El pan es una de esas cosas que siempre me han atraído por el olor. Porque creía que olía mejor que sabía. Y digo creía porque desde que lo hago en casa esa idea se ha evaporado por completo.
Siempre me limité a comer el pan en bocadillos. Es curioso, los bocadillos me encantan pero en las comidas no había manera de hacerme comer pan. ¡Qué peleas en casa! “Que cojas pan, que el pan para qué lo quieres, que si la comida sin pan no sirve de
nada”.
Menuda lucha diaria. Y cuando ya me hice mayor y en casa por imposible me dejaban más tranquilita, llegué a comer a casa de mis futuros suegros y otra vez la misma cantinela.
En fin, también ellos terminaron por acostumbrarse.
Hará aproximadamente un año, decidí que iba a hacer pan en casa. Más que nada por hacer algo diferente en la cocina y porque encontré una receta que no necesitaba amasado y eso me terminó de convencer.
No creáis que fue tan sencillo, los primeros panes me quedaban bastante anchos y planos, con el tiempo he ido mejorando y ahora hago pan siempre que sé que al día siguiente no tengo que salir de casa por la mañana. Por costumbre, al menos uno de los dos días del fin de semana lo hago. Y ya voy lanzándome a hacer mezclas y lo hago con harina de centeno integral que le da a la miga un toque como más gelatinoso o de semillas, ése sí que está de muerte. Pero estos últimos ya os los iré enseñando en otras entradas futuras.
Deciros que cuando quiero quedar bien con alguien sólo tengo que regalar uno de mis panes recién hechos. No sabéis cómo lo agradecen.
¿Os animáis? Claro que sí. ¡¡¡ Nos ponemos el delantal!!!
Ingredientes:
– 500 grs. de harina de fuerza
– 12 grs. de sal
– 370 ml. de agua
– 5 grs de levadura fresca.
Elaboración:
Una vez más, lo primero que hacemos es disponer los ingredientes ya medidos y pesados.
Echamos la sal en el bol de la harina y removemos con un cucharón de madera grande, ahora desmenuzamos con los dedos la levadura fresca y removemos nuevamente. Y por último, agregamos el agua, reservando una cantidad mínima, por si más adelante la necesitásemos.
Con el cucharón vamos a mezclar los ingredientes, removiendo desde el centro, en círculos y recogiendo en cada vuelta un poco más de harina. Esta maniobra nos va a llevar muy poco tiempo. Cuando ya hayamos recogido toda la harina, cubrimos el recipiente con un paño y dejamos que repose diez minutos.
El reposo lo hacemos para que la harina se hidrate bien. Si nos parece que alguna parte de harina queda seca echamos el agua que teníamos reservada.
Ahora con el mismo cucharón, recogemos desde abajo la masa y la doblamos sobre sí misma. Giramos el recipiente un poco y repetimos la operación.
Doblaremos la masa sobre sí misma tantas veces como sean necesarias hasta completar una vuelta.
Cubrimos el recipiente con papel film o con su propia tapa si la tuviese, pero que cierre herméticamente. Después, lo dejamos en la nevera toda la noche.
A la mañana siguiente, sacamos el recipiente con la masa de la nevera y la ponemos sin destapar en una zona cálida de la cocina. Si os sirve de algo yo le meto en el horno apagado y que vaya templando.
Aproximadamente, una hora o tal vez hora y media más tarde preparo el siguiente paso: cubro con papel de hornear la bandeja en la que voy a hacer el pan. Enciendo el horno a 250ºC, con calor sólo abajo y coloco sobre el fondo del horno una bandeja para que vaya tomando calor.
Extiendo un poco de harina, no mucha, sobre la encimera de la cocina en la que voy a trabajar y retiro el papel film del recipiente.
Nos engrasamos las manos con un poco de aceite de oliva para que no se nos pegue la masa y la volcamos con suavidad sobre la harina
Habernos engrasado las manos permite que podamos retirar con los dedos los restos de masa que se quedaron adheridos en el interior del bol. Los ponemos sobre la masa.
Tiramos de los extremos exteriores hacia el centro de la masa hasta formar una bola, la volteamos y rodamos con ambas manos para que se transforme la masa en una forma cilíndrica. Levantamos por su lado más largo con ambas manos, dejando que por su propio peso se estire.
Doblamos sobre sí misma dejando su anchura en la mitad y con los dedos, primero, doblamos los extremos sobre sí mismos para dejarlos con forma redondeada. Lo que serían los curruscos.
Ahora con los índices de ambas manos, vamos sellando los pliegues de la zona más alargada para que no se abra.
Volvemos a rodar sobre sí misma y dejamos la zona de unión hacia abajo.
Si en todo este proceso se te pega a la mesa o a las manos la masa, pon un poco más de harina, no mucha y engrásate de nuevo las manos.
Resulta muy útil ayudarse con una rasqueta de panadero/pastelero para mover la masa.
Pasamos la barra que hemos hecho, con muchísimo cuidado, a la bandeja que tenemos con el papel de horno y tapamos.
Truco: para que la masa no se desparrame hacia lo ancho aplanándose, en ambos lados y por debajo del papel de hornear ponemos un tope que haga que la masa se expanda hacia arriba y sus extremos. Y entre la masa y el papel de horno espolvoreamos harina para que no se pegue y al retirar los topes se estire a lo ancho.
Yo suelo poner en un lado el rodillo de amasar y en el otro un cucharón de madera grande que queda alto.
Transcurrida una hora, puede que un poco más, nuestra barra de pan ya ha cogido algo de volumen y el horno ha llegado a los 250 C. Así que vamos con los últimos pasos.
Vamos a greñar el pan. Consiste en hacer un corte a lo largo de la barra o varios en trasversal. Tenemos que hacerlo porque al aumentar su tamaño durante la cocción, el pan tiende a romperse pero si el corte ya está hecho no nos destrozará la forma que le hemos dado. Aquí hay gente que es toda una artista. Nosotros nos vamos a conformar con lo sencillo. El corte debe ser decidido y profundo. Como no tenemos las cuchillas de panadero nos podemos arreglar con una cuchilla de las que usamos para limpiar la vitro o bien con un cuchillo muy afilado. Espolvoreamos el pan con harina.
Llevamos el pan a la parte baja del horno y con muchísimo cuidado vertemos un vaso con unos 200ml. de agua muy caliente en la bandeja que tenemos al fondo. Cerramos rápidamente. Y mantenemos 10 minutos.
El agua que hemos echado genera vapor que necesitamos para que la corteza sea crujiente.
Pasados los 10 minutos, retiramos la bandeja que tenía el agua y ya se habrá evaporado. Bajamos la temperatura del horno a 220ºC y ponemos la función de calor arriba y abajo y mantenemos unos 20 ó 25 minutos, esto ya va a depender de lo tostado que nos guste.
Sacamos el pan del horno y dejamos enfriar en una rejilla. Hay que tener un poco de paciencia para poderlo probar.
Con la masa hemos hecho un sólo pan, a mi tal, vez sea como más me gusta pero podéis dividirla en dos o tres trozos y obtener otros tantos panes.
Si os sobra pan, al día siguiente en tostadas, está buenísimo. Que lo disfrutéis.