarde pero que la receta de la tarta de queso, calabaza y chocolate le espera en el índice del blog, así como estas deliciosas, sencillas y divertidas tumbas de chocolate o estos pastelitos con forma de calabaza.
Por otro lado en mi zona no se hace nada especial más allá de la visita a los camposantos en este día.
Mucho me duele que no exista una tradición gastronómica en torno a esta fecha como los panellets, los buñuelos o la castañada con los que me estoy familiarizando desde que tengo el blog.
Intento rebuscar en lo más profundo de mis recuerdos. Rascar en las primeras tardes de frío, con menos horas de luz, en las que el olor a humo de chimeneas recién prendidas se colaba por las ventanas cuando mi abuela nos invitaba a entrar del patio, sentarnos en la mesa bajo la que había ya prendido un brasero de picón y calentarnos las manos.
Quiero recordar conversaciones de mis abuelos, historias que nos contaran de esos días, pero no soy capaz de encontrar ninguna tradición que se haya perdido. Hace un par de años, gracias a una amiga bloguera que ya publica muy esporádicamente recordé que por estos días mi abuelo traía del campo unas calabazas pequeñas, con forma de pera, de rayas verdes y amarillas que abría por arriba, vaciaba y tallaba con la punta de su navaja unas formas sencillas, casi siempre cruces y estrellas alrededor de la parte más gordita.
Después se añadía un poquito de aceite crudo en el interior, se ponía una mariposa (si tienes curiosidad por saber qué es pincha en este enlace) , se volvía a tapar y así hacía lo que él y mi abuela llamaban farolillos de Todos los Santos y que hacían desde pequeños.
Entonces mis abuelos no sabían qué era Halloween. Creo que ni yo misma (la mayor de los primos) lo sabía siquiera por los dibujos animados o los libros. Actualmente criticamos que nos traemos fiestas de otros países, pero si rebuscamos en nuestra memoria nuestros abuelos ya hacían cosas como vaciar calabazas y tallarlas, costumbres que han caído en desuso y olvido y que ahora parecen muy "extranjeras" porque es la tradición que vemos en otros sitios.
Las tardes de finales de octubre y principios de noviembre de mis recuerdos saben y huelen a manzanas (esta historia os la contaba hace poco en la receta del flan de manzana) a nueces recién recogidas y puestas a secar al sol en el patio, a batata cocida, a castañas, a gazpacho de patatas (una receta caliente que se tomaba acompañada de nueces recién partidas y bacalao desmigado), a dulce de membrillo en el fuego (su historia también os la conté hace tiempo cuando publiqué su receta), a pan de higo recién hecho, a compota de mebrillos...
Eran tiempos de recetas sencillas que aprovechaban lo que había a mano y daba la tierra. Veníamos de una cultura en la que nada se tiraba. El hambre y las penurias estaban aún muy presentes en la memoria de los que hacían con esmero aquellas recetas cuando los días se apagaban muy pronto y la oscuridad y el frío se colaba por las ventanas invitando más que nunca a refugiarse en el calor de los fogones.
Recuerdo que mi abuela preparaba gachas por estas fechas. Es un recuerdo vago y perezoso. Me esfuerzo y no soy capaz de verlas en su cocina, en cualquier plato colocado en la mesa o en el "poyo" que era como ella llamaba a la encimera que en su cocina era de obra.
Pero sé que las hacían (aunque no sé si las tomaban como plato principal o como postre, porque hay versión dulce y salada) así que he querido prepararlas y compartirlas con todos vosotros como homenaje a mis abuelos y como plato típico de mi tierra en estos días.
Evidentemente mi versión es dulce y os puedo asegurar que están tremendas.
Hacía bastante tiempo que me rondaba por la mente la idea de hacer gachas. Le había preguntado a mi madre en varias ocasiones pero su respuesta no me convencía. Sus indicaciones eran del tipo "primero tienes que tostar la harina en la sartén a fuego lento" "se le añade agua o leche poco a poco y se va espesando"
Ante la pregunta ¿cuánta leche? la temida respuesta "la que admita" "a tu gusto" "eso depende de lo espesas que quieras las gachas"...
Cuando llegó Monsieur Cuisine a mi casa (por si alguien está despistado es el robot de cocina de Lidl, el primo "pobre" de Thermomix) se me ocurrió buscar la receta y vi que con el robot era tremendamente sencillo prepararlas así que no había excusas (porque además las recetas eran bastante más precisas que las indicaciones de mi madre)
Una vez hechas en el robot he de reconocer que su manera de contar la receta ya no me parece tan complicada. En realidad es tal y como ella lo contaba, añadir poco a poco un líquido a la harina tostada al fuego e ir espesando en la sartén.
