Llegó.
La vuelta al cole. Snif. Libros, uniformes, deberes…
Aunque ahora que caigo… ¡si yo no tengo peques! Pero lo siento igual por ellos, me pongo solidaria que aún me dura el trauma del cole de pequeña, y esos largos veranos con los Cuadernos Santillana.
Y aquellas cosas que aprendíamos. Qué os voy a contar. Yo no sé que aprenderán los críos de ahora pero los de entonces… cuando lo pienso…
Qué manía con los reyes godos, los ríos de España y las provincias de Castilla y León en lugar de aprender cosas prácticas para la vida: Entender los papeles del banco, sintonizar la tele [que en mi época escolar consistía en una rueda que girabas para coger el UHF y el VHF y el mando a distancia eras tú] o acabarte un sudoku sin tomar anxiolíticos.
De entre todo el repertorio de cosas absurdas que aprendimos en el cole, la que ocupa el primer lugar en mi memoria del terror es la clase de gimnasia. ¿En serio? ¿De verdad nos parece necesario torturar a los niños [que en todo caso nos pasábamos el día brincando por el monte] saltando potros y haciendo flexiones? ¿Si?
Discrepo.
Luego venía aquello de las raíces cuadradas. ¿Alguien me puede decir para que sirve una raíz cuadrada? ¿Qué sentido tiene en mi vida saber qué dos números iguales multiplicados entre sí dan un número que tengo previamente? Ninguno.
No me sirve para hacer la compra, para calcular cuantas peras tengo que comprar si me como dos cada día y es martes, ni para comparar el precio de unos zapatos. Es decir: que no me sirve.
Podría decir lo mismo sobre la disección de las ranas. A mí me vendría mejor que me enseñaran a pelar una gamba. Y pobres ranas. Con lo simpáticas que son. Hay legiones de vegetarianos que no lo superaron.
Y volviendo a la historia, en lugar de enseñarnos a sacar conclusiones inteligentes de ella [los genocidios no molan, las guerras mundiales no molan, el apertheid no mola] nos enseñan los reyes godos. Venga ya.
Y la flauta. Oh-my-god la flauta. ¿Por qué, señor, por qué tuvimos que aprender a usar ese instrumento del demonio que nunca jamás estaba bien afinado? ¿Por su simplicidad? Hubiera preferido una pandereta. ¿Por su precio? Vale, dame unas castañuelas. ¿Por su sonido? Lo dudo.
Y todo el aprendizaje que grabamos en nuestra memoria, que digo memoria, en nuestro adn mismo, aquello de lasprovinciasdecastillayleónsonnueveeeee leonzamorasalamancapalenciaburgosvalladolidavilasegoviaysoria. Si el móvil ya tiene GPS y con eso llego a los sitios.
Y hago constar en acta que lo he recitado de memoria, no he tenido que recurrir a Google, porque como digo, van codificadas en mi adn, junto a los adverbios aantebajocabecon… y los ríos del Cantábrico eonavianarceanalon...
Tantos conocimientos útiles que podríamos haber aprendido: manejar un smartphone [bueno, eso hoy que por aquel entonces el teléfono era de cable], descifrar un recibo de la luz y tener la capacidad de elegir una tarifa, firmar una hipoteca, hacer un bizcocho de chocolate, o arreglar cosas prácticas como carreras de las medias, mandos de la playstation o la lavadora cuando se atasca el filtro.
Pero no. Los reyes godos y los ríos de España. Conocimientos útiles sin los cuales, en realidad, los niños de ahora pueden vivir y no veáis como.
INGREDIENTES
[2 PERSONAS]
Melocotones, 2
Canela, una rama
Anís estrellado, 1
Cardamomo, 2-3 vainas
Cointreau, 2 cucharadas
Miel, 2 cucharadas
MODUS OPERANDI
Esto es tan simple que se explica en dos frases, ahí van:
Pelamos y cortamos los melocotones, los colocamos en una fuente apta para horno no muy grande [que vayan un poquillo justos mejor que holgados] y ponemos la miel y todas las especias.
Horneamos a 180º unos 10-15 minutos, según el tamaño de los gajos.
Se pueden consumir calientes o fríos, acompañados de yogur [en la foto, yogur natural de soja], nata montada (crema de leche), creme fraiche, clotted cream, helado…
Esta receta es perfecta para esos días que enciendes el horno para otra cosa, y caben al ladito en un huequín de la bandeja. De hecho, asar fruta es lo que hago muchas veces cuando meto un pan a hornear.