¡Hola de nuevo!
Esta semana, quiero retomar el apartado de recetas de cocina tradicional de mi madre andaluza, influenciadas en gran parte por la tradición andaluza y que son herencia, a su vez, de su madre, mi abuela.
Os traigo una receta muy sencilla pero deliciosa: bacalao con un tomate frito casero insuperable, una de mis recetas favoritas desde niño. De algún modo, esta receta me retrotrae a otra época, donde ni yo mismo había nacido, cuando una receta sencilla hecha con mucho cariño era suficiente para dibujar la mejor de las sonrisas.
Para haceros llegar a vosotros esa sensación, he preparado unas fotos muy especiales para mí, con las que intenté recrear ese aire rústico y antiguo que tanto me gusta.
También os traigo mi primer relato. No sé si os he hablado alguna vez de que mi otra gran pasión es la escritura (de hecho, compartía mis relatos en otro blog) y, aunque últimamente mi pluma está algo cansada y mi mente nublada, voy a tratar de unir esta y mi otra pasión, la cocina y pastelería, en esta y mis próximas entradas. Espero que os guste.
Bueno, vamos a entrar en faena.
A continuación, os dejo, primero, con el relato y, luego, con el desglose de los utensilios, ingredientes y la elaboración (muy muy sencilla):
Nunca me había podido permitir un bacalao de calidad. Solía acercarme temprano a la lonja y esperaba a que se fueran todos los clientes para pedirle educadamente al pescador los restos que tuviera a bien regalarme o venderme, por unas pocas pesetas. Aquel día, había encontrado un poco de bacalao inusualmente vistoso, no cabía en mí de alegría. Volví a casa con la falda remangada por encima de los tobillos y arrancando alguna que otra mirada de reprobación, a las que contestaba con un guiño, provocando que marcharan apresuradas y azoradas.
Ya en casa, me apresuré a dejar el bacalao en remojo, para desalarlo y, aunque aquel día me tuve que conformar con un plato de patatas guisadas y aderezadas con muy poco aceite, me recreaba en la imagen del bacalao, sumergido en el agua. Dio la casualidad, de que aquella misma tarde, mi vecino me trajo unos tomates, no muy agraciados, de su pequeño huerto. Ya tenía un rico acompañamiento para el bacalao. Unos días más tarde, un viento distante golpeaba incesante contra las persianas de madera que había intentado asegurar al marco de la ventana, haciendo gala de una fuerza impensable. Había intentado evitar que aquel viento huracanado se llevara mis escasas pertenencias, pues la última vez había acabado con los cristales. Dudaba, pues, que unas simples persianas formadas con listones de madera y aseguradas con un cordel demasiado desgastado por los años, resistieran más que el vidrio, pero eso ahora no me preocupaba. Yo estaba en la cocina, rodeada del dulce aroma del tomate, que intentaba huir evaporado en forma de volutas de humo que se desperdigaban aquí y allá, partiendo de un grisáceo remolino. Sentada en un taburete de madera cantarina y rudo carácter, con la frente fruncida y las gafas a media hasta, estaba inmersa en la lectura de una de aquellos fascículos folletinescos que por entonces ofrecían los diarios, quizá para enmascarar los vicios de la nación. De vez en cuando, me acercaba al guiso, arrastrando mis tobillos cansados, pero con una sonrisa en los labios, y le sonreía, como si fuera el único amigo que en aquellos momentos me podía permitir, hecho que se parecía mucho a la realidad, desgraciadamente. Ya casi estaba listo: la salsa de tomate había cambiado de color y el aceite comenzaba a cubrir su superficie.Con sorpresa, me descubrí reflejada en la pulida encimera de piedra, relamiéndome, casi saboreando el bacalao a través de su aroma.
Minutos más tarde, el guiso, con el bacalao en su interior, ya burbujeaba. Aparté la cazuela de barro de la lumbre y, sin pensar apenas en lo que quemaba, metí el dedo con fuerza en el tomate, lo que me arrancó un ligero "¡au!" y la más sonora de las carcajadas.
Cantidad: para unas 4 personas
Tiempo: unas 2 horas
Utensilios
Una cazuela grande y un poco profunda.
Una cuchara de madera
Cuchillos
Cucharas para probar la salsa
ELABORACIÓN
1 kg de bacalao desalado
2 latas de tomate triturado en crudo de 800 gr cada una
1 cebolla grande
1 par de pimientos verdes medianos
3 o 4 ajos
Sal y pimienta
2 cucharadas de azúcar, para rectificar la acidez del tomate
C/s de aceite de oliva virgen extra
Si queremos desalar el bacalao nosotros mismos: sumergimos el bacalao en agua dentro de un recipiente profundo durante tres días, cambiando el agua diariamente.
Enharinamos el bacalao.
Lo doramos en la sartén con un poco de aceite, sin pasarnos de cocción.
Cortamos en brunnoise las verduras (daditos pequeños).
Apartamos el bacalao, reservamos, y en el mismo aceite sofreímos la cebolla, el pimiento y el ajo, en último lugar y los salpimentamos.
Cuando estén bien cocinados (se pueden triturar o dejar así), añadimos el tomate y dos cucharadas de azúcar
Dejamos a fuego mínimo, removiendo de vez en cuando para que no se pegue, durante una hora y media como mínimo.
El tomate ya estará listo cuando el aceite cubra la parte superior.
Si el tomate está un poco ácido, se añade un poco más de azúcar.
Servimos el bacalao acompañado del tomate y la guarnición que prefiramos.
Muchísimas gracias por pasarte a ver la receta.
Espero volver pronto,
Muchas gracias por estar ahí y un beso muy fuerte.