Pensándolo de manera fría no hay misterio alguno, pero para las pruebas hace falta tiempo y paciencia y ni lo uno ni lo otro se prodigan en mi vida desde que llegaron las niñas. Por ello no me arrepiento de haber tirado por la vía fácil y haberlas preparado en el robot de cocina porque de otra manera igual nunca habrían llegado a mi mesa ¡y no sabríamos lo que nos estaríamos perdiendo!
Miré muchas recetas y fui tomando ideas basándome también en lo que mi madre me había contado. Las gachas se pueden preparar con leche o con agua. Estas últimas eran las que elaboraban las familias más humildes. Si te podías permitir utilizar leche eran más nutritivas y símbolo de una economía familiar más pudiente.
Yo he puesto una pequeña parte de agua, porque lo vi en varias recetas, pero no habría problema alguno en sustituirla por leche. Dudo mucho que el resultado final, dado que es poca cantidad, varíe en cuanto a sabor o textura.
Con unos ingredientes sencillos, y bastante de andar por casa (quizá lo más "extraño" es la matalaúva que si no haces postres en casa seguro que no tienes, pero que se puede omitir y tampoco pasa nada) en un pispás tenemos listro un postre con sabor a la repostería de las abuelas que tantísimo me gustan y que deberíamos reivindicar y compartir más para que no se pierdan recetas tan sencillas y sabrosas.
La pregunta del millón ¿a qué saben las gachas? A limón, a anís y a canela. El toque de la matalaúva es muy sutil, yo al menos la uso en cantidades pequeñas, y si no tienes la puedes sustituir por un chorrito de licor de anís. El limón y la canela se notan pero tampoco predominan.
Yo que no me puedo estar quieta las he espolvoreado con más canela en polvo. No sé si lo he visto en algún sitio o ha sido una licencia mía total. Suelen servirse con trozos de pan fritos (picatostes, que son otro de los dulces de mi infancia y que un día traeré al blog) en la superficie pero ni tenía ganas de freír pan ni me apetecía aumentar el aporte calórico de las gachas.
La textura es similar a la de unas natillas o un flan. Más o menos espesas en función de la cantidad de leche, agua o harina y las manos que las preparan pero bajo mi punto de vista una total delicia te salgan como te salgan.
En casa duraron un suspiro. Tenemos buen saque y aquello que nos gusta no lo demoramos demasiado.
Hace unas semanas, a raíz de la foto de la boda, alguna de vosotras me preguntó qué hacía para estar tan delgada. Me encantaría decir que es genética, que me hincho de comer y no engordo pero no es cierto. Procuro comer de todo en cantidades pequeñas. Los postres por lo general se quedan en casa. Sólo me falta llevarlos a la oficina para estar comiendo todo el día, allí sólo botellas de agua y paquetes de chicles para no terminar redonda.
Hay cosas que no como: salsas industriales, snacks (ya sean patatas fritas, chocolatinas o gominolas), refrescos, alcohol... y otras como el pan que como con muchísima moderación.
Durante mi segundo embarazo me harté de escuchar que la recuperación tras el segundo parto no es tan fácil ni tan rápida. Que la media de tiempo está entre uno y dos años para volver a la talla que tenías antes del segundo embarazo. Elena cumplió el martes pasado 9 meses y he recuperado el peso que tenía cuando me quedé embarazda de ella.
No sólo eso, sino que he perdido además un par de kilos que había ganado aquella semana santa y que no perdí antes de enterarme del embarazo.
Vuelvo a estar en los 50 kilos y la talla 36 me vuelve a quedar holgada. Quizá mi ritmo de vida influye un poco, pero ya os digo yo que he tenido que ponerme seria y cerrar el piquito para recuperar mi peso, que los kilos no han caído solos por mucho que madrugue, mucho que trasnoche y mucho que me mueva a lo largo del día.
Pero este no es el tema de hoy y sigo con la receta, que en breve tenemos a los niños tocando a las puertas pidiendo caramelos y los que estamos trabajando estamos ya pensando en el puente que se nos avecina.
Es lo que tiene la globalización, yo os traigo un postre español de los de toda la vida y en el vestido llevo colgado un broche de calabaza (¿en alguna ocasión os he contado por casualidad que me encantan?)
