Al respecto recuerdo una anécdota con mi abuela, que vino desde Lugo a pasar una temporada con nosotros. Casi todas las tardes al salir del cole me llevaba de paseo y, siempre de su mano, hacíamos un recorrido exhaustivo por las pastelerías más selectas de aquel Madrid de principios de los 70. Ella me situaba frente al expositor de los pasteles con la esperanza de que yo mostrase algún interés por alguna de aquellas delicias, pero nada… yo permanecía impasible, negando con la cabeza: “no quiero abuelita, no me gusta, ¿me compras mejor una bolsa de kikos?”… (los “kikos” eran y son esas bolsitas de maíz frito que venden en los kioskos y tiendas de “chuches”). Un día, al regresar a casa tras el paseo, le dijo con desánimo a mi madre: “hija mía, esta niña no tiene arreglo, la llevo a las mejores pastelerías y no le gusta nada, sólo sabe comer maíz como mis gallinas”
Afortunadamente nunca tuve problemas de salud, seguí creciendo a buen ritmo y al cumplir los 14 años me cambió el apetito por completo, y desde entonces soy una “disfrutona” de la comida y una amante de los placeres de la buena mesa. Tal vez por ese recuerdo, para mi torturante, de la hora de comer en la que mi madre me perseguía con la cuchara por toda la casa, cuando nacieron mis hijos tuve claro que no les insistiría demasiado si se mostraban inapetentes, y lo cierto es que ambos se criaron de maravilla y hoy son un par de hombretones para los que también comer es un placer.
Aparte de los kikos, había un plato al que casi nunca ponía reparos y me lo comía con cierta alegría, para satisfacción de mi madre: el huevo frito con patatas y sus croquetas. He de decir que las croquetas de mi madre ¡son las mejores del mundo mundial sin exagerar! Aún hoy las prepara de vez en cuando y le quedan riquísimas, incluso mejor que las que yo hago siguiendo su receta al dedillo, ¡todo un misterio!
Os dejo aquí la receta con la que además participo este mes en la iniciativa de La cocina TS. Espero que os guste. Para elaborarla necesitaréis estos ingredientes:
Unos 200 g de bacalao desalado y escurrido
Un puerro pequeño
Medio pimiento verde y medio pimiento rojo
Harina y leche para la bechamel
Huevo y pan rallado para el rebozado
Perejil, sal y aceite de oliva suave para freír las croquetas
Comenzaremos por desmenuzar el bacalao y picar finamente el puerro y los pimientos.
En la sartén y con un fondo de aceite, pochamos las verduras. Cuando tomen color añadimos el bacalao desmigado y lo dejamos hacer unos minutos. Agregamos la harina y dejamos que tome un ligero color tostado.
Sin dejar de remover, vertemos suavemente la leche hasta obtener una masa fina, sin grumos. La cocinamos hasta que espese y se despegue de los bordes de la sartén removiendo continuamente. Cubrimos con papel film y dejamos que se enfríe por completo, (yo suelo preparar la masa la noche anterior)
Mi madre da forma a las croquetas con las manos pero yo aprendí en un curso de cocina un método bastante práctico, sobre todo si vas a preparar una buena cantidad. Consiste en meter la masa en una manga pastelera y hacer una especie de “churros” con ella, después se divide en trocitos y se forman las bolitas. Ya sólo tendremos que pasarlas ligeramente por harina, huevo y pan rallado antes de freírlas.
En abundante aceite bien caliente freímos las croquetas hasta que estén doraditas, y las escurrimos sobre papel absorbente.
Y ya las tendremos listas para disfrutar con lo que más nos apetezca
Deliciosas!!!
En el siguiente enlace, y bajo el hashtag #vueltalacoleTS, encontraréis más recetas de esas de nuestra infancia y que también son las preferidas de los “peques” de la casa, preparadas por mis compañeros. Echadles un vistazo, que son todas una maravilla!
Esta receta se la voy a dedicar a todas las mamás y papás de niños “mal comedores”. No os desesperéis. Si están dentro de los valores normales de peso y estatura, la mayoría acaban descubriendo, más tarde o más temprano, las maravillas que se esconden detrás de un buen plato de comida. Es sólo cuestión de paciencia y de que prueben y experimenten con nuevos sabores