Probablemente muchos de vosotros no hayáis probado las gachas, me atrevo incluso a afirmar que puede que alguno ni siquiera haya oído hablar de ellas, pero os invito encarecidamente a que una tarde cualquiera de este otoño os metáis en harinas y las hagáis en casa.
Estoy casi segura de que no os van a defraudar.
No me demoro más con la entrada de hoy. Tengo un bol reservado (en realidad dos, uno con canela y otro sin) para dar buena cuenta en vuestra compañía mientras os cuento cómo se preparan (en Monsieur Cuisine o Thermomix) y vosotros me contáis qué hacéis estos días o qué recuerdos os traen estas fechas.
Ingredientes:
* 60 gramos de AOVE
* Una cucharada sopera de matalaúva
* La piel de un limón a tiras (sin la parte blanca)
* 120 gramos de harina
* 800 gramos de leche entera
* 150 gramos de agua
* 100 gramos de azúcar
* 50 gramos de miel
* Una cucharadita de canela en polvo
* Canela en polvo y/o picatostes para decorar
Elaboración:
1. Ponemos en el vaso el AOVE, las semillas de matalaúva y la piel del limón. Programamos 5 minutos, 120 grados, velocidad 1
2. Cuando termine colamos el aceite para retirar las pieles del limón y las semillas o simplemente retiramos las pieles y dejamos las semillas. Eso al gusto de cada uno. Volvemos a poner el aceite tostado en el vaso si lo hemos colado.
3. Añadimos la harina. Programamos 5 minutos, 100 grados, velocidad 2
4. Ponemos la leche, el agua, el azúcar, la miel y la canela y programamos 15 minutos, velocidad 3, 90 grados.
5. Cuando termine programamos 4 minutos, 100 grados velocidad 3 y retiramos el cubilete.
6. Vertemos en los boles en los que vayamos a servir.
7. Antes de presentar espolvoreamos con canela en polvo o acompañamos de trozos de pan frito (picatostes)
Podemos tomarlas frías o calientes ¡Están deliciosas en cualquier caso!
Para guardarlas en el frigorífico hay que taparlas o acabarán resecas.
Si las queremos menos espesas aumentamos la cantidad de leche en 100 gramos y/o reducimos 20-30 gramos la cantidad de harina.
Como os he dicho antes os recomiendo que las preparéis en casa ¡al menos una vez merece la pena probarlas!
En mis indagaciones sobre la receta he aprendido además que hay zonas en las que es típico tomarlas en semana santa. En esta época se dejan preparadas aguardando el regreso tras horas de procesión para reponer fuerzas y en muchas ocasiones, sobre todo cuando se viene el tiempo frío, entrar además en calor si se toman templadas o calientes.
Y vosotros ¿cuándo las tomáis? ¿Son típicas de vuestra tierra? Contadme cositas que me encanta leer sobre tradiciones, recuerdos y recetas de abuelas que pasan de generación en generación.
Las crónicas de Lara y Elena vienen repletas de novedades. Pequeñas nimiedades pero grandes logros para ellas.
Lara ya escribe su nombre. Con letras torcidas, de tamaño irregular, no muy exactas, pero su nombre al fin y al cabo. Además reconoce la mayoría de las letras y cuando vamos por la calle me va diciendo ¡mira mi letra! ¡y la de Elena! ¡y la tuya! Se refiere a las iniciales pero también es capaz de reconocer otras letras que forman parte de los nombres de los demás (las suyas todas)
Elena tiene ya dos dientes. Bueno, más o menos. Uno ya le ha roto entero y el otro un piquito. Para navidad ya podrá estar comiendo turrones ja ja ja
Además ha aprendido a sentarse solita si está reclinada, se mantiene mucho más rato sentada y el tema gateo sigue siendo en plan culebra pero ya se le ve otra actitud.
El sábado pasado fue además su primera visita a la biblioteca. No había nadie y Lara y ella pudieron estar a sus anchas en la sección infantil. Lara lo disfrutó mucho más, es mayor y los libros le gustan. Volveremos este sábado para hacerle el carné a Elena y para que Lara devuelva el libro que se llevó y coger uno nuevo.
Y yo más ancha que larga. Me encanta meterles el gusanillo de la lectura en el cuerpo.
Una semana más me despido de vosotros agradeciendo vuestras visitas y comentarios ¡Sois lo mejor de esta aventura! Nos leemos en una semana y si tenéis puente ¡disfrutad!
Manos a la masa y ¡bon appétit!